Kit-Kat

por Somnoliento

Cuarenta y cinco minutos, o casi, perdidos. Un momento viendo el partido, minuto 15 de la primera parte, siguiente recuerdo, minuto 10 de la segunda parte, con dos goles de por medio. Sentado en el sofá, llamada al teléfono, vuelta al sofá y ese montón de minutos, desaparecido, sin más. No hubo nada más, no se hizo nada más, sólo eso, una tele, un partido, una llamada telefónica y el tiempo acelerado, sin explicación.

Había quedado en salir esa noche después del partido, me di una ducha rápida y me senté tranquilamente a ver el fútbol. Edu tenía que llamarme aún, no había conseguido dar con él, estaba seguro de que me llamaría durante el partido; no era demasiado aficionado al fútbol, posiblemente, ni siquiera supiera que hoy había partido. Tal y como esperaba, a los pocos minutos de empezar el partido, no más de quince, recibí la llamada, no al móvil, como hubiera sido normal, sino al teléfono de casa, eso era también típico suyo. Me levanté y estuve unos minutos hablando con él, estaba cerca de mi casa, quedamos en que pasara por aquí a ver la segunda parte y luego saldríamos juntos al centro, colgué y volví al salón. No fueron más de tres minutos, pero el partido que yo había dejado cero a cero, ahora estaba uno a uno, y ni siquiera había oído los goles, ni desde la tele, ni de los malditos vecinos forofos que cantaban siempre cualquier gol, como si fuera una puta final del mundial. Menuda mierda, pensé, mira que era casualidad, había sido cosa de un momento.

He de reconocer que me jodió, pero no le di mayor importancia, le di un trago a la cerveza, la misma que acababa de sacar de la nevera hacía nada, para comprobar que se había quedado completamente caliente. Miré el botellín con asco, mientras tragaba aquel caldo, ni sin cierto esfuerzo. Pasé de volver a levantarme, ya me había perdido dos goles por la dichosa llamada. Además, no debía quedar mucho para el descanso. Eché un vistazo al cronómetro del partido y me quedé algo tocado, el reloj no marcaba lo que debiera, minuto veinte o veinticinco de la primera parte, en el reloj figuraba el minuto cincuenta y siete, como si el partido estuviera ya en el segundo tiempo. Era muy raro, miré la hora en el reloj de mi muñeca derecha, un manía que tengo, nunca llevarlo en la izquierda, en esa mano oscura (palabras de mi tía), pero no mostraba nada fuera de lo común, nueve y veinte, nueve y veintidós, a los de la tele tenía que habérseles jodido algo. Seguro que era algo así, sobre todo tratándose de la mierda de cadena que era, ¿qué se podía esperar? Si hasta metían anuncios en medio de los partidos, eran un desastre… Dejé de pensarlo durante un rato, pero en seguida volvió a asaltarme la duda, no me había quedado muy satisfecho con mi propia explicación. Allí había algo más que no funcionaba, algo que no encajaba, como si en el partido estuviera pasando algo fuera de lo normal, no sabía lo que era, pero no me dejaba concentrarme en el maldito fútbol.

¡Joder! Creo que lo dije en alto, de repente me di cuenta, yo habría jurado que el madrid había empezado atacando hacia la otra portería, hacia el fondo sur, y ahora estaba defendiendo en ese mismo lado, donde se suponía que tenía que atacar. Eso era lo que me había tenido loco, los lados de los equipos estaban cambiados, estaba seguro, me había fijado en el “banderón” del fondo sur al empezar el partido. El cronómetro de la tele no había cambiado, seguía avanzando más allá del minuto sesenta, ninguno de esos insufribles comentaristas parecía decir nada al respecto. Puede ser que me hubiera confundido, estaba claro, quizá había visto mal la hora del partido y lo había cogido ya en el segundo tiempo. Fui a ver la hora en el reloj del microondas, tampoco me aclaró mucho las cosas, marcaba casi las diez y veinte, el mío no pasaba de las nueve y media todavía, casi una hora de diferencia. No tenía ni puta idea de lo que había pasado, me metí en el ordenador y busqué la retransmisión del partido en la primera página que pillé, a ver si me sacaba de dudas. Efectivamente, el partido estaba en la segunda parte, iban uno a uno y, lo que era mucho peor, había comenzado, tal y como yo creía, a las nueve de la noche. Un escalofrío trepó reptando por mi nuca, haciendo que se me erizará el pelo; juro que se me puso la carne de gallina. Era muy raro, jodida y acojonantemente raro.

