Relato breve – Mi don

por Con Tongoy

¿Cómo pensamos? ¿Alguien puede explicar cómo pensamos? Físicamente, sí, la mecánica del cerebro es cada vez menos misteriosa, aunque no sea del todo comprendida. Pero,¿ y en la metafísica?, ¿cómo evocamos los recuerdos?, ¿dónde está nuestra memoria?, ¿y la consciencia? ¿Es algo físico o trasciende nuestra realidad sensible?. A menudo nos asaltan este tipo de dudas, más veces de lo que en realidad quisiéramos, es cierto, hasta en las evocaciones más simples de nuestro intelecto suelen encontrarse enraizadas estas preguntas tan básicas, pero tan difíciles de responder.

Yo sé bien de qué hablo, créanme. Nunca le había hablado de esto a nadie, y probablemente no lo haga nunca; si usted está leyendo esto, es porque, quizá, al final de mi vida, decidí hacerlo público. O quizá no, quizá alguien lo encontró y lo hizo público por mí. Da igual, la cuestión es que lo está leyendo y punto. Puede que algunas de las cosas que le cuento le asombren, puede que no, no sé ni cuándo ni dónde ni cómo estará usted leyendo esto, puede que en su cuándo o en su dónde, todo de lo que voy a hablarle le parezca algo de lo más habitual. Puede que no, sólo espero que, sean cuales sean sus respuestas a esas preguntas tan sencillas, tenga en cuenta que todo lo que aquí narro es completamente cierto, tan cierto como que usted está leyendo esto y que yo estaré ya muerta.

¿Por dónde empezar? ¿Por su pensamiento? ¿Qué es lo que está pensando ahora mismo? ¿Flotará en su lectura atenta una sombra azul de duda, con algunos toques marrones de ansiedad y un rojo apagado de impaciencia? Supongo que sí, ahora mismo en su cabeza sólo están estas letras y lo que éstas le hacen sentir. Si alguien pudiera entrar en su cabeza, no vería nada más, se lo garantizo. ¿Ha tenido alguna vez esa sensación? ¿La sensación de que alguien pudiera estar leyendo lo que pensaba? Hablo en serio, haga memoria. ¿Se ha sentido alguna vez avergonzado de tener ciertos pensamientos en público? ¿Ha sentido un extraño pudor como si alguien pudiera escuchar lo que estaba pensando? Aunque no se acuerde, es muy probable que le haya ocurrido. Y es que nuestros pensamientos no son tan nuestros como pensamos, si es que la propiedad en términos de pensamientos tiene algún sentido. Si algo he podido averiguar en estos años es que ningún pensamiento es totalmente nuestro, nada que sea evocado por nosotros se queda sólo para nosotros, por mucho que se nos haya enseñado lo contrario.

¿Qué cómo lo sé? Fácil, yo misma llevo leyendo sus mentes muchos años. Ajá, esto era lo que esperaba, una revelación tan fascinante y aterradora, como difícil de creer. Me da igual que no lo crea, yo le voy a hablar hoy de mi don y de las conclusiones que de él he obtenido. Y digo don, por llamarlo de alguna manera, porque le aseguro que no es fácil vivir sabiendo en cada momento lo que el otro está pensando. Es más, la no comprensión de esta tan poco habitual capacidad, me llevo a pasar más de dos años en tratamiento psiquiátrico, entrando y saliendo del sanatorio a la temprana edad de dieciséis años. No fue culpa de nadie, no culpo a nadie, ni yo misma sabía lo que me pasaba, ¿cómo saberlo? Es cierto que, desde bien pequeña, era muy dada a terminar las frases de los demás, con un porcentaje de acierto muy fuera de lo común. Con el tiempo, lo que antes eran palabras, se convirtieron pronto en frases y argumentos enteros. Sentía que sabía lo que la otra persona o personas dirían poco antes de que lo dijeran. No lo atribuí entonces más que a mi especial capacidad de escucha y una atención especial a lo que los demás decían, pero con el tiempo aquello se convirtió en una auténtica molestia, sobre todo para mis interlocutores, que se hartaban muy pronto de que terminara cada uno de sus comentarios.

