Distopías en que vivimos

por M.Bardulia
Poesía en Bardulias: Distopías en que vivimos

Se habla mucho hoy en día de lo de que vivimos en una distopía. Todo el mundo dice que vivimos en tal o cual distopía, o que no tardará en llegar aquella otra. Los últimos cien años, más o menos, han supuesto la explosión de las distopías, es más, ha sido a través de su creación que se ha dado origen al término en sí. Y con el avance exponencial de la tecnología, no dejan de aparecer nuevas, casi en cada libro, serie o película de ciencia ficción que se precie. Vivimos una sociedad tan artificialmente optimista, que su futuro está, obviamente, sometido a un pesimismo extremo y, en ocasiones, simplista. Pero no quiero entrar ahora a analizar si los capítulos de Black Mirror (sería centrada casi exclusivamente en crear distopías de distinto calado) plantean cuestiones plausibles o no, no se trata de eso, lo que sí me gustaría es demostrar que la existencia de una sola distopía, por sí sola, es posible, pero que la realidad es mucho peor.

No es que estemos viviendo en una distopía predicha, es que estamos viviendo varias al mismo tiempo, o muy cerca de cumplir otras, combinadas, mezclándose y potenciándose unas con otras. Las distopías hoy se alimentan entre ellas y, sí, podría llegar a ser algo peor de lo que esos autores imaginaron. Y eso que el planteamiento de esos futuros alineantes es casi tan antiguo como el ser humano; al menos, tan antiguo como su pensamiento trascendental. Todos o casi todos los libros sagrados en la historia contienen distopías de mayor o menor gravedad, echad si no un vistazo a la Biblia, que es el que nos pilla más cerca, ved si no qué es lo que plantea San Juan en su Apocalipsis, por citar un ejemplo de lo que podía ser una distopía de hace mil setecientos años. Y siendo tan antiguas, parece mentira que ahora no parezcan algo tan rompedor. Puede ser que en la historia hayamos pasado por otras distopías anunciadas. ¿No fue el auge de Hitler, y todo lo que trajo consigo, algo anunciado ya por algunos de sus contemporáneos, mientras el resto le aclamaba y vitoreaba como su salvador? No hay peor distopía que la que de verdad se cumple y, por desgracia, en nuestro tiempo, parece posible que se cumplan todas, o casi.

Por eso, de forma breve, quiero desgranar esas distopías anunciadas en las que creo que, en mayor o menor medida, podemos estar  viviendo. Para ello, voy a centrarme en el núcleo de esas historias distópicas, no en el desarrollo de las mismas. Voy a hablar de memoria en algunos casos, disculpad si no menciono todo cómo es debido o confundo alguna característica de tal o cual relato o película, algunos los leí o vi hace demasiado tiempo.

 

Un Mundo Feliz – Aldoux Huxley

¿Qué se nos plantea en la novela?

Un mundo en el que los seres humanos somos manipulados antes de nacer para ocupar un lugar en la sociedad. Y con manipulados, quiero decir que tanto nuestro cuerpo como nuestras capacidades intelectuales son modificadas para ocupar ese lugar que nos corresponde. Como miembros de la sociedad, y siempre que ocupemos la posición asignada, todos tenemos derecho a largas horas de ocio y esparcimiento que, para colmo, son cuasi obligatorias, siendo origen de descrédito social el no disfrutar de ellas como es debido. Todo gira en torno al ocio, el ocio es proporcionado por el estado, si mal no recuerdo, y está presente en todas sus versiones, siempre adaptado a las posibilidades y dotes intelectuales de cada estrato social; hay que consumir para el estado, hay que ser un miembro convencido de la sociedad y hacer lo que hacen todos. El sexo se plantea como otra herramienta de manipulación, siendo otra mera forma de relajación y esparcimiento, sin ningún tipo de vínculo con la reproducción, el amor o la familia. Es más, en el escenario que se nos plantea, no tener numerosas y variadas parejas sexuales, al menos entre las clases más altas, se ve como algo extraño y hasta dañino para la sociedad. Como colofón de esta sociedad de trabajo y ocio, ocio y trabajo, el estado proporciona una droga de efecto relajante y estimulante llamada Soma, que permite a los individuos escapar de su realidad siempre que algún problema o dificultad les abrume, o simplemente pasar un rato «colocados», literalmente, por el bien su propio ocio. Es una droga sin consecuencias negativas, claro, todo es por el bien de la comunidad. En resumen, el ser humano vive tranquilo en su realidad, siguiendo un camino hecho para él y viviendo una vida placenteramente superficial.

