8ª Semana – edición especial…

por Con Tongoy

Sé que la pretensión de hacer este blog se basaba en una propuesta semanal, pensando en lo limitado de mi imaginación y capacidad escritora, y sobre todo, en lo mucho que puedo llegar a aburrir a alguien en un solo texto, como para aburrirlo en más de uno. Pero hoy ha ocurrido algo poco habitual, algo que jamás me había ocurrido en una situación como esta, alejado de mi casa, de mis amigos, de la familia y de lo que solía considerar mi vida. Hoy me ha ocurrido algo nuevo y aunque pueda parecerlo, no es definitivo. Al fin y al cabo es un vampiro, siempre revive.

Siempre revive, eso lo sé, pero nunca lo había matado yo mismo, con mis propias manos. Y es que este ha sido uno de sus fines de semana exánimes. Esos que de vez en cuando lo aquejan, cuando hay demasiada actividad, cuando yo no tengo mucho tiempo en el que pode dejar rodar mi cerebro y mis nauseabundas ideas y él sufre, buscando la manera de aparecer, de hacerse notar para sacar algo de su alimento, para poder extraer de mí un adarme de angustia, de esa jugosa ansiedad de la que tanto goza y disfruta. Estos no han sido sus días, demasiado ajetreo, demasiados planes, demasiado buen rollo y conversación, en varios idiomas, español, inglés, francés, demasiado lío para lo que él está acostumbrado. Por eso estaba tan rabioso hoy desde bien temprano, sacando su artillería más pesada, intentando desarmar las defensas que inconscientemente había armado delante de él. Todo ha sido inútil: si por la mañana una leve, aunque dolorosa resaca ha amortiguado cualquier atisbo de su éxito, por la tarde, la necesaria siesta y una bien elegida película “kaurismakiana”, han terminado por agotarle del todo. Al fin y al cabo, llevaba casi tres días sin probar bocado. Tanto ha sido así, que ha decidido no venir con nosotros al último compromiso de este, para él, agotador fin de semana. Y ha hecho muy bien, no hubiera podido sacar nada, sólo habría conseguido irritarse más, depauperarse más a sí mismo, porque todo ha ido genial. Buena comida, aunque toda ella alemana, buen vino, y en gran cantidad, lo que es casi más importante, y una muy buena compañía, variada, indios, alemanes claro está, italianos, armenia… La conversación ha sido genial, me he sentido confiado, a pesar de mi inglés enterrado bajo años de inactividad, ha sido hasta gracioso puedo decir, lo que no suele ser siempre habitual en esta ciudad de innumerables, y tantas veces inútiles, cenas. Repetiría, sin duda. La única pena es que haya acabado tan pronto, que hayamos tenido que volvernos a una hora en la que él aún seguía despierto.

 

No sé que hace este Tongoy tan personal mío, para alimentarse cuando yo no le surto lo suficiente. No sé lo que hace, pero algo hace, porque en las situaciones de más hambre, es en las que más fuerza puede desarrollar sobre uno, de algún sitio sacará sus energías. Por eso la vuelta tan temprana ha sido de verdad un engorro, ha saltado encima de mí como un perro faldero, como una mascota, revoloteando a mi alrededor, preguntándome inocentemente sobre la cena, intentando, como en sus mejores jugadas, que me confiara, que me dejara llevar a su terreno y así acabara molido por su malicia. Y casi tiene éxito. Y hubiera tenido éxito, si no llega a entrometerse en un momento demasiado delicado incluso para él.

