A solas

por M.Bardulia
Relatos en Bardulias: A Solas

¿Que qué hago aquí? Lamentarme, lo primero, y celebrar, celebrarlo a lo grande aunque no lo parezca. Lamento haber dejado atrás un vida plácida, tranquila, y celebro haberme abierto a otra nueva, menos tranquila, más fluida y vidriosa. Vidriosa, sí, no me mire tan raro. Es lógico que no entienda lo de vidriosa, es un término casi médico. Parece que todo brilla más, como el cristalino de un ojo, con ese brillo acuoso y vidriado. Quizá ahora lo entienda mejor.

Estar sola en la playa es un auténtico placer para mí en estos días. No me molesta, no se preocupe, me agrada que se haya acercado, y en cierta forma, algo primitiva y fruto de este nuevo descontrol al que me estoy prestando, me excita. No se relama todavía, esa excitación no me ha cegado aún. ¿Me cegará? Puede que sí. Me abandonaré a esa ceguera siempre que usted se abandone a la sordera de todo lo que le rodea. No soporto las rutinas en el habla, ni en el cuerpo humano, la normalidad ha llegado a agotarme tanto que pienso entregarme con total dedicación a la exuberancia de no hacer nada. En eso estoy. Hasta me he dejado enseñar los pechos. Mírelos sin miedo, sé que son bonitos, soy una mujer joven. Una chica joven incluso. ¿Quiere saber qué edad tengo? Recientemente he cumplido los treinta y cuatro.

¿Le parezco tradicional? Lo soy, o sé serlo, cuando es debido, aunque me agota profundamente. Quiero practicar sexo con usted, ahora, aquí mismo, sin conocerle de nada, en medio de la playa y que los niños nos miren patidifusos y sus padres les tapen los ojos horrorizados ante nuestra demostración carnal sobre la arena. Pero no lo voy a hacer. ¿Lo ve? No lo ve, antes yo tampoco lo veía… A punto he estado de tirar mi vida por la borda —utilizo este término marinero, aprovechando que estamos frente al mar— con el hombre de mi vida. Paré a tiempo y salte del tren en marcha. No aguanté más y me acosté con uno de mis jefes. Es guapo, sí, y atractivo, y un mujeriego, peligroso en cierta forma nada peligrosa, y bastante banal ahora que lo menciono. Le di lo que quería, llevaba buscándolo desde que entré al hospital. Fue maravilloso, un desplome absoluto, caí en el abismo con él hasta golpearnos con la roca granítica del fondo y quedarnos seminconscientes. Qué delicia sentirle descerebrado, resquebrajado él también en sus modales y principios. Fernando no se lo tomó muy bien —Fernando es mi ex futuro marido, un hombre rico, tan formal como yo, aunque ambicioso y mucho menos listo de lo que él cree—, como es lógico, pero acabó por aceptarlo con una entereza que me provocó arcadas. Me desmayé, de forma totalmente controlada, claro está, y dejé que sufriera un rato por lo que había sido mi pecado. Cuando abrí los ojos estaba allí, llorando, totalmente confundido, pidiéndome perdón y asegurando que no lo volvería a hacer.

¿El qué? Pues dejarme sola, permitirme que cometiera un error como aquel. Claro que no le perdoné, me marché ese día y no le dejé volver a hablar conmigo. Esa misma noche llamé a casa de mi jefe y le conté absolutamente todo a su mujer, lo mío y lo de todas las que me habían precedido, le conté hasta lo de aquellas que ni siquiera eran verdad. Inventé todo lo que pude. Lo merecía. Cogí el coche que había sido de mi futuro marido y lo quemé en un descampado cerca de su casa. Le escribí un mensaje: “eres un cerdo, te lo mereces”. Ni siquiera sé por qué, no es un cerdo, pero merecía un escarmiento, algo que le hiciera despertar de una vez de ese letargo al que me había sometido desde que nací. Qué más da que no le conociera hasta pasados los veinte años, estaba predestinada a ser como él, a ser con él y para él, desde el primer llanto.

Soy feliz. Tan feliz como puede ser alguien que jamás ha sabido lo que es la felicidad y que, por tanto, nunca lo llegará a saber. No me enseñaron a ser feliz. ¿Y a usted? Veo que está algo asustado por mi soliloquio, y es normal, pero me temo que va a tener que aguantarme si quiere que estos pechos sean suyos, le prometo una noche, o varias, eso depende de usted, que no olvidará, pero tendrá que escucharme. Qué simples son, ¿verdad? Una vagina y un buen par de tetas les basta para cualquier cosa. Les admiro. Admiro profundamente a los hombres, a esa monocanalidad tan suya que les permite abstraerse de todo lo demás. Si son tetas, son tetas; cuando es comida, es comida. Nunca las dos. El sexo es sexo, ¡bravo! Son ustedes lo último y más avanzado de la evolución humana. Nosotras las mujeres acabaremos por desaparecer sin no aprendemos a ocultar nuestra complejidad. Complejidad, que no femineidad, la femineidad es un asunto más húmedo, más oloroso y difícil de acallar. En este mundo no hay ya sitio para las personas con más de un lado, con más de una faceta en el cubo orgásmico de la razón.

Qué cantidad de chorradas, ¿verdad? Es lo que tiene haber vivido asfixiada, que la hipoxia en el cerebro y en el alma le deja a una secuelas. ¿Querrá usted que le chupe la polla? No es capaz de contestar, me lo temía. Creerá que sólo intento escandalizar a un desconocido, puede que sea así, que sólo le esté tomando el pelo en venganza por el hecho de haberse atrevido a molestarme en mi posible único día de playa a solas este verano, pero también puede ser que no, y que esté dispuesta a chuparle la polla y a dejarle mi cuerpo como si fuera el suyo propio para que los dos nos sintamos, si bien tan sólo por unos pocos minutos, algo menos desesperados. ¿Qué opina? ¿Se arriesgará? ¿Estoy tan loca como parezco, querido?

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