Intro personal
Quiero correr por las fuentes antiguas, las de siempre, las claras. Las que de niño me arropaban y tanto me querían. Dejar que las verdes praderas me sumerjan en aromas de noches veraniegas. Sorber el jugo que emana de la hierba recién cortada y saborear de nuevo las lluvias bestiales; tormentas de calor que inundaban el jardín de Álvaro.
Un partido de fútbol en la plaza, un baño de descubrimiento infantil en la piscina concupiscente; rozar con mi mano tu pecho desprotegido y desatar los ángeles de la vida y el sexo. Todo juego, sin mareos de responsabilidades futuras, aspirando cada momento, viviendo cada minuto, sin tener que parar a pensarlo. ¿Por qué el hombre nace al revés? El joven, loco, aprovecha o desperdicia su vida, pero no entiende el porqué, no lo piensa. El viejo, sin embargo, se aferra a su vida pasada, melancólico por lo bueno que hizo y avergonzado de todo lo que no hizo. La vida es un río que remonta la montaña, una senda ilógica, castigada con el premio de la razón.
Dice Russel, que el niño sale de su “mitología infantil” en un determinado momento y se convierte en el hombre por ser. Quién ordena esta salida, qué provoca la pérdida de toda la esperanza; quién, en su infinita iniquidad, mata al niño, soñador e ignorante, y deja salir al hombre, tembloroso y retorcido. Si el Dios, Diosa o Dioses, son los culpables de este baile infame, no encuentro razón para deberles nada, sólo la muerte. Por arrancarme la alegría, la esperanza, la vida, el amor limpio y sano, la falta de codicia, la paz, las guerras sin armas, el juego infinito, por arrancarme la verdadera esencia del hombre, con la que nacemos y no la que pretenden darnos, por todo, maldigo a los Dioses, pero sobre todo, maldigo al hombre cobarde.