Cartas para Lima XI: Instinto

por M.Bardulia
Cartas para Lima XI: Instinto

Querida Lima:

No espacio mis escritos porque no tenga ganas o tiempo de hacerlo, sino porque ni siquiera en mi corazón quiero recargarte con mis pensamientos o emociones. Ya no lees nada de lo que escribo, porque no hay sentido y por la imposibilidad de que nada de esto llegue hasta donde estás, pero en mis instintos siguen creciendo las palabras con las que hablarte y contarte.

La vida sigue. La mía también. La familia, el trabajo, el mundo alrededor que parece haber olvidado que existe una vida fuera de las rutinas diarias y los convencionalismos humanos. Intento adaptarme a ellos, a su ritmo, a sus vidas insulsas, intento vivir con la rala felicidad de amar a medias y el querer buscar lo mismo que ellos y ellas buscan, pero sé que no voy a encontrar nunca la paz de esa forma. Y, sin embargo, he de hallarla. Los niños son una fuente posible, y una constante alegría, a pesar del peso que a veces nos suponen y de la enorme responsabilidad que rodea a todo lo que significa intentar crear, por encima de todo, buenas personas. Quizá eso sea lo más difícil de todo, intentar hacer buenas personas en un mundo que las denuesta y acorrala, que las desecha y oprime; quizá sea eso lo que más revuelve esa paz que tanto ansío, pero no es lo único.

Yo sigo pensando en el amor. Intento no teorizar, intento, aunque suene paradójico, no pensarlo; intento sentirlo y, ya que no vivirlo, al menos imaginarlo. Hay cierto alivio en encontrar la emoción primaria que enciende el amor. No el amor por alguien o algo en concreto, sino el amor en sí mismo. La raíz de esa felicidad máxima que sería amar por amar, sin mirar, ni escuchar, ni siquiera sentir el tacto de una caricia en la piel. Busco ese calor y en ese calor reconfortarme. Por supuesto, la base mi indagación personal eres tú, y tu amor, y todo lo que lo ha rodeado, pero intento ir más allá. Por mi propio bien, en gran medida, todo esto no es una cuestión desinteresada, ni mucho menos, pero no puedo evitar tener siempre cerca, estar, siempre que me acerco a esa fuente primordial —quizás inalcanzable—, presente, contigo delante, contigo encima, contigo debajo, contigo en todas las dimensiones posibles de un mundo inacabable.

Inacabable… Así se me antoja hoy el mundo: inconmensurable. Todo está lejos. Poco hay que me quede cerca. Me siento una isla flotando en un espacio ignoto, hostil, desconocido, oteando un horizonte borroso y plagado de grandes acantilados en los que nada ni nadie es capaz de arribar sin hacerse añicos, sin deshacerse contra el duro cerco de sus bordes afilados. La realidad es que me cuesta ver la luz en un mundo como el nuestro.

La injusticia, la guerra, la avaricia, la envidia, la soledad de todos y cada uno de nosotros, el aislamiento al que nos sometemos, el poder que pudre las entrañas del mejor de los hombres, las fauces babeantes dispuestas a devorar a todo aquel que no esté dispuesto a devorar al otro. Me cuesta encontrar un espacio en el que respirar. Por eso, mi único refugio es recurrir al amor. Y es que tu amor ha sido, y sigue siendo, esa tímida luz que sigue alumbrando en una densidad de sombras carnívoras. De él parto, a él sigo, por él aprendo y desde él y hasta él creo que llegaré cuando sepa destapar la verdadera esencia de nuestros instintos. Instintos de solidaridad y comunidad, de equidad, de amor por amor, de todas las formas de amor, de todos los colores del querer ser con el otro, ni más ni menos, sino con el otro; no como él, no sobre él, no sin él, sino con él, o ella, o ellos, o todos.

Sigo recordándote cada día, y cada día pienso en ti, pero intento cada vez más sentirte y eliminar esas percepciones intelectuales, casi siempre herederas de un entendimiento mucho más hosco, mucho más prosaico y pautado en un amor cosido a conciencia en el corsé de lo que una sociedad cobarde teme dejar libre. Prefiero sentir más. Abandonarme a las deliciosas tormentas de ese líquido, de esa lluvia clara y pura. Siento más, luego sufro menos, porque nada me dicta el qué o el por qué, ni siquiera el cómo, o el cuándo, todo puede ser por siempre, todo puede ser, podrá ser, será, cómo yo quiera.

Yo siempre he querido quererte, pero ahora quiero empezar sintiéndote; para eso no necesito escucharte, ni verte, ni leerte, solo tengo que bucear e imaginarte, y desde la imaginación, profunda, inconsciente, aprender a sentirte.

De tu Eric, que siempre intentaré sentirte, porque pensarte nunca nos hará justicia…

Eric.

Sigue leyendo

Deja un comentario