Te lo dije bien clarito (o casi):
Tu bandera, la mía, me la sudan.
Tus patrias,
destartalados refugio del viejo mundo oscuro,
resbalan invisibles sin tocarme.
Tus fronteras son de papel,
una cuestión temporal en tramo de justa muerte.
Tus nacionalismos, los míos,
la exacerbada relación con una tierra que no es tuya,
que no es de nadie,
tu ignorancia borrosa del universo
y los eones que también te ignoraron,
rata fanerozoica,
todas tus creencias anquilosadas y pueriles
se arrastran por un limo enflaquecido,
reseco, quebradizo,
que llama al polvo y al viento.
Crees que es ¡solo! poesía,
(es que ha habido alguien más fuerte)
ilusiones infantiles, dirás:
«idealismo»,
«progresismo» iluminado,
pero es ciencia, humanismo,
es antropología y es historia,
son los hechos que te rodean,
pero que ignoras, ufano;
es el universo oscuro,
es mirarse a la cara y ver,
en cada rincón,
hombres y mujeres,
solo,
y tanto,
hombres y mujeres
iguales aunque te empeñes,
dueños de nada,
pasajeros, caminantes,
efímeros,
que somos de las estrellas
tanto como las rocas,
como el mismo polvo
que dispersa la luz
para que de azul brille un mismo cielo,
de transparencias la misma, sola noche.
Pelead, pelead,
que el tiempo corre siempre,
hacia adelante,
y nos arrastrará con él,
y enterrará los gritos
y olvidará las guerras,
no quedará nada,
salvo todo, el universo,
la tierra,
de lo que somos,
todo lo que no somos.
Deberíamos ser más astronautas,
menos oriundos,
poco a poco
más solares ambidextros.