Pero lo peor llegó con la pubertad. Lo que había sido nada más que una aparente intuición desmedida, se convirtió en una especie de altavoz en constante funcionamiento. Eso fue lo que me acabó haciendo desfilar por consultas de psiquiatría y psicología, y lo que terminó por abocarme a esos encierros intermitentes que marcaron de forma trágica aquellos años. Afortunadamente, cuando mis hormonas comenzaron a calmarse, la situación mejoró, y aunque ese altavoz seguía activo, con una menor intensidad, eso es cierto, yo ya empezaba a intuir qué era lo que me ocurría en realidad. Como es lógico, tardé bastante en aceptarlo, pero la evidencia en el día a día era demasiado fuerte, demasiado evidente como para no hacerle caso. Con la comprensión sobrevino un mayor control sobre mi descubierta capacidad y con ello, la normalidad en mi vida. Se acabaron los psiquiatras y las pastillas, todo el mundo pensó que había superado mi etapa de demencia adolescente, aunque aún tuve que estar varios años más yendo a revisiones periódicas que falseaba de forma brillante. No hablé con nadie de la verdad, ni aún hoy existe quién sepa de mi secreto. Usted, que está leyendo esta pequeña confesión, amigo o amiga, es el primero en saberlo.

Ante todo, quiero desmitificar un poco todo esto del poder leer la mente. Poco tiene que ver con lo que suele enseñarse en comics, libros y películas de ciencia ficción. Al menos, en lo que a mí se refiere. Para nada es un poder que te permita conocer los secretos más ocultos de una persona o controlar a esa persona. Nada más lejos de la realidad. Lo único que yo puedo leer, es lo que las personas evocamos en ese momento justo, los pensamientos evidentes, los que están ahí cuando yo estoy cerca. Sentir los sentimientos, aunque suene demasiad redundante, es otra de las consecuencias de este, digamos, poder. Aunque esto sólo ocurre cuando tengo un contacto visual directo con la persona en concreto. Es como si los ojos fueran una puerta fácil a los pensamientos, la entrada lógica al cerebro pensante de todos nosotros. Pero ahí acaban mis capacidades. Por más que he intentado penetrar en la cabeza de algunas personas, nunca he conseguido nada, hay una sólida e inacabable pared siempre detrás de ese espacio donde se materializan las ideas de cada uno. Es como si sólo pudiera acceder a la antesala del pensamiento, al escenario, como si todo lo que está entre bambalinas me estuviera vetado. Al principio, cuando comencé a “disfrutar” con mi poder, esto me creaba cierta ansiedad; podía saber lo que pensaban en el momento, pero nada más, no podía acceder a lo que de verdad me importaba, los secretos ocultos, las verdades que todos guardamos, incluso sin saberlo.

 

