Un día yo vi a Ángel González,
pasar por delante de mí,
distraído,
como si en versos no fuera montado,
diciendo su nombre
de arriba abajo,
deslizándose sin rima.
Un día yo vi a Ángel González,
con sus gafas y su barba
repoblada,
su botella invisible,
sus manos nerviosas;
le vi y le grité,
pero todo fue en vano.
Un día yo vi a Ángel González
y él no me vio;
le canté las frases,
le susurré bien alto,
como el hace,
casi con dureza,
sus otoños
y esas otras luces,
y no me oyó.
Un día le vi y con eso me conformo,
aunque no fuera real,
aunque solo del papel
y las ganas burdas efusiones,
y él estuviese ya muerto,
y yo lejos,
como su nombre,
como descrito.
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