En esas estaba, dejándome asaltar por un montón de ideas, a cada cual más estúpida, asustándome cada vez más, cuando sonó el telefonillo. ¿Qué hora era? Según mi reloj las nueve y media, según el resto del mundo, el microondas, el ordenador y el dichoso partido, casi una hora más. Tenía que ser Edu, pensé, aunque llegaba antes de lo previsto, no hacía ni diez minutos que habíamos hablado…
Mientras subía, intenté calmarme un poco, posiblemente todo había sido un malentendido, mi reloj se debía haber parado sin darme cuenta y me había jugado un mala pasada. Edu lo aclararía todo, acababa de hablar con él, no hacía ni diez minutos. Cuándo le abrí la puerta, lo primero que dijo no me ayudó demasiado, “Muy buenas. ¿Qué te pasa tío?”. “Nada, ¿por qué?”, le dije intentando aparentar, encontrar algo de calma. “No por nada, por nada, pero tienes una cara de susto que te cagas”. “Ah, bueno, nada tronco, que se me ha debido parar el reloj y me he pegado un susto tontísimo”. No quería contárselo todo de golpe, no había sido nada, si se lo contaba tal cual, se iba a descojonar de mí un buen rato.

“¿Quieres algo de beber?” Tenía que aparentar, eso, normalidad.
“Vale, una cervecilla, si tienes”
“Sí claro” abrí la nevera y busqué un par botellines, esta vez me aseguré de que estuviesen bien fríos. “Por cierto, ¿por qué has venido tan pronto al final? ¿No querías quedarte un rato más con ésta?” le pasé la cerveza y abrí la otra para mí.
“¿Cómo que pronto?” contestó extrañado, “si te he dicho que vendría para la segunda parte, yo creí que llegaba tarde; la verdad es que me ha sorprendido que no me echarás la bronca por interrumpirte el partido”.
“Ya, pero es que me he confundido tío, lo que te he dicho, se me ha debido parar el reloj y cuando he hablado contigo, creía que era mucho más pronto”. Lo dije convencido, no podía haber sido otra cosa. “De todas formas, no has tardado nada”.
“Bueno, no sé, he tardado casi una hora, creo”.
“¿Una hora? Qué dices, si acabamos de hablar no hace ni vente minutos. No me tomes el pelo, que me he pegado un buen susto, ya sabes cómo soy con estas cosas”. Esta vez me puse más serio, la cosa empezaba a tener poca gracia.
“Si, ya, lo de tú tía qué es bruja, que hace guija y su puta madre, ¿no?”
“Si eso, coño. Pero no me jodas ahora, que bastante susceptible estoy ya”
“Pero tío, qué no te lo estoy diciendo en broma, he hablado contigo hace como una hora, he estado un rato más con Ana, nos hemos tocado un ratillo más, quiero decir, y me he venido para acá. Ya te digo, pensé que llegaba tarde y todo”.
“No me toques los huevos tío, te lo digo muy en serio, que me he acojonado de verdad”. No me gustaba aquello, me estaba cabreando; sabía que se estaba aprovechando para reírse un rato. Si es que lo sabía, no tenía que haberle dicho nada.

“A ver, Rafa tío, te juro que no te lo estoy diciendo de coña, ni para joderte, ni nada”. Sonaba sincero, pero con Edu nunca se sabía, el cabrón sabía colártelas muy bien. “Hemos hablado como a las nueve y cuarto, nueve y diez, me he quedado un rato más en casa de Ana y me he cogido el bus para acá, eso, cuarenta y cinco minutos, una hora”.