Pasó un tiempo antes de que pudiera, como he dicho, “disfrutar” de este poder. Un tiempo de adaptación personal que estuvo a punto de llevarme al suicidio. Imagínense lo complicado que es ir por el mundo sabiendo lo que la gente piensa cuando te ve, te mira o está, simplemente, sentada a tu lado. No saben lo difícil que era llegar a la universidad y escuchar, como si te lo dijeran a la cara, la opinión de tus amigas sobre tu aspecto, sobre tu ropa, una opinión absolutamente sincera, sin tapujos. Fueron tiempos muy duros, tiempos en los que no tuve más remedio que aceptar que todos somos un poco cínicos a veces, con nuestro punto de sana maldad, que no podía pretender gustarle a todos siempre. Lo digo con sencillez, pero este proceso de cambio personal me llevo a cotas de desesperación que fueron complicadas de superar. La parte positiva es que conocías a tus verdaderos amigos o amigas con cierta facilidad,  con dos o tres veces que escucharás lo que pensaban nada más verte, sabías quien era de verdad un absoluto mentiroso y quien no era más que otra persona como tú, con la envidia y la sorna que todos en nuestros primeros y más puros pensamientos podemos tener, hasta con los más queridos. Y si con mis amigas fue duro, no puede imaginarse lo que supuso con los chicos. Ahora soy una mujer, pero entonces no era más que una niña educada como todas las demás. Una niña que poco contacto había tenido con el sexo y que, sin embargo, escuchaba todas las burradas que los chicos pensaban cuando se encontraban conmigo o con mis amigas. Fue un tiempo duro, sé que ya lo he dicho, pero es que fue de verdad un proceso muy duro el aceptar que todos mis compañeros de clase no eran una especie de maniacos sexuales, sino, simplemente hombres, chavales que se pasaban todo el día pensando en el sexo, de formas en las que yo, por aquel entonces, jamás había podido llegar a imaginar. Esto me mantuvo un tiempo apartada hasta de los mejores chicos, hasta de los más amables, quizá por eso me comencé a acercarme más a las mujeres, no lo sé. Podía intentar explicarle, amigo desconocido, la clase de pensamientos que todos tenemos en los momentos de mayor excitación sexual, pero creo que ya se hace una idea. Eso sí, verlos tan nítidamente como yo los veía, no era siempre una idea agradable. La cura de humildad y de comprensión de la raza humana que supusieron aquellos años definió  por completo la persona que soy hoy en día. No tuve más que abrir mi mente lo más posible para entender que no todos los pensamientos reflejan la realidad, que muchos son meros impulsos que, una vez filtrados, se quedan en nada, en brotes de la parte más animal de nuestra esencia.

Sí, hasta ahora sólo he hablado de la parte más negativa. Está claro que pudiendo conocer a las personas tan íntimamente que llegaba incluso a sentir como ellos, me daba la oportunidad de descubrir cómo era la gente en realidad. Pero créanme cuando digo que en la gran mayoría de las ocasiones, el juicio que hacemos sin leer mente alguna, suele acercarse, y mucho, a la realidad. Si en términos de amistad mi don me supuso una clara ventaja, en lo que al amor se refiere me permitió evitar algunas malas experiencias. Eso sí, ya he contado que sólo podía y puedo leer aquellos pensamientos que están siendo evocados, los que están digamos que activos en ese momento, y muchos de nosotros, creo que todos, somos bien capaces de engañarnos a nosotros mismos. Quiero decir que todos somos capaces de creer en un momento que estamos profundamente enamorados de alguien y, sin embargo, pensar algo casi totalmente opuesto unas pocas horas después. Yo rara vez podía distinguir la verdad de lo que no lo era, y a pesar de este poder, he recibido casi los mismos desengaños que el resto de los mortales. Ay, si los hombres fueron menos erráticos, más dueños de sí mismos, cuántos lloros nos evitaríamos todos y todas. Y es que, si ha habido algo realmente complicado a lo largo de mi vida, ha sido el entender a los hombres, tan volubles, tan impulsivos, casi siempre pensando en sexo, fantaseando con otras mujeres, aunque estuvieran en casa contigo, después de llevar viviendo juntos más de diez años… Las mujeres no somos menos complicadas, lo sé muy bien, pero al ser mujer, la psicología femenina se me hacía algo menos incomprensible.

Poder leer la mente de los demás ha sido, sin duda, una forma perfecta de aprendizaje sobre el ser humano. Y he de reconocer que los años de psicólogos y psiquiatras son los que probablemente salvaron mi vida. Me habría vuelto loca si no hubiera decidido estudiar psicología. Y el haber pasado por consulta tras consulta, unida a mi capacidad sobre las mentes de los demás, generó en mí un gusto por todo lo que tenía que ver con el pensamiento y sus secretos.  Sin el entendimiento que la carrera me dio de nuestros mecanismos mentales, de cómo pensamos y sentimos creo que no hubiera podido sobrevivir. Me hubiera vuelto loca mucho antes de haber podido entender como entiendo ahora a hombres y a mujeres. Fue una elección más que correcta, ¿qué mejor profesión para una persona que puede leer las mentes ajenas que la de psicólogo? Aunque durante el ejercicio de esta profesión, siempre me ha dado verdadera rabia no poder acceder detrás de esa pared, llegar a los archivos profundos que todos guardamos y a los que accedemos constantemente. Podría haber hecho mucho bien si hubiera aprendido como hacerlo. Me he tenido que conformar con intentar que mis pacientes sacaran por sí mismos estos pensamientos, estas experiencias y sentimientos, y eso es prácticamente lo que cualquier psicólogo o psiquiatra hace hoy en día. Toda mi experiencia en el campo de la mente y los procesos mentales ha sido plasmada en algunos libros de éxito internacional, de los cuales no hablaré aquí, por no darle más pistas sobre mi identidad, que prefiero quede en un relativo secreto.

