Mucha rabia

por Somnoliento

Señora, eterna e irresponsable, Presidenta.

Ayer escuché a cierto político hacer un comentario sobre el movimiento 15M, comparándolo con la Revolución Francesa, concretamente con el supuesto golpe de estado del año 1.793. Consideraciones aparte del movimiento en cuestión, no sé que pretendía exactamente la señora política, pretendiendo descalificar un movimiento social, comparándolo con la Revolución Francesa. Revolución que, quitando algunas declaraciones o revoluciones que no llegaron a término, supuso la mayor revolución de la conciencia social y los derechos del individuo, desde que a los sumerios, esos cabezas negras, se les ocurrió, allá por un lejano año 3.000 a.C., acumular el excedente agrario para su posterior redistribución, culminando su proyecto con la fundación de la primera ciudad; para más señas, Uruk.

Menudo insulto, Señora Presidenta, menuda broma elegante la suya de ayer. Quizá quiere usted decir, qué el movimiento 15 M, después de todo, pueda llegar a modificar las conciencias de la misma forma que lo hizo la citada revolución “gabacha”. Quiere usted decir, qué a lo mejor, a través de ese movimiento, podemos llegar a derrocar los actuales gobiernos “neoabosulistas” (neo por lo de neoliberal) y alterar, de una vez por todas, el orden mundial, redactando una nueva Declaración de los Derechos del individuo, tal y cómo se hizo, precisamente, en ese año 1.793 que usted menciona. Vaya, no la creía yo a usted tan progresista, nunca la había soñado tan avanzada en cuestión de ideas, jamás esperé verla tan humana.

Por eso se me hace raro, me parece que usted no se refería a eso. Más me parece a mí, fíjese, Señora, ilustrada, Presidenta, que se refería usted a la época de El Terror, de El Terror Jacobino; que nadie se confunda con El Terro Blanco. Una época terrible, sin duda, dentro de todo lo que ocurrió en ese periodo que se dio en llamar, curiosamente, Señora, siempre tan letrada, Presidenta, la Revolución Francesa. Terrible, sin duda, pero no innecesario. Para nada justificable, pero que visto con responsabilidad histórica, es más que comprensible, dado lo agitado de los momentos que se vivían. Se sorprenderá usted si le digo que muchos historiadores – historiadores serios, no esos, sus amigos, valientes caraduras, que más que escribir la historia, se dedican a comentarla -, todavía debaten lo importante de aquella etapa, qué logró acabar, quizá de la peor de las maneras, con los posibles enemigos de la revolución, aquellos que podían haber echado todo a perder. Pero Señora, bocazas, Presidenta, es que además, en ningún caso se dio un golpe de estado, ese terror fue provocado por el mismo órgano que gobernaba entonces, la recientemente creada Convención, buscando reprimir los distintos brotes contrarrevolucionarios que se estaban volviendo incontrolables. Ya le digo, nadie lo justifica, pero es que, por más que repaso los libros de historia, no encuentro ninguna similitud, la más mínima, entre lo que ocurrió entre los años 1.792 y 1.795, que entiendo, es el período al que usted se refiere, y lo que ocurrió, ocurre, con el movimiento 15M. (Está bien, puede ser que no tenga toda la culpa, sobre todo contando las fuentes escritas, tan próximas, de las que disponía, pero le doy un consejo, la próxima vez que quiera aprender historia, lea historia)

A ver si al final va a ser que usted de verdad considera el 15M un movimiento similar a la Revolución francesa y, con esa delicada inteligencia a la que nos tiene acostumbrados, ha querido declararlo con la mejor y más brillante de las ironías; a la que también me tiene acostumbrado, creo. Será posible que debajo de esa fachada de político al uso, descerebrado e inculto, se esconda una preclara oradora, tan irresistible e implacable como el mismísimo Robespierre. ¿Es eso lo que usted quería decirnos? Señora, maestra de agitadores, Presidenta. Pues entonces, quizá tendríamos que hacerle caso, quizá tuviéramos que volver a echarnos a la calle, volver a tomar las plazas y seguir insuflando el cambio en quién nos rodea. A lo mejor ya es hora de renovar todo el sistema que nos gobierna, no a nosotros, no a su diminuta comunidad, ni a este nuestro pequeño país, sino ese que controla nuestro mundo (fíjese bien en el nuestro). Tiene toda la razón, no está dando luz con sus palabras. Con la defensa del último movimiento ciudadano (vuelva a fijarse bien en el ciudadano, que usted ha hecho en la presentación del cuaderno de notas de su amigo, nuestro querido “libertin”, ha acabado por abrirnos los ojos.

