No tengo más que mis letras,
son ellas donde empiezo,
en ellas me dejo acostar
cuando no me queda más,
cuando mis luces se retiran
a las profundidades hipóxicas
de una naturaleza esquiva;
pero en el tiempo,
al ir perdiendo su aroma,
son mis letras las que se oscurecen
y vuelven pesadas,
arrastrándome entre los sargazos,
que se pegan a mi piel,
que me ciegan los dedos
y nublan la imaginación,
ofreciéndome solo una visión interior,
un mirada hipócrita
a través de mundos oscuros.
Será por las letras raquíticas,
por mi español pedante y recargado,
aburrido y de una solidez amarga,
impublicable, alineal, retorcido,
polifónico,
será porque la letra me pierde
que siempre me veo navegando a la contra,
sufriendo con la lluvia en la cara,
viviendo como un salvaje,
sin timón y en el delirio.
Qué demonios,
¿por qué escribir si no?
¿Por qué escribir una novela larga?
¿Por qué escribir un cuento?
Por qué escribir más sonetos
si no se vive
sin timón y en el delirio,
¡sin timón y en el delirio!