Mi patria es un escuelilla pequeña
de patios de arena,
una monja de colmillos largos,
mi madre, delgada, con el pelo rizado
y las manos ondulantes y suaves,
mi padre y un cuento de tierra
de castillos, lobos y pantanos.
Es una tarde otoño lluviosa
en las calles inhóspitas de Madrid,
es un patio abarrotado,
es Merche repartiendo estrellas,
es cada 21 de junio libre
de escuelas y colegios al fin.
Es un campo de tierra,
un balón granítico
y una herida incurable
en la cara externa del muslo.
Es lluvia y un balón de voleibol
que nunca tocaba el suelo,
son mis primos cada Navidad
en la dehesa eterna
de unos bosques donde
surgieron fantasías incendiarias.
Es mi abuela, el caldo con yerbabuena,
es mi abuela y su ensaladilla
con perlas de cebolla y vinagre.
Es mi abuelo imponente sentado,
con la voz a punto de acabársele
es mi abuelo alto como un caballo,
trayendo del mercado
los últimos restos de un tiempo desaparecido.
Mi patria es un calle nevada y nocturnal
al norte Francia,
crujiendo al norte del viejo Lille,
son lenguas intercaladas
en días sin fin, noches de sabor
a todo lo que saben
las estrellas más potentes
de este enrevesado universo finito.
Es un pub de Londres
enmaderado, batiente
en sus voces cerradas,
y fuera la lluvia,
y barro en las piernas.
Es un campo de futbol sala
flotante y reptiliano,
son un montón de soldados
de arena engalanados,
muertos, al este del sol.
Mi patria es un noche en Reims,
y otra en Saint Malo,
son meses de sandwiches en Toronto
jugando al béisbol
como pájaros troquelados de cielo.
Es un sueño de lecturas
al sur de todas las américas,
es un libro de hambre,
otro de ficciones,
es creer en los espíritus
de una África sinusoidal,
es un anochecer en Kenya
y otro en Botswana,
son los charcos de la pista de tenis,
una piscina cubierta de nombres
y la pradera de césped
flotando entre balones,
es coger la bici
y tirarte cabeza abajo
de cada uno de los picos,
es esconderse para beber y fumar,
es trepar por el tejado
y que se queden allí a dormir
los nervios y las penas,
es vomitar juntos,
mear juntos,
cagarse encima juntos.
Es una noche en París
y un día mágico, nimbado
hasta los cimientos,
con tu fantasma en colonia.
Es todas esas noches
vendidas al olvido
de negras bebidas negras,
son todos esos abrazos
y quererse desbebidos
y desmemoriados.
Es un holandés, un canadiense,
un mexixano, un esloveno,
una francesa, un chileno,
un alemán, un indio,
un marroquí, una italiana,
es un cara que son todas
pintadas de noches largas.
Son veranos enormes,
inabarcables sino por
los mecanismos patafísicos
de la memoria insondable,
inexplicable, innegociable.
Es una mirada,
dos palabras,
tres caricias,
un mordisco y medio
más dos gemidos
y otra media imagen velada
de un cuerpo a contraluz.
Son tus ojos, y los tuyos,
pero son vuestras risas,
todas esas risas,
de norte a sur,
de tu japón a los rincones
que yo conozco,
que casi los pingüinos.
Mi patria no tiene
nada que ver con tu país,
ni con el tuyo,
ni con el de ella,
Mi patria es tu lengua
entre tus dientes,
tu lengua entre los míos,
tu lengua en todas partes,
la mía buscando encontrarse
tu sabor en todas partes,
mi patria son pieles
y el derroche húmedo
de un tacto desabrido,
irremediable.
Mi patria es un paloma
subida al hombro
de mi padre
bajo un sol de tarde nuestra,
es una bici roja,
heredada desvencijada
a propósito
con tal de aligerarla,
una tarde en un prado
al borde la Esgueva,
la ensaladilla,
en un coche apiñados
siete más uno,
la nieve, de antes,
la nieve gruesa, pesada, gomosa,
terrible tormenta sesgada,
el color azul oscuro
de la voz de mi madre,
las palabras verdes de mi padre,
el oráculo multicolor
del ruido de mis hermanos y hermanas;
una película, dos,
las dos mismas una y otra vez,
lo lento,
lo tarde,
la simple incorregible virtud
de encontrar los caminos
entre la maleza,
bajo los pinos,
sobre los trigos,
por encima de los charcos
adorando la lluvia,
deseando que truenen lo truenos
como truenan los veranos,
tonantes contra los dragones
se siete veces siete colas.
Mi patria son mil noches al pie del cañón,
urbanas disensiones del alcohol,
melopeas infernales en calles
alumbradas por la sal
de otras tantas miles
de noches succionadas,
es cada bar en que, caídos,
derretíamos las furias ascórbicas
del diario inquebrantable,
cada parque afortunado,
cada esquina domada
por cientos de horas
al sol nocturno de no saber volver,
cada coche, portal, arbusto,
rincón oscurecido
en el que derramarse
por unas cuantas lágrimas,
por unas cuantas gotas
de fluidos por compartir;
es salir, beber, siempre,
aplanar los bultos infecciosos
del mundo en rutina,
el rollo de siempre,
echar todo a perder,
y así se porta la vida,
como se la entrega la noche;
mi patria es cada paso mojado,
turbio, adocenado,
melopeíco arramblado,
cada retorno invisible,
todo ese tiempo perdido,
toda esa vida ganada.