Me quedé un momento en silencio, no parecía que me estuviera tomando el pelo, es más, esa última frase tenía un deje apaciguador que, lejos de conseguir su objetivo, me había puesto aún más nervios, conseguía darle veracidad a su historia. De nuevo, mil ideas empezaron a venirme a la cabeza, todas descabelladas, todas inexplicables, ¡pero qué coño estaba pasando!

“Me estoy volviendo loco tío, por favor no me jodas, me estás diciendo que, desde el momento en que hemos hablado, hasta ahora, ha pasado casi una hora”.
“Sí, un poco menos quizá, como tres cuartos de hora, ¿por qué?”
“Joder, porque no puede ser, porque hace sólo un momento que he colgado el teléfono, cinco minutos, diez a lo sumo”. Ahora sí que estaba realmente nervioso, en ese momento fue cuando comencé a asustarme de verdad. No pude más y me senté en una de las sillas de la mesa de la cocina. Edu, se sentó conmigo, no tenía pinta de estar tomándome el pelo, al contrario, la forma en que me miraba, entre alucinado y compadecido, me asustaba aún más.
“De verdad tío, estoy empezando a acojonarme”.
“Pero qué coño ha pasado, cuéntame, se te ha parado el reloj y qué más”.
“No sé si me ha parado el reloj, bueno, sí, se me ha parado, bueno no, joder, se ha retrasado, se ha quedado parado, pero parece que después ha seguido funcionado. Mira, si ahora funciona”. Le mostré el reloj, la manecilla del segundero seguía rodando, pasando sobre sus hermanas mayores, que marcaban ahora casi las diez menos cuarto. Edu cogió mi muñeca con la mano, miró fijamente el reloj y luego miró el suyo.
“Tienes razón, está retrasado, casi cincuenta minutos”
“Eso es lo que te digo, y según mi reloj, no ha pasado más de cuarto de hora desde que he hablado contigo”.
“Bueno, joder, pero te has podido quedar sobado tronco, o se te ha pasado volando, tal cual, a veces pasa, ¿no? Qué no te enteras, que en un momento tienes más una hora para llegar a currar y al momento siguiente estás llegando tarde…”
“Qué no tío, qué no es eso.” Lo dije casi gritando, estaba cada vez más confuso.
“Pues dime qué es, es qué no me estás diciendo qué coño te ha pasado. No sé qué de tu reloj, pero no sé más.” Levanté la vista de la tabla de la mesa y miré a Edu fijamente a los ojos.
“Te voy a contar lo que me ha pasado, palabra por palabra, minuto a minuto, y te juro que todo es verdad, te lo voy a contar tal cual me ha pasado. Pero no digas nada hasta que acabe, por favor.”

“Está bien, cuéntamelo, te juro que no digo nada hasta que tú me digas” lo dijo muy serio, asintiendo con la cabeza. Pude notar su creciente curiosidad por saber que me había ocurrido.
“A ver, antes de hablar contigo, me he duchado, como a las nueve menos cuarto, para poder ver el partido desde el principio. Me he cogido una cerveza y me he sentado a ver el partido. Justo cuando llevaban diez minutos de partido, me has llamado tú.”
“Muy oportuno, como siempre, eh” su intento de quitarle algo de hierro a la conversación casi termina en tragedia. Respondí a su gracia con una mirada de odio. «está bien, tranquilo, lo siento, me callo, me callo…»
Esperé a que borrara la sonrisa de su cara y continué con mi relato.
“Según he colgado el teléfono, me he vuelto al sofá y me he sentado para seguir viendo el partido. Hasta ahí, todo perfecto. Bueno, pues al volver al partido, me fijo en el marcador y veo que, en vez de ir cero a cero, como yo lo había dejado, iban ya uno a uno”

Vi como Edu se revolvía en la silla, reprimiendo las ganas de hablar. Le corté antes de que pudiera vencer sus propios bloqueos:

