Por la mañana en el metro soy siempre un muerto. Un muerto por los sueños de la noche anterior que me engañan, malignos y briagos. Y no soy el único. Voy rodeado de muertos abotargados de sueños. O de sueños abotargados, que no es lo mismo. El metro brilla entre legañas, tarde, como casi siempre. Hace calor, pero calor de fábricas y pantanos. Frío fuera, humores turbios bajo tierra.
Yo voy a trabajar ya muerto. Qué remedio, si fuera vivo moriría de nuevo al llegar. Marchitaríame, pudriríame sentado en el marasmo. No, mejor llegar cadáver. Y no me quejo. Disfruto, que es muy distinto. Disfruto con la cachiza diaria. Disfruto fajándome con los pobres mortales que me rodean, hartos de númenes. Mike Bardulia lo suele ver todo vacío, sin dios, menos el sol y la lluvia. Soy un pobre no crecido y abichado. Soy un fallo, supongo, de lo que debía ser. Me paso el día pensando en nada, porque de tanto centrifugar el todo, lo acabo separando del algo y lo convierto en eso, en la nada.
Me siento y escribo. Pienso. Paro, pero no puedo. Vueltas y vueltas hasta la jaqueca. Hago algo, poco, de lo que se supone que debería. Paro. Y vuelvo a las vueltas, tan pronto el lamento, tan pronto la desbordante alegría. Norte y sur. Pienso. Luego lo dejo y escribo, y a veces veo algo, una luz, pero no la sigo. Así soy, así estoy. Soy Mike Bardulia, masoreta de lo que no importa al mundo. Guerrillero de la luz y la sangre. Muerto en vida, loco en los polos de la cordura.
A veces me hablan mis compañeros las mulas, refugiados de Anteojeras, ciudad de la pérdida. A veces yo les escucho. Otras, las más, les pierdo, lejos, caen detrás de su voz en el abismo de una indiferencia necesaria. Indiferencia de escapulario. Defensa de la intimidad sensible. Cuerpo de barro autoinflable, alma de puré, desecha y batida. Soy un espía de mis obscenidades, y sólo dejo las gafas oscuras cuando la muerte se me acaba. Vuelvo a sentir y se fractura el crocante de barro, se abren las yagas que no tardarán en volver purulentas.
Y no me importa. Soy yo solo. Nadie más conoce a Mike Bardulia, sólo Mike Bardulia, y quizá sus monstruos. Todo esto es digno secreto de la hoja, confesiones en la sombra del sentido.
Si me ves, pasa de largo, sólo estaré fingiendo.
(esto no lo he escrito yo, mi viejo “tulpa”, torcido daimon, es ahora el dueño)