Lo que él no sabía, es que yo había recibido un email importante de camino a casa. Nada tenía que ver con el trabajo, esos mails rara vez son tan importantes, más raras veces llegan un domingo a las once de la noche. Este email era algo familiar. Hay una curiosidad dentro de mi familia y es que un antepasado de mi madre se apareó –nótese el carácter animal del verbo- con uno de los últimos trasgos que habitaban ciertas regiones del centro de la península ibérica. La prole surgida de esta extraña unión –extraña por el cruce de especies, el trasgo no era distinto de un hombre salvo quizá por su aspecto externo y un limitado intelecto; diferencias no tan obvias con cualquier humano, de ahí el quizá- no fue muy diferente al de una unión humana normal y corriente, todos aparentemente humanos, con algo de trasgo, ciertos brotes a veces, pero muy normal en términos generales. Sin embargo, con los años y el desarrollo de un cerebro mestizo, se fueron observando ciertas anomalías en algunos miembros de la familia, no habituales en un cerebro de un humano, digamos, propiamente hecho. Yo no soy quién para juzgar este tipo de enlaces inter raciales máximos; máximos, porque se trata de una unión de lo real con lo irreal, de lo oculto e imaginario, con lo visible y tangible. Pero es cierto que a través de los años, estos niños, los que pertenecen a esta rama, un tanto atrofiada de la familia, estos a los que yo llamo primos, fueron derivando hacia formas de comportamiento, claramente deudoras de la herencia “trasgo”. En pocos años, su animalismo y simpleza, recibidos de su masculino antecesor, lograron dominar y someter todo rasgo de herencia humana recibida a través de su madre. Es algo privado, algo que comento de forma sucinta, sin entrar en detalle, pero algo que, muy a nuestro pesar, hemos tenido que sufrir, sobre todo en estos últimos años.

Trasgo

De ahí el email recibido hoy. De ahí las habituales y distorsionadas comunicaciones que llevamos recibiendo todos en la familia desde hace años. Son trasgos en esencia, pero trasgos humanos, lo que les otorga una capacidad de raciocinio, mucho mayor que la media trasgo habitual; lo cual no es más que otro pesar, puesto que les permite valerse de herramientas humanas como la escritura, el teléfono, incluso la universidad, a los que siempre otorgan ese carácter viciado, un uso torcido y perverso, que pocas veces es comprensible para una mente humana, sinceramente sana. Imaginen el dolor que implica ver a un miembro de tu familia, por irreal o inventado que sea, caer en esa podredumbre vital, en esas formas de actuación corruptas, siempre deformándolo todo, siempre intentando destruirlo todo, hasta a ellos mismos, pero sin ni siquiera saberlo. No es fácil vivir así, pero se lleva, es la familia, son la familia.

Hoy ha sido uno de esos días en los que yo les he sufrido a base de bien. Yo, justo yo que precisamente les he defendido tantas veces frente a la familia, he pagado por mi buen trato y respeto a su condición de inadaptados personajes de cuento. Llevaba ya unos meses intentando reconducirles, buscando revitalizar algo de lo humano que pudiera quedar en ellos y creía que estaba funcionando. Vaya si lo creía que hasta me reuní con ellos, me senté a hablar con ellos y disfruté de una de sus pantagruélicas comidas. Pero hoy todo eso, todo lo que intenté se vino abajo, todo lo que me dijeron en su contra, pareció hacerse verdad de un plumazo con uno de sus emails ramplones, bárbaros y puramente irracionales. Una de esos emails que creí habían abandonado, lleno de erratas, plagado de idioteces, de fantasías más propias de esa, su supuesta identidad fantástica, que de lo humano que estaba creyendo destapar. En resumen, un crimen escrito, una grosería tras otra, un ejemplo perfecto de lo mucho que hay de trasgo en ellos, pero sobre todo, de lo mucho que pesa el trasgo en ellos. Y tanto que pesa. Tanto pesa, que empiezo a pensar de verdad que no hay remedio para esa herencia viciada suya. Una pena.

