Caía el agua en una cortina miriápoda color de la tarde,
como llevándose en cada destello
un nuevo gramo de luz,
rotas las nubes en su cromado embeleso.
Dejaba el viento que todo lo cubriera la mano calmada
del trino de las gotas, soplo a soplo,
fuego acuático atomizado,
que hasta el asfalto parecía hacer música,
que hasta los coches formaban paisajes con los árboles,
enredados sus dedos, jugando a combar
los últimos rayos de un sol reticente,
inflamado de últimas horas.
Y fue tiñéndose la balsa del cielo, incendiando negruras,
fue cerrarse el horizonte y un clamor
de batalla retumbó entre los dientes,
llamando a las nubes a formar formas y derroches,
brotando como germinada del suelo la noche
en el aroma de las plantas puestas del revés,
de raíz a pistilo, de pistilo a raíz.
Como fundidas en hielo con la lluvia,
fueron derramándose las estrellas,
y todo quedó vendido,
todo quedó sometido al latir eterno
de los espacios vacíos aún por cubrir,
de las pieles entretejidas esquivando el dormir,
justo prendidas en los bordes magmáticos,
espumosos al escurrirse de la vigilia.
Imagen por: dansch