Si al olor de la lluvia pasada y fuerte recibido,
no encuentro el sabor de vuestros años
andaré entonces perdido.
Si al ver las luces que engalanan las fiestas del tiempo
no oprimen el alma y el corazón los recuerdos
de mil horas pasadas en vuestra compañía,
posiblemente andare más muerto que vivo.
Estar vivo es vivir a vuestro lado,
cada minuto de cada noche,
también los días,
pero donde nos conocimos fue en las noches
sin término, noches que se nos hacen días,
pero que seguirán siendo noches,
siempre.
No sé si en la deriva de cada par de ojos,
de cada mano, de cada risa y cada canto
nos veremos siempre, felices de sabernos nocturnos,
sanos de sentirnos ebrios de vida llenos,
no sé si nos permitirán los días de la rutina y la obligación
impuesta y ajena, vernos siempre de nuevo,
cogernos de las manos, empaparnos del licor del verano,
no sé si nos dejarán…
Lo que sí sé es que me acordaré siempre de cada uno de vosotros,
me acordaré de mí en vuestras risas,
de los comentarios a destiempo
extraviados en mañanas demasiado largas,
de la vida exacerbada que,
fuera del rincón de esas montañas,
se nos agua, se nos corrompe y niega.
Sólo sé que cada vez que vea el mundo negro,
sólo tendré que soñar y concentrarme en vuestras voces
rebotando en la piedra,
de un millar de pasos dados por los mismos caminos de arena…
Sólo tendré que sentarme a pensar
y encontrarme de nuevo en vuestros brazos,
sentirnos de nuevo juntos,
que entonces nada podrá prendernos,
nada podrá dañarnos.
Gracias por las estrellas vidriosas,
gracias por dejarnos, todos, embadurnarnos,
una y otra vez, una y otra vez,
en los licores de la vida vivida,
vivida porque sí,
sin más razón que a la luz del día
encontrarnos despiertos,
una y otra vez, una y otra vez.