Tu reflejo

por Con Tongoy

Ese reflejo en el gran óvalo de espejo al final del pasillo, difuso, apenas perceptible en la oscuridad de la mañana, oscuro y perdido cuando la noche cerraba todas las puertas de la gran casa señorial, provocaba una extraña sensación en tu espalda, como si los ojos que del fondo del cristal ajado por los muchos años de espera atravesarán tu cuerpo de parte a parte y salieran por tu espalda en un hálito frío que erizaba tu espalda.

Ese reflejo desde el centro del mueble antiguo siempre estaba allí para ti, paciente, lejano y pasajero en su ubicación secundaria en la segunda planta de la vieja casa. Si te acercabas, no mirabas, no levantabas la cabeza, no querías encontrarte de cerca con los brillos de una figura que jamás reconociste, que, a pesar de parecerse casi de forma idéntica a ti, mantenía un rictus pesado en las facciones del rostro que te hacía dudar de que fuera en realidad, y nada más, tu simple reflejo.

Siempre intentaste no encontrarte con él, con sus bordes mordidos por la oscuridad que poco a poco invadía la antigua superficie antes prístina de aquel espejo, tan viejo al menos como la casa que lo rodeaba, que parecía crecer a su alrededor; o quizá más… Tu reflejo siempre te causó pavor, porque nunca llegaste a tomarlo como tal. Ese reflejo no era para ti, parecía salir desde dentro, de otras luces, de un mundo distinto al tuyo, siempre cambiante, siempre con gesto de sorna en los oscuros rincones del día. Nunca pudiste contemplar tu reflejo, porque hace tiempo que dejo de ser tuyo, al menos desde que tu memoria fue difuminándose, perdiéndose con cada año que marcaba la madera ennegrecida que tapizaba las paredes del ancho pasillo que en tu niñez evitabas pasar a solas.

Hoy ese reflejo no te dice nada, ni las formas que allí ves ni el pasillo que lo define en uno de sus extremos ni la casa en que todos habitáis desde hace más años de los que te gustó reconocer. Tu imagen sigue ahí, pero no eres tú, no hay lugar para la memoria en tu perdida senectud, no hay más que brumas, vacíos que te atormentan más de lo que nunca llegó a atormentarte ese viejo reflejo ladino y deforme que nunca quisiste ver de cerca. Hoy, ni el espejo ni tú os reconocéis mutuamente, y paseas por aquel ala sombría de la casa sin preocuparte, sin ni siquiera percatarte de la confusa forma que te sonríe triunfante desde el fondo de su cárcel cristalina.

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