Aunque para serle sincero, tengo algo de miedo de su luz, de su guía atenta. Me dan miedo algunas ideas suyas que quizá debiéramos discutir. Es que, sabe usted, Señora, insolidaria, Presidenta, a mí lo de recortar la educación, depauperarla, en cualquiera de los sentidos, más aún en un país con tan graves deficiencias como el nuestro, me parece poco inteligente. No se ofenda, inteligente de cara al futuro, en su plan presente, concienzudo y económico, seguro que encaja perfectamente. No sé por qué, quizá soy un idealista convencido, pero siempre me pareció que la educación es la principal fuente de crecimiento, económico, social y cultural, de un país, puede ser que usted, en su clarividente concepción del mundo, Señora, oh todo poderosa, Presidenta, consiga hacerme ver las virtudes de una peor educación pública, que condene a las familias de menor nivel social a peor formación y estudios. Quizá pueda también convencerme de lo genial que es su idea esa de un “bachillerato de excelencia”, que saque a los alumnos más inteligentes de las aulas convencionales, precisamente a esos alumnos que generalmente hacen avanzar al grupo, segregando y condenando al resto a una limbo educativo sin futuro. Puede ser, quién sabe, que usted consiga contagiarme su pasión por dividir el mundo entre los ricos formados de vida fácil y los pobres inadaptados de vida sin opciones, pero de momento no me queda sino mantenerme escéptico, a la espera de sus comentarios.

Ah, se me olvidaba, que también ha hablado de indignados, de los indignados, comparándolos, una vez más, con los mismos que provocaron aquellos cambios tan, tan poco importantes, tan desdeñables, en la época de la Revolución Francesa. Es que de verdad usted no se escucha cuándo habla… De verdad se ha parado alguna vez ha pensar las cosas qué dice y por qué las dice… Señora, en palabras de su brillante ascendente (espero que ahora avergonzado): “cacasena”, Presidenta, todavía no se ha dado cuenta, de que esos indignados, aquellos del movimiento 15M y los que abarrotábamos las plazas de forma anónima, hartos de sus excesos, soliviantados por sus tonterías, sólo éramos la punta de este iceberg social. De verdad sigue usted pensando que indignado es, solamente, el que acudió a la Puerta del Sol aquellos días. Cómo se equívoca, Señora, mi adorada metepatas, Presidenta, porque indignados, quién más quién menos, de un signo o de otro, son todos, somos todos los que no hicimos nada para estar así y sin embargo, nos vemos abocados a un época de carencias, de penurias y de recortes sobre todo lo que nuestros padres, los padres de todos, y sus padres, lograron alcanzar.

Directamente, cara a cara si pudiera, le diría que su problema no es de formación, ni siquiera de visión o de ideas políticas, su problema es su falta de humanidad. Usted, Señora Presidenta, no es lo suficientemente humana para ver, para comprender, que a quién debe contentar, proteger y cuidar es al ciudadano, empezando por el que menos tiene, pero mirando por todos los que somos, los mismos que votamos. Para eso votamos, para eso es la democracia y no para esconderse detrás. Nadie le ha dado derecho para que nos intente insultar – intento que, como indignado no oficial, le agradezco enormemente -, no vamos a permitir que nadie nos denigre ni engañe, racaneándonos nuestro presente, robándole a nuestros hijos el futuro. Se lo digo a usted, por ser la que me ha estropeado el día, pero haría lo mismo cada mañana, con cualquiera de sus colegas, del signo que sean, maldita sea, todos igual de ignorantes, igual de incultos, tan poco humanos.

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