“Lo sé, lo sé, eso no es tan raro, cosas más raras se han visto, pero hay más. Primero, mientras hablaba contigo, no he oído nada en la tele, ni gol, ni nada, y lo normal es que lo hubiera oído, el teléfono no está tan lejos. Por cierto, ¿qué coño hacías llamándome al fijo?” el comentario le pilló por sorpresa.
“Pues no sé, que te llamaba desde el fijo de Ana y prefería no llamarte al móvil. Y que tu fijo me lo sé de memoria y el móvil no, además”. Hice un gesto agitando la cabeza, no quería que nada me distrajera, cortará el hilo de la historia, no sé ni por qué había dicho eso…
«OK, pues eso, que no oí cantar los goles, ni, primero, en la tele, ni, segundo, al coñazo de los vecinos, y eso que los cantan todos, todos, a grito pelado, como si esto fuera la “Champions”. Y no te digo cuando encima es la “Champions” de verdad… Sí, ya sé, que por ahora, todo esto no suena muy raro, pero espera a que acabe”. Su cara lo decía todo, estaba deseando intervenir. “Veo el marcador y me quedo un poco flipado, dos putos goles en cuánto tiempo, ¿tres minutos? ¿Cinco minutos? Porque no hablamos más ni de coña.” Me dio la razón con la cabeza. “Pero bueno, paso del tema, y sigo tranquilamente viendo el partido, cojo la cerveza y le doy un trago y…”
“Y ¿qué?”
“Pues que casi lo escupo, estaba como una sopa la puta cerveza y eso que acaba de sacarla de la nevera. Podía llevar diez, quince minutos fuera, pero no para estar así de caliente. Y lo mismo, me digo a mí mismo que seguro que había cogido la cerveza recién metida en la nevera y no le doy más vueltas. No me muevo, paso de ir a por otra, a saber cuántos goles me iba a perder esta vez… Sigo viendo el partido. Ten en cuenta que, entre tu llamada y el trago a la cerveza, no habían pasado ni cinco minutos, lo que pasa que estoy intentando contártelo con todo detalle. Ósea, que cinco minutos de tu llamada, más otros cinco, como muchísimo, viendo el partido, ahora con uno a uno, habían pasado diez minutos a lo sumo. ¿Me sigues?” Quería comprobar que Edu no se estaba perdiendo detalle; repasando toda la historia, incluso a mí me estaba pareciendo menos importante, aunque es cierto, aún faltaba lo peor, o lo mejor, lo más interesante, vaya.
“Sí, te sigo perfectamente, pero en serio, a mí, hasta ahora, no me parece que nada de esto sea para rayarse, no te cabrees, pero suena un poco a casualidad, un poco jodida, sí, pero casualidad.” Su respuesta no me sentó mal, estaba intentando calmarme y es cierto que no le faltaba razón.
“Ya tío, tienes razón, y así pensaba yo, te lo juro, hasta qué…” Me callé un momento, no fue una cuestión de darle más emoción a la historia, es que volví a sentir ese tirante escalofrío en la nuca. “Hasta qué miré el reloj del partido. Lo de los goles, puta madre, dos goles rapidísimos, yo estoy hablando contigo, ok, no me entero de nada. Lo de la cerveza, perfectamente normal, se queda caliente fuera de la nevera, menuda chorrada. Pero y ¿lo del reloj? ¿Cómo explicas que el reloj del partido, que cuando yo me fui marcaba, o debía marcar el minuto diez, doce, ahora marcara el cincuenta y siete?” Corté su respuesta con un gesto de la mano, sabía lo que diría. “Sí, lo sé, típico error de la tele, podía ser, pero allí nadie se daba cuenta, ni los comentaristas, ni nadie. Y lo qué es peor, sigo viendo el partido, rayado ya con el tema, pero diciéndome que no era más que una casualidad, cuándo me doy cuenta de que los dos equipos están cambiados de lado”.
