Preguntas para tardes lluviosas. ¡Y con frío! I

por Con Tongoy

Escritos sobre toda una tanda de preguntas que surgieron  de una conversación mantenida hace pocos días y que me produjo esa sensación que nuestros mayores describían tan bien diciendo: “no me llega la camisa al cuerpo”. Las iré contestando en distintos post, lo mejor que buenamente pueda. Si sueno algo pedante es porque aún de duelen las espinitas de lo que en dicha conversación no pude o no supe expresar, ruego se me disculpe.

Estas dos primeras preguntas surgen a propósito de lo que somos, de esta cultura nuestra occidental, por llamarla de alguna manera, pero que englobaría a todos esos países que se llaman desarrollados, y que desciende, en gran medida, de los logros obtenidos durante la Revolución Francesa, Ilustración y siglos posteriores; que siendo españoles, no podemos hablar de ilustración cómo tal, hasta bien entrado el siglo XIX, pregúntenle si no a Carlos María Isidro y a sus levantiscos y acérrimos seguidores.

¿Somos los más civilizados de la historia? ¿Somos los más civilizados del planeta, hoy?

En respuesta a la primera pregunta diré, desde mi humilde interés personal por la historia, que no tenemos por qué serlo. Aunque antes de decir nada más, añadiré que, como es lógico, aplicar nuestros conceptos actuales de civilización, a culturas de hace mil, dos mil o tres mil años, no deja de ser una anacronía de lo más inútil. El primer paso, por tanto, sería valernos de una empatía histórica —ya hablaremos del concepto de empatía en otras fechas—, para poder juzgar de una manera seria y responsable.

Dicho esto, lo primero es admitir que, desde luego, somos la civilización más avanzada científica y tecnológicamente que jamás ha existido, pero no somos los únicos que se han sentido de esta manera. Desde Sumerios, Egipcios, Griegos o Romanos, pasando por aquellos que vivieron en los siglos del Renacimiento, hasta nuestros tatarabuelos a finales del siglo XIX, sin ir más lejos,  todos han creído esto a pies juntillas. Lo que pretendo decir es que este análisis no se puede hacer a lo bruto, que ser civilizado tiene que ver con el avance científico y tecnológico de una sociedad, pero no es definitorio, como tampoco es, desde luego, causa o potencia de esa civilización; entendiendo civilización o ser civilizado, desde un punto de vista social y humano,  que es lo que nos ocupa. Este análisis o comparación se debería realizar, contextualizando a cada civilización o cultura, y ponderándolas, al menos, en función de su tecnología, acceso a recursos y conocimiento del mundo —o lo que nosotros llamaríamos ciencia—. Entonces, y sólo entonces, uno podría hacerse una idea del grado de civilización al que nosotros estamos o no sometidos; hacerlo de otra forma es enfrentarse a la historia de una forma un tanto pueril.

En este análisis, en este examen, para el que habría que tener un profundo conocimiento de las culturas analizadas, no lo niego, no creo que saliéramos muy  bien parados. Si la sociedad más avanzada tecnológicamente de la historia, se ha convertido también en la más beligerante para con sus semejantes y en la absoluta destructora de su propio entorno, hay algo que no funciona del todo bien. Algo en lo profundo de nuestra concepción del mundo y de lo que somos, anda podrido y renqueante. Para terminar con este razonamiento, sólo dejaré un dato más: este año morirá de hambre un 16% de la población mundial (1.115.798.149), de los cuáles un 75% serán niños.

Lo que me da pie para enfrentarme a la siguiente pregunta, ¿somos la cultura más avanzada del planeta? Empecemos por afirmar, de nuevo, que científica y tecnológicamente, por supuesto; en términos sociales y humanos, creo que tenemos mucho que aprender, primero, del pasado, segundo, de algunas culturas teóricamente menos civilizadas que nosotros.

