Visita Londres y que ni el gris te importe

por Con Tongoy

Se me abre Londres de nuevo. En sus luces vagas y su lluvia cansina, vuelve a ofrecérseme renovada. Ahora me tienta, ya no hay recelo, ya no me repele su asfalto, la suciedad de sus paredes ni el horrible gótico que cuelga de todas sus chimeneas. Estos días son de descanso. Descanso para mí, descanso de sus antiguas y violentas influencias. Miedos apagados es lo que tengo. Ganas de volver, de cambiar de nuevo, de no asentarme. Sigo sufriendo en el cambio, una apuesta mal hecha. Pero Londres se mantiene en la forma en que me dejó marchar: amigable, casi cálida, buena y sugerente. Algo capciosa en su mirar, sabiendo que si mi vuelta se diera, algo de esta máscara, en parte hecha por mí, en parte creada por ella, se desharía por el contraataque de mis miedos, de los viejos y de los nuevos, que seguro sabría sacar del fondo de los pozos. 

Son hondos mis pozos. Profundas simas revueltas en el tiempo,enfangadas, llenas de trastos viejos que, inservibles o doloridos, allí se abandonaron. De ellos saco la muerte que siempre me acompaña. Dejo crecer el claro purulento de mis vergüenzas, de una infancia quizá demasiado fácil, de una sensibilidad extrema enferma de tanta desidia por lo humano. A veces brota la vida en ellos. Una vida falsa, adulterada y horrible. Son mis egregores, falsas verdaderas imágenes de todo lo que de mí detesto. Pero viven, al menos simulan esa vida. Y gritan, y criados en las profundidades de mis temores, desgajan y mastican las pocas defensas que ante el mundo me quedan. Son monstruos del subconsciente, vampiros de lo que soy, lampreas insaciables de mis pocas, debilitadas pasiones. Soy dios y creador de la sub raza de mis defectos. Yo creo el caldo primigenio que los alumbra y alimento su gestación. Soy el dios ante el que sus hijos, salvajes parte de mí, se rebelan y conquistan. Me devoran y crecen a costa de las energías que ya no tengo. Un dios sin omnipotencia, un creador destruido por sus hijos. Una vez más.

No quiero ser contagioso. No pretendo hacer que las bacterias insomnes que han asolado siempre, cuerpo y alma, se transmitan a quiénes trato y quiero. No pretendo hace de mi pesimismo paradigma. Todo lo contrario, quiero morir solo, apartado, solo. Y que incineren mis restos y asuelen, así, mis pozos. Ardan mis arrestos ausentes, mueran las formas nubladas de los seres que yo he creado y que, bien merecido, todo a mi alrededor abotargan. 

Muera solo, si es que hay quien al morir no lo haga solo. Subirme al monte y en la Endura, dejarme. No quiero ser más carga ni motivo. No tengo sitio, sólo pastosidades nefastas. No sé ser. No sé estar donde el resto. No tengo más salida que la inercia de esta vida, que como gran verdad, no es otra que la muerte. Y si no fuera porque, en la vida, rara vez se está solo, hace tiempo que me habría ahogado yo mismo en los pútridos vapores de lo que escupo. Pero me cuesta, a pesar de tanta diatriba y tanto marasmo, renunciar con enjundia. Me aferro a las últimas hebras de un futuro posible. Futuro incierto y malsano, futuro demasiado lejano y brillante. Futuros de los que poco queda, de los que poco, o nada, espero…

Se me ha vuelto abrir Londres como herida, y con gusto esperaría aquí el destino llegar. Vomitando de palabras y en ideas. Siendo yo, que no es quien digo ser. Siendo quien debiera. Pero no puedo. Estos días no son fáciles; ningunos lo son. Pero estos son peores, porque son ahora, porque el resto aún no están, aún no serán. Londres se ha abierto de nuevo, y raro, brillante sin sol, como siempre. Se ha abierto en emociones claras y al fin, creo, he podido verle algo el corazón.

No había amarantos en su esencia, poco azul, poco hielo, pero su negro no me ha asustado, parecía querer encontrar quien todavía lo pintase.

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