¿A qué nos refiere hoy en día?

Creo que en este caso —y, en parte, por eso he empezado por aquí—, los paralelismos son más que evidentes. No se nos manipula antes de nacer —que sepamos—, pero a partir de aquí, todo son similitudes. Nuestras sociedades, por mucho que nos empeñemos, siguen funcionando en un sistema de clases. Estas pueden ser menos marcadas y estrictas que en el pasado, pero las clases existen y perduran y, lo que es más importante, sigue siendo difícil pasar de una a otra en solo una vida. Los ingresos de una familia condicionan enormemente el futuro de sus hijos y el estado, los estados del bienestar modernos, si bien han hecho cosas por intentar crear cierto nivel de igualdad entre clases, no han llegado a un nivel aceptable y que permee realmente a toda la sociedad. Y lo que es peor, estas condiciones no vienen si no degradándose en los últimos diez o quince años, provocando un estancamiento en esa supuesta sociedad igualitaria que defendemos y buscamos. Tu sitio en la sociedad, presente y futuro, en un porcentaje altísimo de casos, viene definido por tu nacimiento; en esto, nos diferenciamos poco del mundo feliz que Huxley nos planteaba. No acaba aquí. Nuestra sociedad es la sociedad del trabajo. Nunca se ha trabajado así, tanta población al mismo tiempo y a este nivel estructurado y de forma continuada. No digo que el trabajo sea tan duro como en eras pasadas, pero sí es cierto que nuestra sociedad vive por y para el trabajo. Un trabajo que te da un dinero que te permite, primero, sobrevivir, pero, segundo, y sobre todo, comprar todo aquello que te hará aún más feliz. Todo aquello es, precisamente, de lo que hablaba Huxley, porque nuestra sociedad es también la sociedad del ocio. No del ocio por la contemplación, para la contemplación, el pensamiento y la iluminación, como en eras pasadas. No, el nuestro es el ocio por el ocio para el atontamiento. Escapamos de nuestra realidad a través del ocio, un ocio constante y que, gracias a las nuevas tecnologías, no tiene horas, ni principio, ni fin. Y es aquí donde hemos encontrado nuestro Soma. El Soma que evita que pensemos demasiado en nuestra condición y en nuestros problemas, en nuestro lugar en el mundo. Cierto que en el tema sexual estamos aún a distancia de lo que propugnaba Huxley, pero nos acercamos —aunque también hay algunas corrientes puritanistas o «desexualizadoras» que podrían llevarnos por el camino contrario—. Todo el entorno ingobernable y machista del porno nos está sumiendo, sobre todo a los más jóvenes, en una espiral de sexualización retorcida, en el peor de los sentidos, imparable. Lo mismo que las nuevas herramientas y formas de relación con las que hemos convertido el sexo en un consumible más. Y con esto no quiero criticar, no juzgo, señalo, no sé si esto está mal o bien, pero se parece en gran medida a la dinámica sexual de un Mundo Feliz, en la que el sexo es una cuestión de ocio y divertimento, pero con tintes de obligatoriedad y posicionamiento social. ¿Está esto mal? No lo sé. Pero parece que el ser humano así, no va a mejor.

Conclusión

Nos hemos acercado bastante a la distopía planteada en Un Mundo Feliz, y en gran parte es culpa de la tecnología y un progreso generalizado que estamos tardando en asimilar. Aun así, y esto vale para cualquier comentario que venga después, no creo que todo sea irremediable, no creo que todo el progreso sea malo. Como en el libro de Huxley, siempre habrá quien intente buscar una forma distinta, más pura y racional de hacer las cosas y vivir, en general. Y la religión es un ente inexistente en este Mundo Feliz, pero en nuestro mundo es arriesgado obviar su influencia…

 

1984 – George Orwell

¿Qué se nos plantea en la novela?