Con los años, aprendí a controlar este poder. Como si de cualquier otro músculo se tratara, aprendí a ponerlo en funcionamiento desde el reposo y viceversa; lo que no quiere decir que no estuviera siempre activo, como cualquier otro músculo, pero descubrí la manera de ponerle una sordina cuando me interesaba o de activarlo sin más, cuando la ocasión lo merecía. No es que fuera a voluntad, era más un acto reflejo, algo similar al acto de respirar, algo que siempre está ahí, que podemos, más o menos controlar si lo deseamos, pero que en su estado habitual, no interfiere con nuestra vida diaria.

Pero sabe, querido y desconocido lector, qué es lo más asombroso de todo, que creo que todos tenemos esta capacidad, que inconscientemente todos leemos las mentes de los demás. Todos parecemos poseer este músculo no consciente, pero que pocos, o sólo yo, quién sabe, podemos llegar a manejarlo y tenemos conciencia de su existencia. ¿Por qué lo digo? Pues porque creo que las sensaciones que muchas veces tenemos para con la gente que tenemos cerca, sobre todo los más conocidos, son demasiado acertadas, en demasiadas ocasiones como para ser un simple producto de la suma de experiencia, conocimiento y azar. Es más, si le dijera que todos ustedes se percataban más tarde o más temprano de que estaba leyendo su mente, ¿qué me diría? Le preguntaba al principio de este breve escrito si usted había tenido alguna vez una sensación de vergüenza ante un pensamiento en un espacio público. Su respuesta, lo admita o no, será que sí. Bueno, bien, mi teoría es que, tanto en esa situación, como en otras similares, se está siendo consciente de que alguien está viendo nuestros pensamientos, se esté haciendo a propósito esa lectura o de una forma totalmente involuntaria. Sentimos que nuestros pensamientos están expuestos a alguien más e inmediatamente los retiramos a lo profundo, los escondemos, hasta llegamos a exteriorizar esa vergüenza. Es menos probable, pero quizá haya ido usted más allá en su percepción y haya tenido la extraña sensación de que alguien hurgaba en su mente, de que alguien estaba presente con usted en sus pensamientos, puede que hasta se girará en el autobús mirando alrededor, buscando a ese alguien que acababa de romper su intimidad más preciada. Y le pongo este ejemplo, porque me ha pasado a mí, en ambas direcciones: me he visto mirando alrededor, buscando a ese lector, pasivo o no, y me he visto a mí, dentro de los pensamientos de alguien durante un tiempo más largo del habitual y he sentido su precaución, he visto el brillante color rojo de su sentimiento de alerta, de peligro, buscando con la mirada algo o alguien, sin saber bien el qué. Esta teoría sorprendentemente no viene de mí, fue un amigo quien me dijo algo así, quien me contó como sentía que a veces alguien leía su mente, que estaba convencido de que había gentes con ese poder sobre la tierra. Muy tentada estuve de confesar, más con él, mucho más que un amigo por aquél entonces… No lo hice, y me alegro por ello. Me alegro de haber mantenido todo esto en secreto, hasta hoy.

