Llevo casi tres días sin salir de casa. No es un tragedia, es algo normal con esta clima y dadas mis actuales responsabilidades, todas girando alrededor de la silla y el ordenador. Agradezco no tener que salir, al menos con esta lluvia y el viento. Ha habido momentos de sol, pero hay que conocerlos, hay que saber que en estas latitudes, no son más que cebos que el día nos pone para cumplir sus húmedos apetitos. Esta ciudad tiene pocas pegas, pero las que tiene, son muy gordas, a veces demasiado. No es fácil volver a ella, sobre todo desde un verano soleado y caluroso. No es fácil volver a ninguna parte desde el verano, desde la playa y la montaña, del mar y la piedra, pero menos aún lo es a esta selva lluviosa de asfalto, banqueros y extraños aceites.
Al menos la costumbre llega antes. En pocos días se olvidan, o se esconden, los pesares de la partida que en otra ocasión, en esa primera marcha siempre nos atormentan, y en nada vuelves a sentirte uno más de la manada. Sigo sin hacerme con un grupo de gente más o menos afín, he sido intermitente con aquellos que he conocido y eso pasa factura. Pero me siento mayor para entablar amistades duraderas, que apunten a lo profundo, me he pasado la vida trabajando para que mis amigos lo sigan siendo, para que no olvidar a los que nos queremos y cuidamos, para ponerme ahora a buscar nuevos, a trabajar por nuevos que, muy posiblemente, en el pasar que es nuestra vida, no pasen de lo fugaz. Soy consciente de mi error, de que no hay otra si quieres arraigarte que el encontrar quién sustituya a la familia, padres, hermanos y amigos, pero sigo embobado por la pereza y la desgana.
Conversaciones las tengo ya en casa, aun cuando me paso el día delante de la pantalla, mi eterno compañero de viajes volvió con mi vuelta, como si esa muerte abrupta, demasiado violenta que le provoqué hace meses, nunca hubiera ocurrido. Dudé entonces de su inmortalidad, pero en realidad nunca llegué a creerme su muerte. Al fin y al cabo, no es más que un producto de mi imaginación, uno muy fuerte que hasta parece llegar a tomar forma corpórea, vida propia, pero inventado por mí. Lo diferente en esta ocasión, es que no surgió de mí como en otras ocasiones. No cumplió su ciclo “ateneíco” de desgajarse de mi cuerpo para metamorfosearse, esta vez volvió simplemente, llamó a la puerta y entro casa tan campante. Su aspecto había vuelto a cambiar, en eso sí cumplió su patrón, tanto que casi me costó reconocerle. Si no hubiera sido por su eterna sonrisa, insolente y ladina, reputando torcida hacia el lado derecho su cara, podría haber pasado por un loco cualquiera intentando colarse en mi casa.
Su forma de hablar también ha cambiado. Persiste su extrema y ocasional facundia, pero se nota menos inquina en su voz, menos perfidia en sus palabras, diríase que hasta se encuentra tranquilo, incluso con tono amable. No discute conmigo, casi nada, y sin imposiciones o burlas, ahora aconseja, divierte, distrae y se ríe, disfruta haciendo bromas sobre el mismo y su nueva forma. Estoy contento de haber dejado atrás esa carcasa de Nosferatu dibujado por Ibáñez, dice recostado sobre el sofá, jugueteando con los flecos de su nuevo atuendo , estoy mucho mejor así, lo reconozco, me hiciste un gran favor. Yo no digo nada, no tengo mucho que decir. Es él cuando habla, pero al mismo tiempo no lo es. Ya me la ha jugado otras veces, sé que no debo relajarme y no le sigo la corriente. Habla y habla, igual que antes, pero ahora no le hace falta un interlocutor, disfrutando contándome cosas, hablando de su espíritu y de sus supuestos nuevos poderes.
