En estos tiempos de crisis, extremos y frustrantes, es inevitable que surjan ciertas discusiones, más aún, si como yo, te encuentras en país extraño. Por estos lares noreuropeos, el concepto que se tiene de zonas más sureñas y tropicales, está algo contaminado por la experiencia turística de aquellos que se atreven a tostarse cada verano en las costas de países más cálidos, y por qué no decirlo, por alguna que otra envidia histórica, que todos tenemos pero pocos declaramos o conocemos. De ahí, que más veces de lo que pudiera resultar normal, haya que escuchar definiciones simplistas y cargadas de ignorancia, sobre grupos humanos o nacionalidades concretas. Siempre dañinas, resultan de verdad hirientes cuando la nacionalidad o grupo humano aludido, nos incluye o se relaciona de forma directa con nosotros.
No es raro escuchar estos días por aquí, incluso de gente supuestamente formada, algunos de los peores tópicos sobre, por ejemplo, españoles, portugueses, italianos o griegos. Toda esta crisis, esas diferencias abismales que han surgido entre unos países y otros, supuestamente hermanados, al menos en lo económico, han hecho que, cada vez con más frecuencia, este racismo de oficina, estos conceptos basados en criterios simplistas y vacuos, causen mayor impacto en la sociedad europea. No sé si será una cuestión de un mayor aceptación por nuestra parte de estas generalizaciones sin sentido o simplemente, culpa del paraguas y altavoz que aquellos que las enarbolaban han encontrado en la actual coyuntura económica y social. La realidad es, que lo que se ve, lo que se siente en todas partes, es un terrible retroceso en lo que a cultura y sociedad se refiere, viendo como se desprecian naciones enteras, por la visión de unos cuantos mentecatos interesados.
Duele ver y escuchar lo que ocurre en esta Europa del siglo XXI. Duele comprobar cómo las antiguas rencillas y los antiguos clichés, siguen tan activos como hace dos o tres siglos. Cómo, a pesar de haber dejado a atrás el que con diferencia, es el siglo más sangriento de la historia, seguimos dejándonos llevar por la única guía del beneficio económico a un lamentable corto-medio plazo. No existe razón humana alguna, mucho menos económica, que justifique el sufrimiento de países como Grecia, sometidos sus ciudadanos a una situación de extrema austeridad, algunos, de extrema necesidad, en muchos otros casos, con la sola excusa de satisfacer los deseos y exigencias de sus acreedores. No hay nada de humano y sí demasiado de irracional y salvaje, en las decisiones que hoy en día se toman en las altas esferas políticas. Toda la situación económica y política actual en Europa, rezuma un racismo que todo lo contamina y que, como en otras ocasiones ya ocurriera, puede acabar estallando por donde todos menos esperamos y deseamos.
No es posible oprimir por la mera razón económica. No es posible razonar sin sentir, no es posible tomar decisiones acertadas, sin el consiguiente equilibrio entre razón y sentimiento. No existe la razón pura, no se puede pensar con la cabeza totalmente fría; ese concepto del pensamiento en frío es una grave herida histórica y filosófica de nuestra cultura que todos debemos empezar a restañar. La sola guía del beneficio económico ante la toma de decisiones, no hace sino dejar claro la falta de criterio y capacidad que campea entre los poderes políticos europeos y mundiales. Las decisiones que se han tomado hasta ahora, no son más que el fruto del egoísmo y la insensibilidad supina; decisiones que no se han planteado en aras del bien común, que no han sido diseñadas de cara al futuro y que, por supuesto, no han tenido en cuenta la pieza clave de todo esto que se llama mundo: nosotros, los seres humanos. Preguntemos en Grecia a ver qué opinan. Preguntemos dentro de unos meses en España, si ese rescate se produce en las condiciones que ciertos estados piden, a ver cuál es nuestra situación. Está claro que el sistema actual de valores está podrido desde su base, pero parece que algunos quieren seguir apoyándose en él para justificar sus aviesas decisiones e intenciones.
Debemos luchar por cambiar nuestro sistema desde la base. El sistema actual, y sus valores, se han mostrado del todo ineficaces y han acabado cayendo por su propio peso. Esa moral basada en el individualismo y el beneficio económico constante y a toda costa, no puede ser ya más considerada como aceptable. Hay que comenzar, cuanto antes, el que seguro será un arduo camino, pero que nos permitirá vivir algún día, a todos, en un mundo verdaderamente humano. Hay que acabar con las grandes diferencias que existen en este mundo y para ello, hemos de de aceptar que no hay más salida y mejor solución que empezar a compartir la riqueza que unos pocos amasamos, con los muchos que la necesitan. Eso, y dejar de competir, constante e inútilmente.
Como seres civilizados, deberíamos reconocernos al fin hermanos unos de otros. Ni alemanes, ni españoles, sino humanos, simple y llanamente humanos. No nos damos cuenta, aún, pero somos miembros de un todo que debe funcionar, en el que debemos entendernos y con el que debemos aprender a convivir, o estará abocado a una destrucción segura. El principio de todo debería ser acabar con esos clichés que todos tenemos sobre los naciones y territorios. Deberíamos aprender a alabar aquello por lo que destaca una sociedad, en vez de criticarlo sin criterio y sin remedio. Compartir para evitar la envidia, conocer para alejar el miedo, y disfrutar, sin la política, de lo que los distintos caracteres pueden ofrecernos cada día.
Me gusta cuando alguien dice que tal o cual idea no es más que una utopía, porque la experiencia nos dice que estas utopías, con el tiempo, no acaban siendo sino realidades. Planteemos utopías entonces, y démosles tiempo para crecer, poco a poco las veremos hacerse realidad, y si bien, puesto que como utopías, nunca llegaremos cumplirlas por entero, habernos acercado a ellas, será sin duda un gran resultado. O como dice Eduardo Galeano:
“La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.”