Si ya está siendo difícil explicar esto de forma escrita y pensada, imagínese lo que hubiera sido hacerlo de viva voz y sin reflexión ninguna. Una catástrofe, seguro. No sé si le estoy explicando bien cómo funciona todo esto, cómo es o ha sido todo en mi vida, pero no sé de una mejor forma. Sin duda, lo más complicado de contar con palabras es el cómo percibo los sentimientos de los que me rodean. Los siento, antes ya lo dije, pero además los veo. No con los ojos, los veo en su mente, veo ese espacio al que se me permite la entrada tornar de un color a otro según van cambiando las emociones de la persona en cuestión. Toda una vida me ha dado para clasificarlos según su tono, su intensidad y brillo, y asociarlos a los determinados sentimientos. Distintos rojos para las emociones más fuertes, más exageradas: la ira, la alegría, la ansiedad, la euforia… El azul para los sentimientos más atemperados o duraderos: la calma, la placidez, la felicidad… Le sorprenderá escuchar que la pena no es negra, el negro apenas aparece y no suele estar asociado a sentimientos negativos, es más proclive a aparecer en condiciones de incertidumbre y está íntimamente ligado al amor —supongo que porque éste es una mezcla de todas las emociones, ergo, todos los colores posibles—. Pero la pena, la desesperación, la angustia profunda no son negras, son más bien amarillas, pueden tornar en naranjas, mezclándose con esas sensaciones más agudas, pero son generalmente de un amarillo punzante, que agrede, que puede llegar a quemar. Es curioso, pero en términos religiosos, la fe o las sensaciones que se dan dentro de una iglesia suelen adoptar también este tono amarillo eléctrico, siendo de un contraste realmente insoportable es las personas más mayores y devotas.

No encuentro razón a esta expresión tornasolado de sentimientos y emociones, pero es una de las sensaciones más increíbles estar dentro de los colores de una persona, percibiendo lo que en ese momento siente, al mismo tiempo que “ves” cómo cambia de tono o color. Y tampoco creo que haga falta saber leer las mentes para ello, al menos, en lo que a percibir los sentimientos de los demás se refiere. Otra razón más para perseverar en la tesis de que todos podemos leer mentes; es demasiado fácil pensar que nuestro rostro, nuestros ojos, nuestras palabras son el único medio a través del cual percibimos lo que el otro está sintiendo, de una forma, en ocasiones, extrañamente precisa.

Si ha estado usted interesado hasta este punto, probablemente tenga muchas preguntas en la mente. No creo ser capaz de responderlas todas, pero sí espero aclararle algunas de ellas. Ahora que me he animado a escribirlo todo, me entran ganas de buscarle y de mantener una conversación con usted y responder a esas preguntas de las que, seguro, juntos, sacaríamos nuevas y apetitosas conclusiones. Pero no, sé que es sólo un impulso que desaparecerá en cuanto acabe de exponerle mi extraña condición. Es mejor así. Es mejor que nadie conozca en vida lo que fui.

En este afán de responder a posibles preguntas, y haciendo de adivina, sin poder, lamentablemente, leerlas directamente de su cabeza, justo detrás de sus ojos, que es donde percibo precisamente los pensamientos evocados, los únicos que puedo percibir, voy a hablarle de los sueños. Ah, lo sueños, que gran misterio, incluso para mí. Pocas veces he estado en los sueños de otra persona, son demasiado complicados, demasiado aterradores en la mayor parte de las ocasiones. Y demasiado arriesgado entrar en ellos. Demasiado arriesgado porque en los sueños se da una particularidad que no se da en el pensamiento consciente habitual, y es que, cuando entro en ellos, en el mundo onírico particular de una persona, yo misma entró a formar parte de ese sueño, yo, lectora entrometida, me veo sin remedio atraída hacia ese sueño, convirtiéndose en tarea harto difícil salir de él. Hasta le confesaré que me he visto atrapada en la sucesión de sueños de una persona durante toda una noche, no permitiéndoseme salir hasta que uno de los dos despertaba. Y no es agradable estar en los sueños de otra persona, se lo aseguró. El mundo onírico que todos generamos puede resultar tan agradable para nosotros, sus dueños, como terrorífico para un externo. No, señor o señora, o señorita, entrar en los sueños de otra persona no es una experiencia para nada agradable sentir esa falta de control y la sensación de que uno está muy lejos, en un terreno que no es el suyo, que tiene poco que ver contigo y que puede, en ocasiones, tornarse hostil contra el visitante no invitado. Los sueños son otra cosa, algo distinto, ajeno al pensamiento habitual. Hace tiempo que desistí de jugar con los sueños de los demás.