En un mundo industrializado y regida por el culto exacerbado al trabajo por el trabajo, la sociedad está controlada por un Gran Hermano omnímodo que es capaz de verlo todo y de llegar a todos y a todas partes en cualquier momento; si bien la tecnología descrita no está, para nada, a altura de nuestro tiempo. La sociedad vive en constante observación, bajo el escrutinio implacable de este Gran Hermano dictatorial y absoluto. Al ser humano solo le queda trabajar, convertirse en un ente productivo ejemplar dedicando su vida al trabajo que se le ha asignado. Las relaciones personales, tal y como las conocemos, están proscritas u olvidadas, y todo el mundo debe seguir los mismos horarios, vestir la misma ropa, comer la misma comida. Existe una súper burocracia que controla la vida en general, representada por una serie de Ministerios que rigen todo y a todos. Dentro de la distopía global que plantea, existen una serie de potencias enfrentadas (tres, creo), que viven en una constante guerra sin fin. Guerra que funciona también como un justificante para el mayor trabajo, la mayor productividad por el bien de la patria y su triunfo. Es más, en la novela, el Gran Hermano, ese ente político y controlador, exhibe el lema de «La Guerra es Paz». Durante la novela se ven, además, otros lemas parecidos, como «La Libertad es la esclavitud» o «La Ignorancia es Fuerza», lo que nos da una medida perfecta de por dónde quería ir el bueno de George. Por la época en que se escribió, queda claro que es una crítica a los gobiernos de los países comunistas en aquel momento, sobre todo la URSS, y de cómo alienaban a sus ciudadanos de tal manera, que los convertían en meros entes productivos. Al contrario que con Huxley, aquí el ocio no existe, todo tiene un fin propagandístico, encaminado a crear un sentimiento de vinculación absoluta con el trabajo y la patria como único fin. A esto se une el control falaz de la disidencia, mostrándose los mecanismos que el Gran Hermano utiliza para lavar el cerebro y mantener a los librepensadores a raya, más allá de la propia híper propaganda que lo rodea y envuelve todo.

¿A qué nos refiere hoy en día?

Por dónde empezar… El Gran Hermano existe. O lo que es peor, existen montones de grandes hermanos. Por culpa de internet y otras nuevas tecnologías paralelas, hemos sometido nuestro nivel de intimidad de manera alarmante. Hoy, casi cualquier empresa con la que uno se relaciona almacena un volumen datos inmenso sobre nosotros, incluidos algunos que se encuentran en el ámbito más íntimo o personal. Por no hablar de lo que otro tipo de compañías, como Redes Sociales o Redes de Anuncios, son capaces de obtener de nosotros; con total impunidad, claro, puesto que les hemos dado permiso. Y si esto lo llevamos a Google, la madre de todos los espías, solo igualado, quizá por Facebook, o por entes vinculado a la inteligencia supranacional, como la NSA americana o el CNI español, la cosa se vuelve oscura y terrible… El conocimiento que poseen de nosotros les permite saberlo prácticamente todo, con un nivel de actualización de segundos, llegando, incluso, a saber dónde nos encontramos en un momento preciso, sin dificultad. En este caso, creo que hemos hasta superado a la propia distopía, porque este Gran Hermano miriápodo no nos fuerza ni obliga, le hemos dejado entrar y vivimos con él, conversando amablemente, cediéndole más y más datos, sin miedo al uso potencial que de ellos puedan hacer. Y quizá ese haya sido su principal triunfo, el hecho de que confiemos en ellos como entes benévolos; quizá ahí reside el verdadero éxito de nuestro Hermano Mayor particular, con lo que deja al abosluto orwelliano a la altura de un mero intento pre-digital. Aparte del tema de los datos, como decía antes en el caso de Huxley, nuestra sociedad es la sociedad del trabajo. El trabajo es una cuestión de posición social, pero también de estatus emocional para con nuestros semejantes. No tener trabajo es percibido como una desgracia, y quien no tiene trabajo, es un parásito. Quién no trabaja es una carga, y lo estamos viendo cada vez más en la reducción de ayudas a ciudadanos dependientes o a nuestros mayores. Como en 1984, quien no produce, no es útil, y quien no es útil, no merece seguir viviendo en este estado productivo. Sé que esto es un poco radical, no digo que exactamente esté sucediendo así, pero creo que estamos en el camino hacia algo parecido. Por no hablar del lavado de cerebro al que se nos somete, precisamente inducido por ese control de datos que tienen de nosotros compañías, anunciantes y entes públicos varios. Como en la distopía Orwelliana, lo que vemos, lo que consumimos, está especialmente preparado para nosotros, medido y probado, y su función y utilidad está igualmente concebida para hacernos pensar, creer o comprar una cosa. Y lo que es peor, la tecnología que hoy manejamos es infinitamente superior a la que Orwell plantea, imaginaos lo que pensaría si viviera hoy en día… Desaparecería, sin más, muy probablemente, con el protagonista de su novela, aunque por razones distintas. Por no hablar del  control de ideas y opiniones que estamos viendo, tanto en países teóricamente democráticos como, por supuesto, en aquellos que no lo son. Mirad, sin ir más lejos, lo que ocurre con los tuits que no gustan al gobierno, ved como la gente entra en la cárcel por 140 o 280 caracteres opuestos a la doctrina oficial. Lo peor, que ya no es un estado quien nos lava el cerebro, quien lo hace son compañías, medios y hasta individuos anónimos, está abierto a cualquiera con dinero y astucia suficiente. Gran Hermano is coming…

