En España somos muy de lo nuestro. Somos tan de lo nuestro que nos hemos vuelto unos extremistas del carajo. Nos gusta ser unos radicales, acodarnos en nuestra opinión «manquepierda» o «manquelepese a quien le pese». Y así nos va.
Y así nos ha ido. Y nos irá, supongo. Lo mío, bueno, muy bueno, pero sólo lo mío. Lo de los otros, malo, muy malo, execrable, feo. De mis padres heredé las ideas y así se van a quedar, que para eso tiene uno su abolengo. Qué manías… Nos quejamos de Europa y sus maneras cuadradas, sin darnos cuenta de lo terriblemente cabezones que somos por aquí. Aplica a todos los ámbitos de la vida, pero en política es donde alcanza esas cotas de ridículo y tontería en las que nos revolcamos, felices todos, muy felices.
En España, una opinión, una idea, es un absoluto; para el Español medio, se entiende. Podemos malo, Ciudadanos bueno. Ciudadanos demonio neoliberal, Podemos cruzados del pueblo, libertadores… ¡Anda ya! Parecemos tontos. Y digo que parecemos, y estoy de buen humor, porque algunos se empeñan en parecerlo, mucho, de forma obstinada y persistente; que no les da vergüenza ni nada, vaya. Qué poco nos damos a la pobre ambivalencia, qué pisoteada la tenemos. Porque eso de tener en cuenta las razones y necesidades del otro no está muy de moda. Lo que está de moda es ser dogmáticos: «muerte a los moros, que ya es hora», «catalanes bastardos independentistas». Y cuidado cómo no seas así, que las hordas del grito y la razón muy superficialmente razonada, las mesnadas de la verdad web y los zombies de la prensa se te echarán encima llamándote contemporizador, blando, pusilánime, «clotoclonco» o lo que les dé la real gana, que para eso tienen ellos la razón, en todo.
¿No es humano el entendernos? Igual me equivoco, pero ¿no sería más lógico tender al entendimiento? ¿Alguien puede decir con total seguridad que su opción es la buena? Si puedes, estás equivocado, ahí tienes la primera prueba. Si la verdad depende sólo de tu visión de las cosas, no es más que tu verdad, y tu verdad vale exactamente lo mismo que la de ese o esa que tienes ahora mismo enfrente. Podrás estar mejor o peor informado, tener una u otra profesión, una mente más o menos brillante, pero en la práctica, vuestras verdades valen lo mismo; te dolerá, pero es así. Entonces, ¿nadie tiene razón? Claro que sí. Lo bonito de todo esto es que todos tenemos razón, porque hablamos de verdades personales, y ahí, quién decide, es uno mismo. La diferencia viene cuando nos encontramos con las verdades de los demás. Cuando nuestra verdad es puesta en evidencia. En este momento, tenemos dos opciones: el diálogo, que comienza con la escucha; o el enfrentamiento, que comienza con el desprecio por las ideas del otro. En España, como decía, tendemos a lo segundo. Confundimos verdad personal, verdad coyuntural, con verdad absoluta. Despreciamos lo de los demás y evitamos la escucha, y por tanto, la comprensión y el enriquecimiento potencial que proviene de otras realidades distintas a la nuestra.