“¿Cómo que estaban cambiados?” Esta vez no pude impedir su réplica de total incredulidad.
“Pues que estaban en lados opuestos, yo había dejado al Madrid atacando hacia un lado, hacia dónde los ultras, hacia el fondo sur, y ahora, después de hablar contigo, estaba defendiendo ese lado y atacando en el otro. Lo sé, porque al principio del partido, los ultras habían sacado la típica bandera enorme y me había fijado.”
“Pero Rafa tío, todo eso, reconozco qué es raro, pero no tiene nada de movida extraña, en serio. Puedes no haberte dado cuenta o haberte confundido con la hora del partido, no sé, pero no es para ponerse a pensar cosas raras, ni para asustarse.”
“Qué sí, qué eso mismo he pensado yo y qué crees que he hecho” me estaba desesperando un poco, no todo era tan fácil, “pues he mirado mi reloj, he visto la hora, me he ido a comprobarla con la del microondas, he visto que estaba mal. Mi reloj podía haberse quedado parado, ok, pero luego, he ido al ordenador, a comprobarlo todo, minutos del partido, para descartar el fallo del cronómetro de la tele, la hora de inicio del partido, para ver si me había confundido, y el minuto en que se habían marcado los goles, y nada encajaba.”
“¿Nada encajaba con qué? No sé a qué te refieres, la verdad, ahora estoy algo perdido…”
“Nada encajaba con nada. ¿No te das cuenta? Empieza el partido, nueve de la noche, como yo ya sabía, diez minutos y me llamas, cinco minutos y vuelvo al partido, en vez de estar cero a cero y en el minuto quince de la primera parte, resulta que ya van uno a uno, y lo qué es peor, parece que ya están en el minuto cincuenta y siete, es decir, casi diez de la segunda parte. Compruebo todo, relojes de casa, televisión, ordenador, todos ellos coinciden, minuto cincuenta y siete de la segunda parte, o lo qué es lo mismo, diez y diez de la noche, lo único que no encaja es mi reloj y, por ende, yo mismo. ¿Todo genial, no? Me lo estoy imaginando…” Hizo amago de responder, pero le volví a cortar de golpe.
“Espera, que aún falta lo mejor. Justo cuando estoy más rayado, justo cuando no tengo ni puta idea de qué pensar, suena el telefonillo y llegas tú a casa. Dime, ¿cuánto has tardado en llegar? Si tú mismo lo has dicho, ha pasado casi una hora. Pero tú has visto mi reloj, has visto lo que te he dicho, para mí no habían pasado ni diez minutos… ¿Me voy a inventar toda esta mierda? Qué no tío, qué algo me ha pasado, yo qué sé el qué, pero he tenido un vacío de casi una hora, si hasta mi reloj parece haberlo perdido.” Casi no me había dado cuenta, pero llevaba ya un rato levantado de la mesa, dando vueltas por la cocina, haciendo aspavientos y dando manotazos. Edu estuvo en silencio aún un rato más, ya no parecía tener tantas ganas de hablar, al contrario, parecía no saber qué decir…