No hemos hablado de la guerra continua y justificativa, pero el hecho de que occidente siempre tenga un enemigo presente, un enemigo que ha ido variando con el paso del tiempo, tiene mucho que ver con esa sensación de miedo y patriotismo constante que al Gran Hermano le interesa mantener. Una guerra, el odio bien dirigido, es siempre la mejor manera de que una sociedad lo entregue todo sin pensar. Y en aras de ese miedo: miedo a los islamistas, miedo a los rusos, miedo a los chinos, miedo a lo diferente, nada más y nada menos; en aras de estos miedos, hemos entregado alegres y confiados las llaves de nuestra intimidad, y con ellas, un potencial candado a nuestra capacidad de libre pensamiento y expresión.

Conclusión

Gran Hermano is coming. O ya está aquí, solo que, en esta ocasión, depende más de nosotros que de un solo gobierno controlador, al menos por ahora. La dictadura del dato es algo que no se percibe a nivel de calle, pero que para los que trabajamos en temas digitales es una realidad y un futuro presente. El nivel de impunidad con que hoy funcionan la mayor parte de empresas es abrumador y solo desde un uso responsable de las políticas de privacidad, de la tecnología en general, podemos ponerle coto. Debemos ser más conscientes de que no hay empresas o gobiernos buenos, solo hay intereses económicos y políticos, y esos no piensan en la gente, ni siquiera en el futuro. Bueno, sí, en uno, el suyo, pero muy a corto plazo. Hay que ser más responsables y empezar a pensar en que todos nuestros datos son igual de valiosos, no importa que seamos unos don nadie.

 

Nosedive – Black Mirror

¿Qué se nos plantea en el episodio?

La serie, al menos las tres primeras temporadas, es genial, y este episodio es uno de los mejores de la serie, tanto por la realización en sí como por el guion y lo cerca que nos toca. En un mundo nada lejano al nuestro, quizá separado por unos, como mucho, veinte o treinta años, la vida de todos está regida por una especie de sistema de puntuación global. Todo el mundo puede puntuar a todo el mundo a través de una aplicación móvil, en cualquier situación, no importa la razón o el momento. No se nos explican las reglas detrás de este sistema (no es una crítica, al final, Black Mirror son episodios de una hora, no hay tiempo a contarlo todo), pero toda tu vida gira en torno a esta puntuación. En el capítulo se puede ver como esto llega a extremos un tanto surrealistas, cuando uno de los personajes no puede ni siquiera entrar a su lugar de trabajo debido a una bajada dramática en su puntuación. Como cualquier gesto, cualquier palabra y cualquier actuación es susceptible de ser valorada, en esta sociedad todas las relaciones e interacciones son puramente superficiales. Nadie se preocupa más que por obtener una buena puntuación del otro o la otra. Y si a alguien se le ocurre hablar más alto de lo normal, responder con algún gesto grosero o, simplemente, estornudar más alto de lo habitual, se arriesga a perder puntos, con todo lo que eso conlleva. Y es que hasta las amistades giran en torno a esta puntuación, algo que se convierte en el eje del episodio. Todas las opiniones son igual de válidas, no importa quién, qué o cuándo, cualquiera puede valorar tu actuación en una situación concreta. El resultado es el mencionado, fácil de imaginar, todo lo que uno hace está regido por ese pensamiento, nadie es capaz de actuar con naturalidad y todos intentan, por todos los medios, elevarse en esta escala social tan bien medida. Todo está tan contaminado, que los individuos han perdido hasta la capacidad para insultarse cómo es debido (gracias, César). Cuando toda tu vida está condicionada por la opinión de los demás, aunque estos no te conozcan de nada, es muy difícil comportarse con naturalidad y autenticidad. Las personas se convierten en una especie de zombis, alimentándose de puntos en vez de cerebros.

