Cartas para Lima XVII – Un débil, un loco, un ignorante, un pobre.

por M.Bardulia
Cartas para Lima XVII - Un débil, un loco, un ignorante, un pobre

Querida Lima:

Dije que te seguiría escribiendo siempre, aunque ya no fueras, aunque que no leyeras nada, pero hoy no sé cómo seguir. Cómo continuar sin que todo se pudra oscura, sin dejar de decirte que, aun sin escribirte, no puedo evitar echarte de menos. Y duele, lo reconozco, pero duele más, porque, tú, al menos, podrás encontrar, habrás encontrado el amor, otro amor, tan grande o más, y mejor, seguro. Eso me da fuerzas, lo reconozco, que te cuiden, que ames, que vivas, duele más, pero no por verte en otros brazos, tus labios en otras pieles, sean las que sean; duele, más, mucho, porque estoy solo, completamente solo. Sin amor no merece la pena vivir. Sí, hay amor en mi vida, mis hijos, mis hermanos, algunos amigos que todavía saben lo que es querer sin intereses ni exigencias, pero no hay amor. Amor por amar, no porque sé es padre, hijo, hermano o amigo. Amar de amar por amar, por amor. Estoy solo en el vacío de saber, de tener la certeza, que yo no podré querer así, amar, nunca más.

Mi mujer es una estaca. Es un autómata a vapor con corazón de piedra. Su cariño es como de espinas, y cada palabra que me dirige quema con reproche y superioridad. El dinero de su familia. La posición, su posición, la importancia de su apellido, las apariencias, el orgullo, eso es lo todo en su vida. Los demás. No es una mala madre, al menos, pero es un hermana mediocre, una hija con peros y la peor de las esposas, o esposos, o parejas de cualquier clase, y por debajo, es la peor de las amantes. Una amante egoísta y enamorada de sí misma que no puede tolerar que nadie sienta nada que no haya sido aprobado por ella, que no haya, previamente, evaluado frente a la potencia supuesta de su propia emoción. Sus emociones son como el vapor. Estallan sin control, pero disipan con facilidad. No existen. No hay profundidad. No es maldad, ni mezquindad, es no haber sabido nunca entender lo que otros piensan o sienten. Nadie en su familia tiene el menor interés en los demás. Los demás son, generalmente, un peligro. Somos un peligro, una amenaza. En ella, y el resto de su familia, se cumple esa máxima amarga en la que nadie es tanto como ellos, ni en la bondad, la inteligencia o la capacidad para afrontar la vida, pisoteando, enfrentando siempre, jamás considerando.

La sensibilidad, sobre todo la mía, que siempre llevé a gala, que siempre entendí como la forma más común de mirar el mundo y comprender todo y a todos los que nos rodean, es una vergüenza que hay que ocultar. Un martillo que aplana mi corazón, lo reseca y lo prepara para ser procesado en las fauces mecánicas de su formas exactas, de su mundo preciso e inflexible. No existe la luz en ese mundo, solo el gris de las rutinas y las formas arcaicas. No existe el amor, porque el amor es sensible y lo sensible es un lujo que solo los débiles, locos, ignorantes, pobres, podemos permitirnos. Eso soy yo, hoy, un débil, un loco, el más grande de los ignorantes, el peor de los pobres, porque vive atado al oro que nunca será suyo, que le convierte en un Sísifo sin versos, pasados o futuros.

Solo te escribo a ti, porque no escuchas. Nadie quiere escuchar esto. Nadie quiere saber nada de lo que, en su corazón, muchos de ellos y ellas albergan. Nadie quiere revolver su realidad, y yo muero de soledad, de pena, de rabia, de puro encierro en mi propio corazón. Nada tiene que ver contigo, tu recuerdo me ilumina en estas profundidades umbrías que habito, es la única luz, junto con mis hijos, pero la tuya es una luminosidad distinta, porque va más allá de lo natural, y es, o fue, física, ¡física cómo nunca! No, no tiene nada que ver contigo. Tiene que ver conmigo, preso de las decisiones mal tomadas y de la vidas que equivocamos en perseguir. Hoy soy el esclavo dolorido, cansado de vivir con su carga, pero condenado a vivir así tanto como le interese a su dueño y captor.

Habría decisiones que tomar, pero no voy a someter a mis hijos al escrutinio obtuso de la sociedad, ni pondré en riesgo su salud, su corazón, no dejaré en manos de las garras frías de la ortodoxia sus almas luminosas. No, he de quedarme, porque tengo que cuidar de que nunca se apague su brillo. Lo haré, como vivo, en la sombra, en los ratos cálidos en que la mirada de su madre y sus iguales no nos asfixien de sal, pero he de quedarme por ellos, por su futuro, por el de su corazón, porque un día ellos sepan de verdad amar.

Te creo feliz, aunque solo imagine, y aunque parezca mentira, vivo de esa felicidad imaginada. No imagino ser yo quien te haga vivir, solo te imagino a ti viviendo, y haciéndolo bien, haciéndolo como debes, no cometiendo los errores que yo cometí. Sé feliz y vive, no creas que hay nada en esta vida que debas hacer porque nadie lo diga. No te dejas cegar por la riqueza o las comodidades que una posición acomodada puedan implicar, concéntrate en vivir, y en amar libre, y en asegurarte de que lo haces con toda la sinceridad que nos debemos, que tú te mereces.

Siempre te querré, porque quererte es de las pocas alegrías que me quedan. Siempre lo haré, porque así lo dije y así lo haré.

De tu querido Eric, que te imagina siempre feliz y, aunque llueva, siempre, eso le hace feliz.

Eric

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