Se encontraron, y sin esperarlo, se miraron
evanescentes y sumidos en la negrura.
Una vieja canción desbaratando la bruma
del tiempo y la lluvia, del frío y la soledad:
Siempre fueron tus ojos, pensaron al unísono;
siempre busqué tus formas y tu voz, murmuraron;
Y en el silencio de sus palabras se acercaron,
acezante la noche cuerda en sus latitudes,
Se dejaron llevar hasta tocarse de nuevo,
y hasta los gluones se inflamaron de tiempo y rabia.
Y microscópica tañó la cuerda entramada
con sus dedos, con sus voces, con su corazón:
¿dónde fue? ¿Cómo que olvidamos pinos y estrellas?
¿cuánto? Cuándo fue que resolvimos no esperar…
Y qué, si todo se ha abierto, hasta las montañas
hasta la oscuridad de la rutina y el tedio.
Se encontraron y miraron, se recuperaron
Al filo del último día, ya no importó
que no hubiera mañana: no hicieron más pasados,
entre ellos condensaron cuatro horas del presente:
se desnudaron y, sin pensar, surgieron masas
de agua inmensas, cálidas, magma de sus olvidos;
y ya dio igual que no quedaran tiempo ni espacio,
que el mundo fuera a terminarse o que sus caminos
no volvieran jamás a cruzarse entumecidos;
todo lo que quisieron: en la piel y en las manos,
en el pelo, en los labios y en las palabras tenues,
en el color rojizo que tomaron sus alas.
Imagen por: 6eternity9.