¿A qué nos refiere hoy en día?

De nuevo, la traslación al mundo real es muy sencilla. Vivimos en la era de la opinión (vivimos en muchas eras al mismo tiempo, lo sé, pero esta es una de ellas, y de las más flagrantemente dañinas), la opinión de todos, sobre todo. No importa quién seas, dónde estés o qué digas, no solo eres libre de dar tu opinión, sino que tu opinión se considera tan válida como la de cualquier otro, con todo lo que eso conlleva. Y, sí, hemos de ser libres de dar nuestra opinión, eso por supuesto, pero no puede ser que todas las opiniones sean igual de válidas en todas las situaciones y sobre todos los temas (aprovecho para recordar a los amantes de la eugenesia y la oligarquía, que la democracia no es el planteamiento de una opinión; en la democracia elegimos en base a nuestro criterio personal, lo que no es lo mismo, y es importante que todos formemos parte de esa elección, porque nos compromete); si permitimos que toda opinión sea igual en cualquier momento, lo que obtendremos será el caos, porque ninguna opinión, entonces, será válida de verdad. No será imposible distinguir lo que es una opinión útil, formada y realista, de la que no es más que un comentario lanzado al aire, basado en cuatro lecturas de posts en internet. O es que no habéis notado alguna vez esa tensión al saber que vais a ser valorados. En AirBnB, por ejemplo, o en Uber o Cabify. ¿Y si al conductor hay algo que no le ha gustado y me da una estrella? ¿Y si el dueño del piso o la casa decide que no le ha gustado cómo le he saludado, o mi olor corporal, o simplemente le he caído mal, porque la gente cae mal a veces sin remedio y ya está? ¿Y si eso provoca que no pueda alquilar nunca más una casa en AirBnB o coger un coche en Cabify? Sí, las opiniones se componen de muchas otras opiniones, y el caso que he puesto es difícil que se tuerza de forma tan brutal, pero si observamos lo que ocurre con las opiniones en Twitter, podemos ver que esto es algo habitual. Si hasta el mismo Neil DeGrasse Tyson se ha visto corregido y vilipendiado por supuestos «opinionólogos» en Twitter y otras redes. El problema, como suele ocurrir en nuestra sociedad, está en el refugio que ofrecen los medios online y la masa que corre detrás de nosotros, buscando refuerzo y compensación por una vida no del todo satisfactoria. La cuestión fundamental es que, al poder dar una opinión en cualquier momento, esta puede ser tomada como válida. Válida sin que se contraste, sin que ese que valida y apoya nuestra opinión sepa quiénes somos o por qué lo decimos. Nosotros mismos entraremos en una espiral de pereza en la que ya no importa si me cultivo o no, si sé de algo o no, porque no me hace falta, lo que importa es que emita juicios rápidos, contundentes y no me deje amilanar por nadie, aunque sea evidente que saben más del tema en cuestión que yo.

