No me convencerás.
Por más que se empeñen
tus idolatrados profetas,
por más que tú,
crédulo empapado,
me aconsejes y cantes,
no me convencerás.
No me convencerás
de que mi vida será la tuya,
de que tus formas,
tus vistas
y tus pasos,
han de ser los míos;
de que tus ideas,
por cómodas y establecidas,
son en realidad
las correctas.
No me convencerás
llamándome loco,
riéndote ridículo,
desechando la utopía,
que dices,
altivo y moderno,
nunca se podrá alcanzar.
No me convencerás
—no te exasperes—,
de que la vida
no ha de ser sencilla,
de que tu ambición
nos sobra,
y el cariño,
todo el amor
que no has dado,
es lo que más nos falta.
No, amigo entrenado,
nunca me convencerás
de que puedo vivir
de otra forma,
sin guerra ni juicios,
sin su injusticia;
sin la economía
por iglesia,
sin el susurro
del dinero.
No me convencerás
porque quiero vivir
lo que tú no vives,
disfrutar
lo que tú humillas
y creer
lo que ya olvidamos.
Sentir y pensar,
pero nunca pensar sin sentir,
abrazar, tocar, amar
libremente,
sin los entorchados
de tus vetustas
morales
y la madera siniestra
de tus heredadas deidades.
Nunca me convencerás,
si vilipendias tu esencia
y desprecias, ignorando,
al poeta y su poesía.
Olvidamos lo que somos,
olvidamos sentir,
olvidamos amar,
olvidamos leer
y olvidamos cantar.
No recordamos
el verso,
no recordamos
la letra.
Cada vez menos retenemos:
ni la montaña abruma
ni el río más alimenta.
A ser como tú me niego,
si yo no puedo convencerte,
al menos tú,
no lo harás conmigo.
A pesar de todo,
y siempre,
siempre te llamaré amigo;
aunque no te convenza,
hermano te diré, y te digo.