Cuando se trate de hablar,
recordemos nuestro trato,
el que hicimos con nosotros
y con todo lo pasado.
Cuando tengamos que hablar,
sigamos todos los pasos:
hablemos pues con los ojos,
y que no nos sea raro.
Que nos hable el corazón
y de la frágil esquina
donde se expresan los dedos
dejemos escapar, viva,
la sintonía enraizada
de las palabras sencillas,
las suaves, las más azules,
las que no dejan heridas.
Hablemos, y con la voz,
porque no queda remedio,
pero modulemos tonos,
sabor y los buenos tiempos;
sepamos coger con tino
cada tramo y cada precio,
que no nos cueste el candor,
que no nos solape el miedo.
Hagamos juntos este trato,
hagamos por escucharnos,
por mirarnos a los labios
y leer por entendernos.
Olvidar las diferencias,
los atrasos del juzgarnos
primero, sin intentar
siquiera considerarnos.
Que hablemos; y nos amemos.
Que dejemos de gritar,
en lo escrito y en lo hablado;
que nos dejemos llevar
por el tacto y la alegría;
que nos envuelva la paz
aunque el mundo retorcieras;
que empecemos por hablar.
Recordemos nuestro trato…