Uno de los triunfos de Trump se produjo mucho antes de ganar las elecciones, cuando las recuas de indocumentados que conforman la alt-Right, tomaron el escenario online y llenaron las redes sociales, foros y demás centros de discusión de sus opiniones extremas y estúpidas. No contentos con esto, lo que hicieron fue dinamitar, acosar y hasta inducir al suicidio a todos aquellos que no estaban de acuerdo con ellos, fueran intelectuales, políticos o simples ciudadanos opinando. Y con las fake news, el caso es parecido. Cuando, además, oímos que en China ya están creando una plataforma en la que cada ciudadano tendrá una puntuación social que se basará todo tipo de criterios, incluidos los de civismo y sociedad, nos echamos a temblar.

Conclusión

Sistemas como Tripadvisor o Yelp, que surgieron como una fuente de información fiable y útil para todos nosotros, están tornándose, poco a poco y cada vez más, en herramientas maliciosas y dañinas, que los Trolls aprovechan para dinamitar la sociedad que tanto les desprecia. O no… No lo sé, no es momento de hablar de los Trolls. O sí… Vivíamos mejor cuando la opinión sobre alguien o algo debía darse a la cara, con palabras reales y mirándonos a los ojos; la anonimización y el refugio de la masa solo invitan al desahogo y al exabrupto, y son enemigos de las opiniones con criterio, precisamente por eso, porque no hay que rendirle cuentas a nadie.

 

La era de la desinformación – Zygmunt Bauman (La Modernidad Líquida)

No tengo libro o episodio de ciencia ficción para esta, y lo he buscado (tengo un par de libros por leer, para ver si lo recogen, pero no me ha dado tiempo). Ni siquiera Black Mirror se ha metido en este tema, tan crucial y tan vivo. Puede ser que el episodio de Waldo diga algo parecido; o Farenheit 451, de Bradbury, que va un poco por aquí; incluso Orwell y Huxley también dijeron algo; y muchas más, como V de Vendetta, alguno de los libros de Ian Gibson, o alguno más actual, como algunos capítulos de los libros de Cixin Liu (impresionantes, por cierto), pero no conozco un libro que proponga el exceso de información y de conocimiento como fuente de una distopía concreta. Lo que sí tenemos es a este brillante filósofo y sociólogo, Zygmunt Bauman, para adelantarnos, de forma nada novelada, lo que puede ser nuestro mundo en poco tiempo, si no lo es ya. No voy a hablar de todo su concepto de Modernidad Líquida, aunque es apasionante, pero sí de la parte que refiere al exceso de información, que nos lleva a pensar en esta distopía de «La Era de la Desinformación».

Hace años que se empezó hablar entre los expertos en marketing digital, contenidos y buscadores de lo que se dio en llamar «Content Shock». El «Shock del Contenido» se refería a la enorme cantidad de contenido que íbamos (estamos) a estar produciendo y, por tanto, consumiendo, casi sin control y en todos los momentos y formatos. A ese nivel de consumo, nuestra capacidad de procesamiento se reduce casi al mínimo, con el consiguiente riesgo que supone algo así para una población dependiente de la comunicación. Aquello de que un pueblo ignorante es más fácil de engañar parece estar cumpliéndose a pies juntillas.

Bauman, muerto hace poco más de un año, por cierto, trata este tema con detalle, sobre todo cuando se refiere a asuntos vinculados a la educación (Los Retos de la Educación en la Era de la Modernidad Líquida), como parte de su visión, ciertamente pesimista, sobre el mundo actual y su futuro cercano. El habla de un «tsunami de información», que nos abruma, que se vuelve imposible de asumir. Y está en lo cierto, porque no solo no somos capaces de asimilar todo esa información o contenido, sino que, además, nos vemos abrumados y empezamos a sentir una especie de vacío existencial asociado con esta imposibilidad de estar al día con todo y con todos.

No sé si lo dijo exactamente él, pero recuerdo una frase al respecto: «es mucho peor el exceso de información que la ausencia de ella» (o algo así, vaya). O lo que es lo mismo: la apariencia de conocimiento es mucho peor que la ausencia de él. Sin duda es así, porque en la segunda uno es consciente de que no sabe (casi siempre, al menos en su interior), pero en la primera, esa apariencia le hace creerse en posesión de algo que no existe y es entonces cuando triunfa la arrogancia; y es, justo en ese momento, cuando uno deja de buscar más allá y el ciclo se rompe. Así, asistimos al nacimiento del hombre o mujer arrogante y sobre informado: nosotros. Los contenidos son producidos a un ritmo vertiginoso (en los últimos veinte años hemos producido más información que en los cinco mil años precedentes), se irradian aún más rápido (un contenido puede dar la vuelta al planeta en segundos) y las posibilidades de consumo son ilimitadas, tanto que es difícil escapar de ellos, aunque uno quiera. En este escenario, estamos dejando que el monstruo crezca sin control y que unos pocos se aprovechen de ello, con algunas consecuencias nefastas, como hemos podido notar en nuestras propias carnes.

