Preguntas para tardes lluviosas. ¡Y con frío! II

por Con Tongoy

Me sigo aburriendo y sigo respondiendo a esas preguntas que surgieron de una conversación entre amigos, que del tiempo y las flores, acabó hablando de lo divino, lo humano y lo extraterrestre, con nerviosas consecuencias.

¿Podemos tomar la Declaración Universal de los Derechos del Hombre como emblema de nuestra civilización? ¿Tenemos entonces potestad para civilizar al resto de los, supuestamente, no civilizados?

En este caso, y a propósito de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, me gustaría discutir si, como solemos hacer, podemos tomarla como absoluto logro de nuestra civilización. Y no es que no lo sea, soy el primero que cree que es la consecuencia y culmen de miles de años de evolución social y humana. Pero no creo que, echando un vistazo a la sociedad que la escribió, podamos hablar de ella como logro de nuestra cultura. Como mucho, podemos hablar de logro en cuanto a su redacción, pero no en lo que a su aplicación respecta. Por tanto, enarbolarla como si fuera el símbolo de nuestra civilización, mientras dejamos que el mundo se pudra,  guiado por meros intereses económicos y políticos, olvidando y despreciando esa misma declaración, creo que es algo, no sólo erróneo, sino hasta un poco depravado.

Nos contentamos con pensar que hemos alcanzado las más altas cotas de pensamiento y humanidad, al haber plasmado esos derechos en un papel, pero no hacemos nada por evitar su incumplimiento, aduciendo que todos formamos parte del sistema y que, por tanto, no se puede pretender el respeto de esos derechos, de los llamados Derechos Fundamentales del Hombre,  sin dar nada a cambio. Hemos creado la declaración de derechos más completa hasta la fecha, la que parece más humana —y eso que todas las grandes civilizaciones, en mayor o menor grado, han tenido la suya—, pero no hacemos que se respete, y lo que es peor, idolatramos un sistema que la insulta y pisotea constantemente. Cómo entonces, en el nombre de los testículos del Minotauro, nos atrevemos a decir que somos la única civilización, precisamente porque hemos dado a luz esta declaración. El día que decidamos, de verdad, que esa Declaración Universal de los Derechos del Hombre es la base de nuestro sistema y de nuestras vidas como hombres, como seres humanos, sólo entonces, podremos decir que somos verdaderamente civilizados. Hasta que ese momento llegue, son sólo unas líneas escritas en un papel, que en poco se diferencian de lo que Griegos o Romanos, postularon en su momento.

Nunca criticaría un documento de ese calibre y de esa vibrante humanidad, pero si algo puede faltarle, es una vinculación del hombre con su mundo y su entorno. Supongo que la siguiente declaración, situará al hombre como miembro y no como regidor de todo este planeta.

Por tanto, y respondiendo a la segunda pregunta de la tarde, si nuestro mayor símbolo de desarrollo social es pisoteado, denostado y maltratado por todos nosotros, cómplices, forzosos o no, de lo que ocurre en este mundo, cómo vamos a pretender civilizar a nadie. Es más, creo que ese alguien al que pretendemos civilizar, ese indio de la Amazonia profunda, esa tribu perdida de África, que sin necesidad de haberlos escritos, respeta y, más importante, vive en función de unos derechos muy similares, tiene mucho más que enseñarnos.

Un error muy común de nuestra cultura, de nuestra civilización y de nuestro papel como países desarrollados, es creernos la luz del mundo. Es ese “síndrome del conquistador”, el que nos hace escondernos detrás de nuestros avances científicos para intentar enseñar a otros como vivir, a gentes de vida más sencilla y primitiva, sin darnos cuenta de que la mayor parte de las veces, bajo toda esa tecnología, bajo toda la ciencia, no somos mejores que el pueblo, supuestamente, menos desarrollado del planeta. Y si alguien no lo cree, lea, descubra como algunas sociedades más primitivas, han llegado a vivir. Como esas sociedades autosuficientes no desechan al viejo ni al hambriento, no exprimen los recursos, ni pelean constantemente por la riqueza o el poder. Pensar que todas las sociedades elementales son así, es una idea estúpida, pero negar que en ese tipo de sociedades existe un sentimiento grupal mucho más profundo y elaborado que en nuestro  mundo desarrollado, es negar la evidencia.

Es evidente que lo que intento decir no es que haya que vivir desnudos corriendo por la selva —que nada mal nos vendría, por otro lado—, pero si intento convencer de que, cuando criticamos formas de vida más elementales, no nos damos cuenta de que no son más que el reflejo de las cosas que fuimos, de algunas que somos y, tantas veces, de esas que podemos llegar a ser. 

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