Por fin habló: “¿Estás seguro de qué no te ha pasado nada más?
“Seguro, ¿el qué? Si sólo he ido a hablar contigo y he vuelto al sofá” estaba casi gritando.
“Vale, vale, tranquilo, no digo que no te crea, pero te ha podido pasar algo, has podido desmayarte o algo así.”
“No me he desmayado tío, no me he levantado del suelo, no he hecho nada, he colgado el teléfono y me he sentado en el sofá, te lo vuelvo a decir. Y además, cómo explicas lo del reloj. Sí, ya, casualidad, pero ¿tanta?”

Ahora sí que parecía no saber qué decir. Los dos estuvimos un buen rato callados, no era para menos. Yo tenía esa extraña sensación de miedo a lo desconocido, la misma que tenemos cuando nos cuentan alguna historia de miedo demasiado creíble; el sentimiento, tan humano, de desamparo frente a lo inexplicable. Eduardo parecía querer buscar una nueva explicación a todo aquello, pero sin encontrarla. Estaba claro que algo había pasado, pero el qué; yo no quería, sabía que no debía, pero alguna de esas ideas descabelladas, saltaban ahora al frente de mis pensamientos y se me presentaban como una explicación más que posible.

Antes de continuar, hay una cosa que debía haber dicho de mí, pero que para no enturbiar el relato, no he querido desvelar hasta ahora. Es cierto que no soy una persona demasiado aprehensiva, pero sí que tengo cierto interés por algunos asuntos, digamos que, exóticos. Vamos a ver, no soy el típico loco interesado en lo paranormal, para nada, pero tampoco soy una persona completamente racional o científica con ese tipo de cosas. Aún conservo cierta espiritualidad cristiana y sobre todo, en la historia familiar ha habido algunos casos, muy vinculados siempre a mi querida tía Madu (a la que Edu había llamado “la bruja”), para que engañarnos, que hablan más de la cuenta sobre el fantasma de tal o cual abuelo o abuela, y que han influenciado un poco mi personalidad espiritual. Digamos que estoy acostumbrado a escuchar historias de fantasmas desde pequeño y eso me ha hecho ser, bastante sensible a ciertas experiencias; aunque alguno eso ya lo haba adivinado. Aún así, vuelvo a repetir, no tengo nada de parapsicólogo, ni veo programas tipo cuarto milenio. Y lo digo, porque sé que algunos pensarán que estas historias siempre les pasan a los mismos, al mismo tipo de gente, y que por eso mismo, la duda es más que razonable. La verdad es que no lo sé, y ma da igual, sinceramente, yo sólo espero, que lo detallado del relato, les haga caer en la cuenta de que en nada he mentido o exagerado, como tampoco he encontrado explicación alguna, ni he pretendido darla. Simplemente, soy otra de esas personas, que en su vida cotidiana, se ha topado con lo inexplicable. Inexplicable, qué no paranormal, de no tener explicación, de ser algo que escapa a la comprensión humana, al menos, a la mía.

Aquella noche, después de un rato más de charla, decidimos dar el tema por zanjado y salir hacia dónde habíamos quedado con todo el mundo; yo seguí dándole vueltas un rato más, aunque acabé por olvidarlo. Tampoco tenía ganas de hablarlo, con nadie, pero, como era de esperar, después de algunas copas, Edu consiguió sacarme la historia, y para que contar más. En un primer momento, hubo quién se la tomó más o menos en serio, se postularon algunas teorías, unas más descabelladas que otras, ninguna concluyente, ni en absoluto tranquilizadora, pero a medida que la noche, la charla y las copas avanzaban, el respeto dio paso a la risa, y de ahí, el saltó al cachondeo fue algo natural. Lo dicho, yo mismo acabé riéndome de todo aquello, me vino bien, se pasaron la noche diciéndome que no me perdiera, a ver si iba aparecer en la edad media, llamándome el “crononauta” follador o diciendo que si podía prestarles un poco de mi tiempo, para seguir de farra hasta el “finde” siguiente. En fin, ocurrió lo que tenía que ocurrir y a mí me sirvió para dejar de pensar en todo aquello.

Ya no me preocupa qué es lo que pudo pasar, supongo que lo más probable es que me desmayara y me levantara sin darme ni cuenta, me da igual, ha pasado mucho tiempo y nunca he vuelto a vivir algo remotamente parecido. Sólo hay una cosa a la que sigo dando vueltas, un pensamiento, una imagen que vino a mi mente aquella noche, y que aún hoy, años después, vuelvo a ver de vez en cuando. No sabría decir si fue, si es un sueño o una de esas ideas que nos asaltan en el espacio, en el tiempo que hay entre el sueño y la vigilia, ese momento de tintes mágicos, dónde, precisamente, lo onírico se confunde con la realidad, y viceversa. Esa imagen, es una imagen de mi cuerpo, de mí mismo, cayendo, cayendo sin caer, flotando más bien, pero hacia abajo, deslizándome por una especie de tubo, un túnel de paredes ondulantes que acaba en una especie de cuarto o cámara con paredes de cristal. O qué parecen de cristal, porque siempre tengo la certeza de que puedo ver más allá, certeza de su transparencia, pero una extraña y cegadora luz, no me deja ver nada más; es como si el exterior, simplemente no existiera. Sé qué esa caída es larga, sé también que no es una auténtica caída, porque el aterrizaje es suave, pero no puedo ver más allá, todo acaba en esa cámara y en esa luz que parece borrarlo todo a su alrededor.

Se me olvidaba, aún guardo ese reloj, una hora retrasado, jamás lo he puesto en hora, quizá esperando que algún día pueda recuperar esos cuarenta y cinco minutos, segundo arriba, segundo abajo, que un día me fueron robados.

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