Lección aprendida:
no me atragantaré de nostalgia
los días de resaca,
ni los de resacón (menos),
aunque así lo pidan los dolores
y ese frontal inflamado
reclamándole químicos
a a amígdala.
No caminaré en los pasos
de la infancia,
ni metafórica,
ni fisiológico
lamiendo las vallas del colegio engrandecido.
No sorberé más el olor
de las pasiones vivas,
cuando eran solas,
desconocidas,
brillantes como el ambarino
néctar de las buenas decisiones
tomadas sin lamentar,
o sin pensar, o sin callar,
o sin tomar que no tomabas,
que no hablabas,
que mordías…
No buscaré en ese pasillo que hace esquina,
detrás de los neones,
a la puerta de un portal
que había dos que se comían,
y de comerse andaban presos
de encontrar que se comían…
No miraré que ya no estás,
no es día,
no están ya los pies tan plásticos
para entender las vibraciones
de esa luz en nubes vitrificada
sobre las rosas,
que nunca estuvieron ahí.
Y encima olerá todo a verano,
que ya no existe,
y todo se vuelve tan rotundo
que solo ves proteicas las visiones
de las noches que hoy repudias;
mayor, que estás mayor,
y no están los días del llanto y del rechinar
para exponerte a la melancolía,
aunque te lo pidan los dolores
y la hierba húmeda;
ya no estás, no estarás,
ya no: ni tú ni nadie.
Pero el paseo acaba bien,
¿no, viejo?
Que la memoria es para siempre,
que la memoria es para siempre;
sobre todo la tuya,
o casi…
Imagen por: davespertine