Primero despacio,
después fuerte,
en silencio,
en silencio vesperal,
poquito a poco,
creciéndonos
en las sombras
de la somnolencia
innata que nos alumbra.
Despacio y fuerte,
en soberana lentitud
firme arañazo
sobre un suelo
tatuado de piel,
sin pronunciar un aroma,
sin tocar un gesto
de más que no sea
el de la humedad concertada.
Despacio, despacio,
fuerte, fuerte,
como si sopláramos
del sueño recuerdo
que nos sacamos
de entre los labios,
cargados de intención
y de requiebros salados
al filtrar la pulpa y el hierro,
la fina sustancia
mezcla de todo sentido.
En silencio,
primero fuerte,
luego despacio,
y al revés,
al revés de todo,
antes y después,
ahora,
aun durmiendo,
siempre que sea siempre,