Mi patria es mi memoria,
cada protón virtual que intercambiamos,
que aparece y desaparece
dando lugar a los aromas y detalles,
febriles conexiones,
los brillos y las formas,
voces del agua,
rastros de sol,
es cada vez que nos hemos besado,
o emborrachado abrazado discutido
envenenado acariciado olido
comido los genitales
como si no hubiera otra forma
de mirarse a los ojos;
mi patria soy yo
y los que me han hecho serlo,
a veces son piedras y pinos,
otras mujeres y hombres,
todas yo,
todas nosotros,
hasta el mar raspando
frío las olas del norte,
todo somos,
patria móvil,
patria fluida,
tierra humana,
besos de carne
y un corazón en lamda positiva.
Mi patria es el verano,
el cloro verde
en el pelo de mi hermana,
una bici sin frenos,
raquetas, tierra, hierba,
montaña y mar,
norte sufrido de nubes necesarias,
balones, tiempo, noche,
pero también es un día
de nieve inexplicable,
un mapa imaginado
sobre el que volcar
todas las dimensiones
que nos rebosaban del corazón,
es imaginar, calor,
solo y nubes, lluvias,
frío en las manos
por empeñarse en beber,
beber por beber,
que tampoco hacían falta excusas,
vivir por vivir,
pensando poco en qué o cómo,
y el otoño siempre triste
en los espasmos cromáticos
de los inicios turbios de la rutina.
Mi patria son las flores,
colores del llanto,
recuerdo del la voz y del ruido,
del no esperar
a que llegue el viento.
Mi patria son las estrellas,
inalcanzable sueño
de lo infantil nocturno
y lo adulto consumido,
nebulosas calcáreas,
ballenas del abismo,
cuásares al final del tiempo,
un espacio sin tiempo,
un tiempo que es espacio,
horizontes insalvables,
planetas verdes
repletos de vidas,
inteligencias inaprensibles,
magia de los billones
de consciencias compartidas
permeando la finísima expresión
del tejido conformal
de un universo imaginado,
pintado del color de mil motores
contra la expansión creciente
de una realidad alternativa;
mi patria son los abismos intemporales,
avenencia con lo desconocido,
la fusión de soñar
que quizá un día toque el cielo,
bailemos en todas las galaxias.
Yo no comparto mi patria con nadie,
porque sería imposible,
las patrias brotan por debajo la piel
tejidas en las neuronas octogonales
que dan luz y ritmo al corazón,
yo no puedo compartirla
porque sería como arrancarme
el hígado y entregárselo al sol,
que lo devoraría calcinado,
es como desollarse en vida
y extraer uno a uno
los nervios de la efervescencia;
yo soy memoria,
y solo por eso,
solo porque pienso tanto
como mis tripas y mis uñas,
mi corazón y los lóbulos atemporales,
glándulas, cuerpos cingulados,
y circunvoluciones desenrolladas
son capaces de electrificar,
pensándose,
sopesándose,
comunicándose,
confundiéndose,
encontrando caminos
que solo ellas sabrían pintar.
Mi patria es paz,
y un mundo azul
que no se asfixia,
insignificante,
es la calma achicharrada
de la tarde entrante,
el olor de las lombrices de agua
buscando el aire y sol,
es silencio al ruido del viento
y árboles largos y olorosos
hasta el despertar del cielo,
el sueño, tranquilo,
las mañanas indefinidas,
el tiempo ancho y entero,
el sabor de los segundos
zigzagueando quedos,
y las manos quietas,
los pies quietos,
el corazón colmado de palabras,
la mirada fulgurante
sumergida en el arco iris
de una sola, viva,
mortal, finita, recogida,
líquida e impaciente vida.
No tengo colores que enseñarte,
porque tendría que sacarlos todos;
no tengo banderas,
porque las tejí todas hace tiempo
sobre los campos iluminados,
alterados de la consciencia,
el sentido, la imaginación
y el ardor insondable de la memoria;
no tengo himno que darte,
porque tendría que darte todas las canciones,
y las noches de voces,
las voces de la noche,
cada una con su voz,
cada una con su noche,
deletrear la madrugada,
los días de cielos,
cielos de rabias,
rabias por vivir,
vivir por recordar;
no me quedan patrias,
solo la memoria,
la que perdura
y la que perdurará;
solo tengo personas,
ni espacios ni aires,
ni estrellas ni imágenes,
solo la inevitable presencia.
Mi patria no existe,
porque las patrias son imposibles;
las patrias no existen,
beben de una corriente inaprensible
y se las llevan disueltas las miradas;
solo existe el universo,
y tu pelo azul,
y tus ojos rojos de sal,
tu piel verde del sol,
transparentes refugios de la sombra,
lluvia, noche, calor,
eternidades cambiantes.