Ahora soy más un duende, uno de esos que llaman duendes Efialtes. Sigue hablando, le da igual que atienda o no. No hace falta que me digas nada, sé que sabes a lo que me refiero, soy un producto de lo que eres, de lo que piensa y sabes, no sería algo así, si tú no lo conocieras. Efectivamente, sí que sé que es a lo que en algunos lugares de España, el folklore llama duende Efialtes. Sí que lo sé, y la verdad es que se diferencia poco de tu forma habitual, respondo antes de que se ponga a hablar de nuevo, por mucho que te vistas con esos trapos chillones y te tiñas el pelo de rubio. Ey, no me tiño el pelo, he salido así, dale las gracias a tu retorcida cabeza, y no me culpes por ser quién soy, estoy aquí para eso, porque tú, en lo más hondo de ti, me necesitas y me alimentas, no puedo hacer nada por dejar de existir. Y sigue hablando. Dejo de escucharle, ya no es tan molesto, dice las mismas cosas que antes, pero de una forma radicalmente distinta, se ha dulcificado, su nariz antes brujeril, se ha convertido en un rasgo infantil y delicado, y sus ojos, antes diminutos y sin pestañas, son ahora grandes, con largas pestañas y de un color azul claro brillante.
Eres un tulpa, le digo de repente, ¿sabes lo que es eso? Me mira sonriendo; una sonrisa es lo único que le sigue siendo propio. No dice nada. Si como dices eres un producto de mi imaginación, eso se llama tulpa, de ahí que hasta creas tener una existencia física. Me mira un rato más hasta que no puede más y suelta una carcajada. Llámalo como quieras, me parece que te inventas palabras, responde sin acritud. No sé lo que seré, pero sé que he vuelto distinto, me siento, no sé, me siento bien, con fuerzas renovadas y hasta algunos que otros poderes nuevos; he debido ascender en el escalafón de tus creaciones. Pienso en eso que dice de los poderes. De nuevo veo esa necesidad de mantenerme al tanto, de no dejarme coger, toda esa pose, todo esa nueva confianza que emite pueden no ser más la misma trampa de siempre. Todo en su nuevo aspecto invita a confiar, su cuerpo más bien pequeño, sus miembros delicados, su atuendo rocambolesco y su cara, aniñada pero matizada con los restos del vampiro que fue en su sonrisa. Si no fuera por su sonrisa, no tendría problema en creerle, pero hay algo en sus labios, en el repunte de su boca que no le deja a uno relajarse.
Bueno, como no vas a preguntar, te lo diré yo, tengo poderes nuevos y con ellos puedo hacer ciertas cosas que antes no hacía. Me mira y no puedo evitar contestar, como el niño pequeño que nos demanda una respuesta a uno los misterios de la vida recién descubiertos: a ver, y cuáles son esos fantásticos poderes. Pues mira, entre otras cosas que ya te iré contando, a su debido tiempo, puedo trasladarnos a dónde y cuándo queramos. Si bien no físicamente, entiéndaseme, si al menos mentalmente. Pero la sensación es casi igual, créeme, hace un rato he estado hablando con un amigo de vuelta en casa, sin ningún problema. La palabra casa suena extraña en él, supongo que se referirá a nuestra casa, a mi casa en Madrid, pero no entiendo porque él mentarla, si que yo recuerde, jamás asomó su cambiante forma por allí. No le hago ni caso con lo de los poderes, me empieza a oler todavía peor. No me crees, ¿verdad? Lo esperaba, yo mismo me he quedado bastante pasmado con todo el asunto, imagínate, atravesando el cielo, volando e ir a parar a miles de kilómetros de distancia en pocos segundos, y hablar con un amigo de toda la vida, pero no ahora, no tu amigo el de ahora, sino con tu amigo hace unos años, con ese amigo, el mismo, pero con su yo de hace diez años. ¿Qué te parece? Qué mientes o que te estás inventando historias, más gordas que la propia razón de tu existencia.
Al fin se calla, pero no pierde su gesto de aparente calma, aunque hay un deje de femineidad en la forma en que se ha tomado mi comentario. Una especie de orgullo femenino en su postura y en su mirada. No le doy mucho más tiempo a responder, me levanto del ordenador y paso por el baño antes de ponerme a hacer algo de comer. Según estoy yendo a la cocina, que no es más que un apartado del salón, se acerca por mi lado y me agarra del brazo, fuerte, sin dolor pero con la firmeza suficiente como para que no pueda desembarazarme de él. Me intento zafar, pero no duro mucho, al momento me veo subiendo, levantando mis pies unos centímetros del suelo, sin que de verdad se levanten. Es una sensación muy extraña, algo onírico, estoy por encima de mi propio cuerpo, pero estoy en mi cuerpo. A mi lado, el iniciado Efialtes se eleva entero, no hay cuerpo o no cuerpo, él es entero lo que se ve y se toca, al parecer yo no.
(continúa en el siguiente post)