Entender que una verdad responde a una realidad concreta es fundamental. Cuando esa realidad es personal, es limitada, por tanto, es imperfecta. Una verdad personal no puede ser absoluta. Pero como la realidad, por muy grande que esta sea, nunca será absoluta, la verdad tampoco lo será. No existe la verdad absoluta, porque la verdad es un concepto móvil, en constante cambio. Inmovilizarla es limitarla, y por tanto, deshacer su condición de verdad. Existirán verdades personales, comunales, religiosas, propias de una civilización, pero no absolutas. Alcanzar la verdad absoluta sería llegar a conocer la razón de todo, la verdad de todo, incluido el infinito, pero como seres finitos, incluso desde el punto de vista de la razón, nos será imposible llegar hasta allí. Clarísimo todo…
Cháchara pseudo filosófica, lo sé, pero viene a decir que no podemos entender el mundo mirando sólo desde nuestros ojos, desde los ojos de esos que piensan como nosotros. Lo más enriquecedor es intentar ver lo que nos rodea y lo que pensamos desde el punto de vista de aquellos que no miran o piensan como nosotros. Es más, es la única forma de conseguir una foto medianamente completa. Tomemos el clásico ejemplo del observador y la ventana. En esa ventana, nosotros, el observador, abrimos una sola de las hojas y miramos a la calle. Sólo vemos lo que está detrás de ese lado de la ventana, una parte de la calle. Necesitamos abrir la otra hoja para poder ver la calle completa. Y no es nada fácil abrir esa otra hoja nosotros solos, sumergidos en nuestro entorno y en nuestras opiniones, en nuestra realidad. ¿Qué sentido tiene entonces despreciar lo que no es como nosotros? ¿Qué sentido tiene no escuchar, no tomar en cuenta lo positivo que se encuentra detrás de los opuestos?
Rechazar de plano ideas contrarias es convertirnos deliberadamente en unos ignorantes. Como también lo es no saber reconocer lo bueno que existe en las posturas contrarias a la nuestra. Si no encuentras nada bueno, o al menos, una razón que te ayude a entender el porqué de un razonamiento, teóricamente contrario, significa que no has mirado lo suficiente. Los de Podemos no se han leído el programa de Ciudadanos, y los de Ciudadanos no quieren ni oír hablar de los de Podemos. La realidad es que en muchos puntos coinciden, y que despreciarse como contrarios, insultar, machacar sin sentido, sólo porque hay cosas en las que no se coincide, es propio de sociedades no evolucionadas. Lo cierto, y triste, es que, en España, todavía somos una de esas sociedades, y la prueba la tenemos en estas últimas elecciones y las formas de comunicarse que vemos en la prensa, entre los políticos y en nuestro entorno. No sabemos discutir, es un tópico, más extendido en el extranjero que aquí, pero un tópico que se cumplimos, lamentablemente, casi siempre. Escucharse y entenderse no es muy nuestro. Lo más desesperante de todo es que sigamos sin darnos cuenta y nos encante elevar a los altares a los que gritan y a los que dogmatizan. Menos mal que aún existen, y siguen surgiendo, personas e intelectuales comprometidos y convencidos de la vida en comunidad, que practican y trabajan por una forma distinta de vivir. Muchos de los problemas de España vienen de esta forma de enfrentarnos en la vida, a lo bestia, sólo por lo nuestro y lo que compone nuestro minúsculo círculo vital. Tenemos miedo.
Somos una consecuencia del miedo. No sé quién lo dijo, no sé siquiera si lo dijo alguien concreto o es una forma popular, pero se aplica muy bien a España. Somos el miedo mismo. Miedo a lo desconocido, al cambio. Miedo a lo contrario. Miedo al que tenemos al lado. El miedo a la muerte instrumentalizado, al fin y al cabo. Es ese miedo el que en muchas ocasiones nos lleva al desprecio y al enfrentamiento. Vivir con miedo va en contra de la vida en comunidad. Somos una comunidad, lo aceptemos o no, ir contra la comunidad es ir contra nosotros mismos. Alentar el miedo, como hacemos, gritándonos, criticándonos sin sentido, alabando a los que braman como energúmenos, es jugar contra uno mismo.
¿Y todo esto? Todo lo dicho, ¿es verdad? Una de tantas. Si tienes otra, adelante, coméntala, enriquece todo este discurso con la tuya, seguro que llegamos a otra más completa o mejor. Siempre que se produzca el diálogo, el resultado será algo mejor. Si no estás dispuesto a dialogar, ni lo intentes.