Le miró a los ojos, por fin,
y entre las setas se rieron
las hadas que, traviesas,
habiendo dejado sus danzas,
bajo la luna los espiaban.
Nadie más les vio,
solos en la frontera
del país borroso,
que sin darse cuenta,
al cruzarse los ojos,
al fundirse sus pieles con el frío,
habían abierto para regocijo
de las nocturnas danzantes.
Se miraron por fin,
bajo la niebla que abre
caminos hacia el futuro,
pero hace perder a muchos
las sendas del pasado;
y solo las hadas les vieron,
jugando a hacerles cosquillas,
a agitar las hojas,
a asustarles con sus murmullos,
mientras ellos se miraban
con miradas de fuego.
No dejaron de mirarse,
si no hubiera sido por el frío…
y las risas pequeñas,
y las voces cantarinas,
y las uñas traviesas…
No dejaron de mirarse
cuando, pasando por encima
de los rituales invisibles,
retomaron el camino a casa;
y las hadas siguieron riendo,
y volvieron a cantar y a bailar,
celebrando entre las setas,
que nada está perdido
mientras dos de ellos se amen,
mientras sepan mirarse a los ojos,
congelar el frío,
despertar el fuego.