Las relaciones de pareja han sido un asunto también complejo en mi vida. Admito que en mi obligación de aceptar a hombres y mujeres y sus modos de pensar de manera abierta y profunda, nunca diferencié en mi sexualidad o afecto entre unos y otros. Sí, las mujeres somos más complejas, más enrevesadas, pero el hombre es más errático, siempre voluble, como creo que mencioné unas líneas más arriba. La mujer es más fiel, incluso en sus fantasías, y aunque sé y comprendo que las fantasías constantes del hombre poco tienen que ver con su verdadero querer, con sus deseos y afectos reales, es difícil convivir con alguien que siempre tiene en la cabeza a otras, y con las cuales se pasa el día imaginando actos que, si bien de joven me asustaban y hasta me generaron cierto trauma, hoy acepto con bastante sorna. Las mujeres somos más constantes, mis relaciones con mujeres han sido más fáciles, más sencillas aunque menos viscerales, menos vivas se podría decir. Durante un tiempo pensé que un trío podría ser lo mejor, pero es una teoría que nunca llegué a realizar. A pesar de todo, no creo que haya tenido una vida sentimental demasiado apartada de la de cualquiera, salvo por mi declarada y orgullosa bisexualidad, claro está.  Y si en algo puedo decir que este don me ha beneficiado es, sin lugar a dudas, en mi vida sexual. No sé si usted, lector, es consciente de que en todo acto sexual, hay momentos en los que mentalmente pedimos que se nos haga algo, que se continúe con ciertas caricias, que se cambie el ritmo o la zona que se está rozando, y el problema es que no siempre, y no todos, somos capaces de darle voz a esas peticiones. Siendo capaz de leer lo que mis parejas sexuales querían en cada momento, me he convertido en una amante excepcional, aunque exigente, y muy habladora, sobre todo muy habladora, dejando bien clarito siempre qué y cómo me gusta. Espero que no le sorprenda, ni se escandalice escuchar que en cuestión de fantasías no resueltas,  de fantasías nunca confesas las mujeres están mucho más avanzadas y son capaces de dar muchas más sorpresas que los hombres. Ni que decir tiene que el conocer las fantasías ajenas de manera bruta, en crudo, me ha hecho tener una miras y gustos muy, muy amplios en el tema sexual, quizá hasta demasiado amplios…

 

Y es que en el tema sexual, nuestros pensamientos surgen descontrolados, nos pasa a todos, es lo normal, son nuestras pulsiones las que hablan, y es muy sano que las dejemos hablar. En otras situaciones y circunstancias no es así de fácil, y mi limitación a la hora de leer la mente no me ha hecho, como se suele ver en las fantasías de la televisión, el cine o los libros una persona ultra poderosa  al más puro estilo profesor Charles Xavier. Tengo un don, es cierto, un don que durante mucho tiempo fue una maldición y pudo llevarme a un destino desastroso, pero este don no me permite grandes cosas. Sí, me ha hecho la vida más fácil en algunos aspectos, pero también la ha hecho más complicada en muchos otros. No nos educan para conocer lo que los demás piensan, no nos educan para escuchar a tus amigas pensar que llevas pintas de zorra y entender que no es más que un impulso, una cuestión pasajera que no representa el odio con que parece ser pensada.  Tampoco nos educan para sentir como tu pareja se excita al ver o tener contacto con una persona determinada, para conocer sin quererlo sus infidelidades, en ocasiones, con todo tipo de detalles. Como tampoco nadie me enseñó nunca a ocultar todo este poder de doble sentido, que ha estado a punto de ser descubierto más de una vez y que, creo, ha sido intuido por más de una persona a lo largo de mi vida. Doy gracias a que la ciencia aún sigue considerando este tipo de cosas como absolutos disparates, eso me ha salvado de tener que dar algunas explicaciones completamente inverosímiles para muchos. Yo considero este don algo bastante científico, por otro parte. Yo lo veo como una expresión consciente de una capacidad que todos poseemos, una capacidad de la que pocos somos conscientes. ¿Y es que hay más que yo? Estará usted, espero que interesado lector, pensando en este momento. No lo sé a ciencia cierta, pero mi intuición me dice que sí. Esa sensación que antes he descrito, en la que uno siente que leen su mente, es, o ha sido, en ocasiones, demasiado real, demasiado intenso como para que sea un acto no consciente, provocado. No he querido, sin embargo, buscar más como yo. No me interesa, no quiero que nadie, ni siquiera quién pudiera tener mi mismo don, conozca mi secreto. Igual que hace tiempo que abandoné mis pretensiones de profundizar en este don. Está bien así, el poder casi controlarlo es un verdadero triunfo, haber intentado buscar algo más, expandirlo o reforzarlo, podría haberme llevado a una situación vital del todo insostenible. No sé de todo esto más que lo que yo he podido averiguar a través de la experiencia, igual que en el caso de los sueños, creo que no es bueno jugar con aquello que se escapa por completo a nuestra comprensión.