Conclusión

En el momento de la historia dónde más información y mejor acceso tenemos a la misma, el ser humano está volviéndose cada vez más ignorante. Donde antes se leían libros de doscientas mil palabras, hoy se leen artículos de doscientas o micro comentarios de ciento cuarenta caracteres, y nos satisfacemos con ello; y lo que es peor, nos creemos informados, más dueños del conocimiento que nunca, y nos lanzamos a consumir más (des)información y a opinar, sin más, sin saber, sin comprobar, sin, en resumen, pararnos a pensar si lo que vemos es cierto, válido, real o simplemente útil. Es el terreno perfecto para el nacimiento de un nuevo campo de batalla y la ploriferación de fenómenos tan simplones y peligrosos como las famosas «fake news» o los tan despreciables Trolls. Como en una distopía cualquiera, el hombre queda a merced del poder, sin notarlo y sin proferir queja alguna, es más, vive feliz en la jungla de contenidos sin valor que han creado especialmente para él. Mientras, todo el que puede, hace y deshace con él a su antojo. ¿No les suena de algo?

 

La Fuga de Logan -William F. Nolan & George Clayton Johnson

¿Qué se nos plantea en el libro?

El culto a la salud, a la juventud. Tal cual. No será nunca de mis libros favoritos, y la película tampoco es ninguna maravilla, aun viéndola con perspectiva, pero la alternativa que plantea es muy interesante y, si bien estamos lejos de algo así, tiene mucho que ver con ese nuevo culto a la salud que ha ido creciendo desde hace ya casi veinte años. En la historia se nos muestra una sociedad post apocalíptica que vive recluida bajo una cúpula. Gobernados por los ordenadores, que lo controlan todo, los humanos pueden dedicarse a disfrutar en una especie de paraíso dedicado al hedonismo, con un fuerte componente sexual. La reproducción no está permitida y solo se produce a través de la clonación, con lo que el sexo ha perdido su función biológica, además de la romántica o perdurable. La única pega de este aparente paraíso es que, llegados a la edad de veintiún años —en el libro, treinta en la película—, todos los hombres y mujeres son obligados a cometer una especie de suicidio ritual a través de un gas que les produce, para más inri, una especie de placer mortal. O eso creo recordar, porque leí el libro después de ver la película, y eso fue hace mucho, mucho tiempo. La historia luego corre por otros derroteros, pero no quiero estropeársela a nadie. De todas maneras, el cómo termina es indiferente a lo que nos ocupa.

¿A qué nos refiere hoy en día?

Al culto a la salud y a la juventud. Ya lo hemos dicho. En la realidad distópica que nos plantea la historia, la gente se conforma y se empeña en disfrutar de esa juventud, de esa salud extrema, y saben que no hay nada más allá del tiempo que se les ha dado. Vivir más allá de la edad marcada está prohibido y, no solo eso, es considerado como algo desagradable, como algo no digno de llamarse vida. Hoy en día nos está ocurriendo algo parecido. En primer lugar, existe una obsesión creciente por la salud extrema; todos queremos estar sanos, pero es imposible vivir eternamente sanos, y a pesar de eso, lo intentamos. Intentamos vivir de manera que podamos vivir eternamente santos. Vivir de manera que podamos evitar la aparición de cualquier enfermedad futura, aunque eso suponga disminuir nuestra calidad de vida actual. No contentos con ello, sumamos a esta preocupación extrema por la salud, una pasión desmedida por nuestro cuerpo. Ya no es cuestión de estar sanos, de vivir bien, de sentirnos bien, es cuestión de estar perfectos y de que los demás nos perciban así; y si, además, podemos convertirnos en modelos de imagen o conducta, mejor que mejor. Como en otras áreas de la vida, el ego juega juega aquí un papel exagerado y se ve potenciado, de forma expansiva, por la tecnología y las nuevas formas de relación. Pero no es todo ego, hay también un componente de miedo o de ansiedad. Con la caída de la calidad de la información o del nivel de conocimiento y la pérdida de la espiritualidad, sin que nada con calado y valor venga a llenar ese vacío (las religiones ya no dan respuesta a las grandes dudas, no resultan creíbles a la luz del avance científico y tecnológico), la muerte se aparece ante todos como algo aún más terrible. Y lo que es aún más acuciante que la muerte, porque ocurrirá antes: la pérdida de la juventud. Corremos detrás de la vida, y como los personajes en «La Fuga de Logan», que se abrazan a esos míseros treinta años e intentan exprimirlos al máximo, no vemos más allá de lo que nosotros consideramos una existencia plena en juventud, que abarcará, más o menos, los mismos treinta o cuarenta años que marcan el final en la película.

