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Escritos, cuentos, poesía y relatos

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Ejercicio sobre el dinero, canto de rabia

por Con Tongoy junio 19, 2013
escrito por Con Tongoy junio 19, 2013

Ni las galletas saben ya igual. Ni siquiera el recuerdo tiene un aroma parecido. Todo parece disuelto, todo parece pudrirse en estos tiempos. Nada soporta el envite de la bruma corrosiva, ni tu mirada lilial, otrora esbelta imagen, que en mi cabeza paseaba gloriosa y límpida. Ya no soy quién era, porque no puedo serlo. No podemos serlo. Morimos de niños, al dejarnos el niño el camino, contaminados por las razones de un mundo creado en la injusticia y el verbo atrofiado. Hay un germen que todo lo corrompe. Y nosotros, mineros aletargados por ilusiones y falsas promesas de progreso, entramos en la mina de forma estúpida, casi inconsciente, extrayendo las piedras preciosas, relucientes e irresistibles, que alimentarán sus cultivos.

La vida no es importante, o eso quieren hacernos creer. La vida es corta, insignificante al lado del progreso humano, no somos más que un escalón más de ese progreso y debemos sacrificarnos por los años que vendrán. El trabajo es la luz, el resto son añadidos, extras que poco importan. No se trata de disfrutar, escucha tu dios, el dinero, dueño de la luz, fin final de toda existencia, porque la existencia, simplemente, no es sin la participación del dinero. ¿A qué aspiramos? A ganar dinero, poco más. Eso nos enseñan, las demás verdades de la vida son negadas sistemáticamente, la misma vida es escondida y silenciada por los sapos gordos del hambre, la guerra y la miseria, ministros de una religión oculta pero real, religión de religiones rectora del mundo. Bajo el yugo de los adoradores del oro, no podemos sino vivir a medias, de forma oscura, caminando con paso pesado en las arenas movedizas de su negación. Negación de lo que es justo y bueno, negación de lo que es, definitivamente, humano.

Rebelarse y crecer. De poco en poco, desde el interior, hacernos dueños de las ideas, dejar de creer en el ruin mensaje de la individualidad y el beneficio constante, dejar de adorar el dinero, acabar con su gobierno en la sombra, cada vez menos densa, cada vez menos oscura. Rebelarnos para ser como debemos, buenos, libres de normas estúpidas que no hacen sino enfrentarnos, con los otros y con la realidad de nuestra esencia. Rebelar nuestro interior para conquistar nuestro entorno. Quemar las clases, quemar las excusas que mantienen a miles de millones en la mugre del hambre. Desterrar las mentiras que están arrasando con un planeta que nunca fue nuestro… Cambiar cambiándolo todo, incluidos nosotros mismos. Morir sin dinero, vivir sin el ansia del más sin sentido.

Una crisis anunciada es la que vivimos. Una crisis que se ha gestado en nuestra inercia por seguir los dictados de unos pocos que han campado a sus anchas por nuestros baldíos morales. Crisis que es de valores, pero también de valor. Crisis de nuestro coraje para enfrentarnos al miedo que han creado en nosotros, un miedo atávico a no hacer lo que debemos, lo que pensamos que es correcto y bueno. Sobreponerse al miedo, matar su dinero, vivir como cada uno siendo todos. Nos abotargan y abotargarán aún más con su iniquidad, demandando más sacrificios, quitándonos libertad, desarmando el futuro que una vez soñamos, hay que reaccionar.

El beneficio económico es su Baal hambriento, su Osiris purulento consumido por los gusanos de siglos de plutocracia degenerada. Es la divina justificación para cualquier acción, el progreso bajo cristales ahumados, casi brunos, el carbón que inflama las llamas de sus vergüenzas cada vez más expuestas. Hay que gritar, rasgar los cielos con la furia del que sabe que hay algo más, que nos esperan, ahí fuera, en las lindes de su realidad inventada, las vidas de todos, una sola verdad compartida, una verdad sin dinero, sin economías manipuladas, la verdad del hombre, bueno, por naturaleza que no por sistema.

Por más que nos nieguen la educación, que hoy veamos cómo, desesperados, los monstruos del vacío, viendo otras eras llegar, intentan amarrar su dominio moribundo a base de estrechar las fronteras de nuestros sentidos e ideas, debemos perseverar. Educar lo que somos y lo que son, predicar en cada acción, en cada pensamiento, hacernos nosotros del cambio y ser, al tiempo, el mismo cambio. De una maldita vez, si quieres cambiar algo, empieza por ti o el cambio sólo será una quimera de tu indolencia.

Palabras de rabia ante el dinero, odiosa, repugnante maldad, y ante su sierva manipuladora, la economía malvada, injusta siempre, que no hay nada más injusto que la (pseudo)ciencia (in)exacta que no encuentra más fin que el mero beneficio, perenne e insalvable, al margen de la naturaleza, el tiempo y el hombre. Hemos sido esclavos de una mentalidad anquilosada, deliberadamente preparada para salvar un status quo diseñado para unos pocos, devastador para la mayoría de los que, como cualquiera que sea, al menos, medio humano, no soporta la miseria encumbrada, la libertada defenestrada y al hombre, a todos los que en verdad somos hombres, que no somos más que todos, por mucho que unos jaguares de colmillos ensangrentados de odio piensen lo contrario, al hombre pisoteado en su más profundo ser, hundido en la negación de nuestra exacta igualdad, hermanos que debemos ser, hombres y sólo hombres, nada más.

No hay más verdad que la de nuestra abrumadora insignificancia, motas de polvo cósmico en un engranaje universal o pluriuniversal. No hay más dios que el que cada uno llevamos dentro. Hagamos de él un dios de verdad, un dios en el que todos quepamos, un dios que, en su unicidad, todos compartamos. Un dios de la libertad por la libertad, del respeto a nuestro dios y al resto de dioses, no permitamos que las raíces externas del odio y la mentira tomen nuestras praderas, verdes de paz, púrpuras de luz, rojas de verdad, teñidas de vidas y las conviertan en los solares infecundos para sus raídos corazones.

Ni las galletas, consumidas por la ambición del dinero desmedido, saben ya igual.

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