En resumen, y por acabar lo que pretendía ser un relato breve y que ya se ha extendido demasiado, creo que aprender a manejar y entender el pensamiento de los que nos rodean me ha hecho ser una mejor persona, una persona de absoluta empatía y extremadamente segura de mí misma; al fin y al cabo, conocer de antemano lo que uno va a decir o piensa hacer, te da una posición ventajosa en muchas situaciones. Las personas somos complejas, pero esa complejidad puede ser entendida y aceptada, a mí no me ha quedado más remedio que aceptar a las personas como son, totalmente desnudas, hasta lo más privado y oculto, y así he llegado a una compresión realmente íntima del ser humano. Ojalá todos pudiéramos hacer lo mismo. No hay maldad en el ser humano, hay envidia, inseguridad, mucha ignorancia, pero por encima de todo eso, hay miedo, miedo a no conocernos, miedo a lo que dirán o pensarán de nosotros, miedo a mostrarnos tal y como somos, miedo que genera el odio y la maldad. Y ese miedo nace de nuestra falta de comunicación, de nuestra incapacidad para decir lo que pensamos y para aceptar lo que los demás piensan. Y creo que, a pesar del esfuerzo de muchos expertos, y de otros que no lo son tanto, por solucionar, por concienciar de este asunto, las cosas sólo parecen ir a peor. Tendrían ustedes que ver el páramo yermo que es el cerebro de una persona colgada del móvil. No hay nada en ese escenario de evocaciones, sólo la impresión sensible que llega de su aparatito de pantalla táctil. La imaginación es como si quedara capada, cortada a través de esos terminales del demonio. Y sin la imaginación no hay pensamiento, y sin pensamiento no hay opinión, no hay palabras, sólo una total falta de comunicación, con uno mismo y con los demás.

Vaya, siento está última reflexión, como verá, los móviles y los ordenadores no han sido nunca santo de mi devoción. Pero quédese con la reflexión justo anterior, hágame caso y practique la comunicación, una comunicación basada en la comprensión profunda y reflexiva, basada en una empatía sin complejos. Aprenda a hablar y a ser hablado, con palabras, claras, directas, escucha, escuche activamente, con interés, verá como su vida empieza a cambiar desde el primer momento, aunque no sea capaz de leer las mentes, será como si, en efecto, pudiera leerlas. Al fin y al cabo, si aprendiéramos a hablar de lo que de verdad pensamos, no haría falta quien que nadie leyera la mente de nadie, estaríamos, simplemente, diciendo la verdad. Si algo puede sacar de este, seguro que para usted, rocambolesco relato, quédese con esto. Y sobre todo, deje de juzgar a los que tiene alrededor y empleo ese tiempo en intentar comprenderlos, le irá mucho mejor, se lo garantizo.

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