Esa ha sido mi reacción, una pena, de auténtica pena. Tanto esfuerzo, tantos desvelos, tanto luchar contra los que los creían seres de lo imprevisto, para acabar teniendo que darles la razón. Aunque he de reconocer que no me he rendido, no todavía, y ahí entra mi amigo nosferatu, él con sus orejas puntiagudas mordisqueadas por ratas y su nariz, eternamente rota por varios sitos. Ese ha sido su error, creerse que podía sacar tajada de aquello, de mi pena, de mi desesperación ante la falta de humanidad de mis familiares. Me ha pillado en mal momento, qué le voy a hacer, no lo siento, sé que volverá. Pero nunca debió molestarme, nunca debió atacarme mientras escribía un mail de vuelta. Un mail de reproche, pero también un mail lleno de firmeza, lleno de respeto y aplomo por mí mismo y por lo que había estado haciendo en ese tiempo; algo de humano quedaba en ellos, responderían, sino, no quedaría más que permitirles internarse en el bosque y dejar que encontraran a sus verdaderos iguales. Mi Tongoy se metió en medio, criticó una frase primero, no hice caso, criticó otra, casi ni le escuché, se metió con mi pedante estilo de escribir, le devolví una mirada de soslayo, poco interesante.  Finalmente, dijo algo que hizo mella, poco o nada lo demostré pero de verdad alcanzó la fibra que a todos nos suena de vez en cuando. Criticó el uso de una palabra, me vio escribirla, me vio después buscarla en el diccionario y corregir una uve que en realidad era be, se metió conmigo, me dijo literalmente, “anda ya, no uses palabras que no entiendes para darte importancia”. Me dolió, penetró la consciencia y golpeó una piel de tambor en lo profundo. Me abstuve de responder, callé resentido, quise mantenerme aparte. Callé. Terminé mi email sin dirigirle la palabra y lo envié. Si la cosa hubiera acabado ahí, no estaría escribiendo.

Ya quemado por la situación familiar, empezando a asarme por culpa de mi compañero lamprea,  me puse a leer un rato, intentando olvidarme de todo. Al poco tiempo de leer, sabiendo sobre mí la mirada, ahora más divertida, del hambriento Tongoy, me decidí a colgar en Facebook una frase del libro de Bolaño, que hace días tenía guardada. Reflejaba bastante bien mi estado de ánimo, esa desesperación para con lo humano que hay en todos nosotros que no conseguía encontrar, ni siquiera en supuestos miembros de mi familia. Lo de poner las cosas en público tiene algo de balsámico, saber que la gente también comparte cierto significado de las palabras, hace que uno se relaje y disfrute más del mundo. Me levanté del sofá, me he levantado, ha sido hace unos pocos minutos, y la he escrito, la he releído y justo cuando la iba a colgar, él ha dicho algo que ha terminado por quebrar el último nervio que mantenía mi probable pequeño gesto trasgo, atado y oculto. No ha sido nada especialemten grave, ha vuelto a hablar de mi pedantería, de lo inútil de seguir demostrando ser cosas que no soy, de sacar cosas que en realidad casi ni entiendo, pero ha sido suficiente. Sin mediar palabra, he saltado sobre él, le he vencido sobre el suelo y le he golpeado fuerte en el pecho, bien fuerte, en su lado derecho, donde sé que se encuentra uno de sus dos corazones, el principal, ese que nutre a su cerebro, manteniéndolo siempre vivo, sin necesidad de sueños o experiencias emocionales. Le he golpeado con todas mis fuerzas, dos, tres, diez veces, quizá más, con las dos manos a la vez, no he parado hasta que he visto que su lengua azulada caía lacia por la comisura de su boca, como si en vez de pararle el corazón a golpes, le hubiera estrangulado con mis propias manos. Le he visto morir, he visto blanquear sus ojos de pupilas invertidas y me he quedado sentado sobre él, mirándole, viéndole desaparecer, viendo como su cuerpo se desmaterializaba sin más en el aire. No dejó rastro, no al menos físico, pero sí una insoportable sensación de soledad, de insondable e intranquila soledad. Me he quedado embobado durante casi una hora, antes de poder levantarme del suelo.

Más frío ahora, sé que no ha sido nada grave, nunca lo había hecho, nada más, pude hacerlo años atrás con alguna de sus otras encarnaciones, pero jamás salió de mí arrebato semejante, jamás me pusieron sus pasados avatares en una situación similar. No hay por qué preocuparse, en un par de días, tres a lo sumo, como si nada, estoy seguro, estará de vuelta.

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