Escaleras
No aguantaba más, comenzaba a faltarle el aire y la confusión se torno en mareo. Algo se acercaba por detrás, casi hasta tocarla; la evidencia de lo que había sentido en tantas ocasiones y que siempre había apartado de su cabeza… Algo estaba ahí, tangible, paciente, esperando la oportunidad. La habían estado buscando, la necesitaban, notaba su desesperación por la espera y su ansia, húmeda, ante la cercanía de su objetivo.
No debía mirar, si miraba estaba pérdida. Pero no tuvo más oportunidad, la estaban arrancando, literalmente, de su perpleja visión. Flaquearon sus fuerzas, las piernas comenzaron a temblarle y en un último y doloroso tirón, la obligaron a girarse. W a mirar.
Un grito horrible en la puerta, había sido un grito, ¿no?
Me levanté, completamente dormido aunque algo sobresaltado por aquel aullido nocturno. Carlos también se había levantado, su incipiente tripa asomando por la camisa del pijama y sus pelos largos, mezclados con la brutal somnolencia de los días de diario, le daban un aspecto mucho más desaliñado del que solía. Le pregunté si también lo había oído y me dijo que sí, que creía que había sido un grito, que parecía haber sonado justo en la puerta. Nos acercamos, algo asustados, y tras asegurarnos de que no había peligro aparente, mirando a través de la mirilla, abrimos la puerta. La luz del rellano estaba encendida, pero allí no había nadie. Todo parecía normal. Volvimos a entrar en casa y Carlos cogió el bate que guardaba en el armario. Armados con él, ya más confiados, dimos una vuelta por las escaleras y echamos un vistazo a los pisos más cercanos. No había nada. Posiblemente no hubiera sido nada, algo de la calle, juerguistas volviendo a casa, raro un martes, pero habitual para esta ciudad de fiesta y alboroto continuo.
Entramos en casa de nuevo, me acerqué al cuarto de Ana, pero no había vuelto todavía. Era extraño, eran casi las cuatro de la mañana de un martes y ella no solía salir entre semana. Pensé en llamarle al móvil, pero no quise molestarla, a lo mejor estaba durmiendo con el imbécil éste y todavía me podía buscar un problema; ojalá no, ojalá estuviera aún de bares o liada con un desconocido, todo menos el ex policía machista de los cojones. Deseché rápidamente la idea, al fin y al cabo, no era más que su compañero de piso, muy a mi pesar, y no eran mis asuntos.
Fui a la cocina a por un vaso de agua y me volví a mi cama. Apagué la luz e intente volver a dormir. A pesar de estar realmente cansado, no pude conciliar el sueño. Ese grito había sido real y parecía haber estado muy cerca. Continuaba estando algo intranquilo, el sobresalto de un despertar así, me había dejado algo trastocado; casi preferiría haber encontrado algo en la escalera, una explicación a ese aullido. Antes de dejar a mi maltrecha imaginación volar, encendía la luz y cogí el libro de premios Hugo que tenía en la mesilla; tenía que distraerme y no tenía el cuerpo para nada más complicado. Tras un buen rato de lectura, me encontré algo más tranquilo y me dispuse a dormir de nuevo. No sé por qué, pero no tuve valor para apagar la luz.