Cartas para Lima X: Lo malo y lo bueno

por M.Bardulia
Cartas para Lima: Lo malo y lo bueno

Querida Lima:

Estos días están siendo más grises de lo que deberían. La lluvia es siempre una bendición, con la que conecto mejor que con los rayos desaforados de un solo demasiado espléndido, pero últimamente vivo en una deficiencia de luz que me aprieta más de la cuenta. No es nada serio, a veces, cuando busco esa umbría que dan las nubes o la oscuridad salvífica de la noche, me hundo, me sumerjo tan profundamente en sus cálidos vacíos, que me cuesta retomar el camino de vuelta. Y cuando lo hago, algo de ese vacío, de esa marea calma y silenciosa, viene conmigo, otorgándome ese exceso de grisura que me cuesta, a veces, gestionar.

Me gusta pensar en cómo estarás. En que estás bien, por supuesto. Me gusta imaginarte haciendo todo tipo de cosas, viviendo como sabes vivir. Te pienso siempre pensando, en esa cabeza tuya que le da vueltas a todo, pero que tiene tanta fuerza para entregarse cuando la ocasión lo merece. Te veo viviendo, y amando, te veo feliz en brazos de quien te quiera, de quien bien te quiera, de quien tú elegirás. Te veo y me gusta imaginarte siendo tú, riendo en lo más intrincado de esta vida corta, de este tiempo pasajero. Me gusta, y aunque a veces un pinchazo de dolor me sube hasta el centro del pecho, por no estar yo, allí, aquí, sea donde sea, contigo. Ser yo quien te haga sonreír. Ser yo quién te quiera y a quien tú quieras. Estar, aunque fuera, en la misma ciudad, pudiendo compartir algunos de esos momentos vibrantes, nuevos, únicos, que tienes que seguir viviendo.

Yo sigo con mi vida al ritmo de siempre. No puedo decir que esta sea la que yo hubiera elegido, pero sí que es la que yo elegí, con mayor o menor conciencia de hacerlo. Me castigo, lo reconozco, continuamente, por no haber podido, sabido, decidido irme contigo hasta el último confín del mundo, pero sabes tan bien como yo que una relación basada en un ruptura, en algo tan dramático, tiene todo el carácter de un fracaso por venir. Y, sin embargo, me castigo. Me culpo, porque no hay otro culpable más que yo. No puedo hacer otra cosa. Culpable de no haber sabido guiar su vida por el camino correcto, el camino de uno mismo, el único camino correcto, el que uno, y no los demás, no la familia, no la sociedad, no los que hablan, decide llevar. Me culpo, también, por no haber sido todo lo valiente que debería, porque quizá debiera haberlo sido, contigo. Quizá lo sea. Mi vida no es el espacio de tranquilidad que una familia debería ser. Mis hijos son maravillosos y solo hay alegría en ellos, a pesar de todo lo que la responsabilidad paternal conlleva, pero mi mujer y yo hace mucho tiempo que partimos hacia destinos separados, y esos barcos en los que los conducimos, hacia tierras, más o menos ignotas —más las mías, que nunca he sabido dónde llegar—, hace tiempo que se alejaron demasiado como para volver a reencontrarse alguna vez.

Así es, así somos, y eso es lo malo de todo esto. No ser feliz es malo, es algo muy malo. No ser totalmente feliz es algo humano, pero no serlo de una forma humana, real, alcanzable, es parecido a una cruel enfermedad que nos devora cuerpo, mente y corazón. ¿Soy feliz? Preguntarías, si leyeras esta carta. ¿Qué es ser feliz? Contestaría yo, como réplica obliga y lógica. No soy feliz, proseguiría, porque nunca se es feliz si no se tiene amor. Ah, pero hay muchas formas de amor, eso es verdad, el amor de unos hijos y hacia estos hijos, que es de las cosas más grandes que se puede experimentar, pero no lo es todo; el amor de la familia y de los amigos, tan necesarios como respirar o comer, pero que tampoco lo hacen o justifican todo; el amor de la pasión, el amor de querer, el amor que seguiré sintiendo por ti; el amor que solo sentimos, precisamente, en cuerpo, mente y corazón. Ese amor, el que digo, sin miedo a equivocarme, que siempre sentiré por ti, ese amor, sin ese amor, todo lo demás se pinta con ese exceso de gris, esa pátina de semioscuridad que hace difícil que uno vuelva a ver el sol, que vuelva a saber disfrutar de la luz, como lo hacía en presencia, en el sentimiento de ese amor, grande, brillante, a veces desesperado, otras confiado, tranquilo, pero apasionado y efervescente, que todo lo hace estallar, que todo lo revienta de la forma más bella posible.

Es poco lo malo. O nada. Lo bueno es todo lo demás, es decir, casi todo. O todo. Lo bueno es que yo sigo recordándote, pensando en ti, viéndote, disfrutando con las vidas que te imagino, aunque duela, es reconfortante en su gran mayoría saberte viva y feliz. Feliz, ese es mi consuelo, que seas feliz. Que tú, de los dos, seas completamente feliz. Eso me hace sonreír. Verte sonreír, y reír, y llorar, y gritar, y bailar, y dejarte llevar, verte vivir, me hace sonreír; verte, aunque sea solo un fruto de las composiciones que mi imaginación hace en acuerdo brutal con mi memoria, me hace verdaderamente feliz. Lo bueno es haber nos querido. Que me hayas querido. Haberte podido querer. Lo bueno es poder seguir queriéndote, y poder decírtelo, aunque sea a través de estas letras desunidas y lastradas por mi impaciencia a la hora de contarte, mi incongruencia vital al haberte dejado ir sin más, con solo la risa y la felicidad de saberte allí, y la, a veces insoportable, aunque casi siempre bendita, profundidad y detalle de mi memoria.

Como siempre, mi querida Lima, sigo pensando en ti, sigo queriéndote con el más profundo y libre de los amores. Lo mejor, por encima de todo lo malo y lo bueno, es que, este amor, ahora imaginado, lanzado al viento, no estará nunca sometido a los regímenes de los amores tangibles, de aquellos que se hacen realidad, y eso le da una cualidad única, una durabilidad desconocida, una posibilidad de inmortalidad a la que el resto de amores no podrán nunca acceder, consumidos por los rigores del tiempo, la edad y esos lugares comunes, plagados de rutinas, que tanto pueden separarnos. Lo mejor es que, ahora, yo puedo hacer con mi amor lo que me plazca, y lo que me place es vivirlo libre, verte feliz y hacerlo por siempre.

De tu Eric que, como ves, nunca se olvida.

Eric

Sigue leyendo

Deja un comentario