Las hambrunas han sido una constante en la historia humana, han provocado guerras y han llegado, incluso, a colapsar civilizaciones enteras. Pero es curioso, dichas hambrunas duraban unos cuantos años como mucho, y eran generalmente provocadas por cambios bruscos en el clima o por un sobre aprovechamiento de los recursos. En nuestro mundo, la hambruna no parece tener fin, es más, continúa en progresión alarmante y en una tasa que hubiera hecho fracasar algunas de las más gloriosas culturas de la historia. ¿No deberíamos, si es cierto que nuestro nivel de desarrollo social y humano es el mayor de la historia y de nuestro mundo, corregir esas disfunciones, hacer algo para evitar o frenar esa hambruna global?  No lo hacemos, o no al menos institucional o sistémicamente, porque nuestro sistema social y humano, se rige por unas normas político-económicas, situadas, precisamente, por encima de esas necesidades sociales y humanas.

El hambre actual no está provocado por una crisis climática global —o sí, o lo estará, pero sus causas de momento son otras—, ni por un sobre aprovechamiento de los recursos; que si bien existe, aún no ha acabado con ellos del todo. Los miles de millones de muertos en el mundo son provocados por un sistema que reparte los recursos de manera injusta. Es el sistema lo que falla, no nosotros, y si nosotros hemos creado el sistema, no podemos culpar al sistema, porque como creadores, somos responsables del mismo. Este mundo y los que lo habitamos, nos escudamos en la supuesta autonomía del sistema, para justificar un sistema ineficiente e injusto, mientras enarbolamos la luz de la civilización y del desarrollo social y humano. Creo que es de una presunción de proporciones atómicas y que demuestra la hipocresía que envuelve nuestra era.

Existen culturas más avanzadas que la nuestra, y no hay que irse a buscarlas al espacio exterior. A lo largo de la historia han existido sociedades mucho más justas y eficientes que la nuestra, al menos en lo que a reparto de recursos se refiere, casi todas me atrevería a decir; porque aunque sólo fuera por una cuestión de supervivencia, la mayor parte de ellas no podía permitirse la muerte de un porcentaje tan elevado de la población, mucho menos, en el caso de los niños. En la situación de sobre población actual, esa tasa de muertes se diluye e incluso parece favorecer el discurso de esos pocos que siguen defendiendo la manera es que el mundo es dirigido. Echando un vistazo a lo que nos gloriamos en llamar “sociedades primitivas”, creo que nos llevamos un buen baño de humildad y un ejemplo en lo que a desarrollo humano se refiere.

Cojamos como ejemplo a la tribu de los Pigmeos, por la especial idiosincrasia de su sociedad, y por el lamentable estado de amenaza constante en el que se encuentran. Quién haya leído un poco sobre esta curiosa y antiquísima tribu —ya se les mención en escritos del Antiguo Egipcio, hace casi 2.300 años—, sabrá que su sociedad está basada en unos valores morales altísimos y libre de prejuicios. Suena a idílico, pero es así, los investigadores que han convivido con ellos hablan de una sociedad basada en la confianza mutua, donde no existe el maltrato o el abuso de poder, la desconsideración hacia los mayores o el maltrato de los hijos —una de las peores faltas que se puede cometer en su sociedad—. Tienen normas, por ejemplo, contra el adulterio, la mentira, el robo, la blasfemia, normas nacidas en el seno de su sociedad, muy anteriores a su contacto con el hombre blanco y sus misioneros. Una curiosidad, que quizá ayude a explicar el íntimo nivel de confianza en interrelación que existe en su sociedad, es la casi total ausencia de privacidad, incluso cuando se trata de hacer el amor. La alegría y la risa son parte fundamental de su cultura, y los conflictos son resueltos mediante la conversación, el replanteamiento del problema o, en casos extremos, el abandono temporal del poblado; en todas estas ocasiones, como en casi todos los aspectos de la vida , toda la tribu participa de la resolución del conflicto. La confianza y la empatía son la base de una sociedad que parece idílica a nuestros ojos, y que sin embargo, siendo real, despreciamos, sin entender el por qué. Evidentemente, en su sociedad, nadie muere de hambre.

La de los pigmeos es el ejemplo de una cultura, una sociedad, una civilización en miniatura, mucho más antigua que la nuestra, curiosamente, menos desarrollada científica y tecnológicamente, y que sin embargo, nos deja a todos asombrados y avergonzados, ante su elevado grado de desarrollo humano y social. Tanto que, como decía, nos hace creer que todo es parte de una especie de cuento o idealización, aún no habiendo más que rascado un poco la superficie. Si alguien no lo cree, que busque y crea.

Si nosotros no sabemos funcionar así, intentemos aprender algo de ellos…

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