Te desclavaría el ánima,
ignorante moribundo,
me bañaría en tus lágrimas.
si con ese rancio gesto
borrara la cruel sonrisa
de tu torcido y espurio
rostro, heraldo de tu boba
y lastrada humanidad.
Maldito ídolo del hierro
que en estos feroces tiempos,
tiempos de oro, plata y barro,
nos agotas y desgastas,
respiras porque no piensas,
vives porque estás muriendo,
en cada voz de palabras
que salen del agujero
ponzoñoso e impedido
de tu boca sometida,
matas de ti el atrevido
impulso de lo que en otros,
menos cortos, menos mansos,
llamamos ganas de vida;
lo que a ti te falta, mustio,
lo que crees que te aviva,
pero que en realidad,
los pocos que aún discurrimos
conocemos por insomnio,
insomnio de vida y sueños.
Destierro bien merecido
ganaron tus ojos glaucos,
destierro que bien mereces,
ser deformado y rastrero.
El destierro y nada más.
Destierro de ti y tus manos,
destierro del corazón,
destierro de tus hermanos.