Y es que le ponemos un límite demasiado temprano a la vida, porque la vida solo es vida si se vive con un aspecto impoluto, con la salud espléndida, con el rostro terso y juvenil. De ahí que, como nosotros no tenemos ese suicidio obligado, vivamos enganchados a perpetuar nuestra juventud lo más posible. Un negocio no tan reciente que mueve millones. Y no solo en lo que a medicina se refiere, mueve millones en libros y contenidos (desinformación, recuerdan) sobre cuidado personal, autoayuda y en supuestos gurús del mundo futuro que venden una supuesta inmortalidad en veinte o treinta años, como bálsamo para nuestro creciente vacío existencial.

Conclusión

Parece que solo podemos vivir si es estando esplendorosamente sanos. Y no es sólo el aspecto, se trata también de cómo comemos, cómo nos movemos, hasta de cómo hablamos (esa salud social que tanto nos venden y que, como en otros ámbitos, hay que tomar con pinzas). Ya lo dijo Nietzsche: tras la muerte de dios, la salud será elevada a diosa.  Y al elevar a la salud al rango de diosa, no solo perdemos, por el camino, parte de nuestra condición y esencia mortal, sino que condenamos a nuestros mayores a un olvido y una necesidad injustificada; y al perder la base de sabiduría de los mayores, de los viejos, la socieda se debilita y pierde vías fundamentales de progreso. Lo había mencionado antes, todas estas distopías están ocurriendo al mismo tiempo y se entremezclan, y ahondan en la brecha vital que el hombre moderno, en su gran océano tecnológico e informacional, está sufriendo.

 

Notas finales

Aunque comparar este tipo de sociedades distópicas con nuestro mundo siempre resultará exagerado, estas historias sirven muy bien para alertarnos sobre los peligros que conllevan la tecnología y los pensamientos extremistas, sobre todo si caminan de la mano. Dice Rafael Reig en su libro «Señales de Humo (Literatura para Canibales I)», que la historia la aprendemos en los libros de historia, la ingeniería leyendo sobre ingeniería y la economía estudiando economía, pero que las emociones, lo que gira alrededor de las emociones y de la intimidad del ser humano, solo podemos aprenderlo en la novela. Y en estas novelas, películas o series, se nos da una visión premonitoria que, aunque deformada, aplica aterradoramente a nuestra sociedad actual y futuro posible. Tomémoslo como una advertencia, interioricémoslo, pensemos y hablemos sobre ello. Ninguna historia es solo una historia; nunca lo fueron.

El que escribe tampoco se libra de todo esto, no pretendo caer en esa falacia; he intentado escribir desde la verja, pero estamos todos metidos hasta las cachas. Somos miembros de la misma sociedad y, como tales, estamos sometidos a las mismas influencias y presiones. Me he limitado a aprovechar ese discurso actual sobre las distopías y hacer un breve resumen sobre el tema. Ojalá sea interesante; divertido no creo, me he enrollado demasiado…

Me hubiera gustado incluir más referencias a otros libros como, por ejemplo, el famosísimo «A Handsmaid Tale», que aplicarían bastante al mundo actual, pero no he tenido el placer o la suerte de leerlos todavía.

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