La fiesta siempre fue sagrada:
bendito tiempo del descanso,
un espacio para celebrar
y dejar salir algunas de las cosas que,
en el hastío absurdo del trabajo,
en la glauca rutina del mundo,
de los pesares de la vida acostumbrada,
fuimos incapaces de regurgitar;
ejercicio mentat:
¿qué hay de malo en dejarse llevar?
¿Por qué es el día más importante que la noche?
¿Por qué vivir de día y descansar de noche, siempre?
¿Por qué es hoy la fiesta algo proscrito,
casi nunca celebrado,
a lo que la sociedad
persigue y acosa,
maldice y relega al hoyo de lo prohibido,
ilegal, oscuro?
¿Qué tiene de malo la oscuridad,
si es la única forma de hacer crecer la luz?
Sociedades avejentadas,
elevación del trabajo,
adoración por el dinero,
culto a la salud;
¿quién quiere ser inmortal,
sano inmundo,
si no puede celebrar,
festejar la vida,
desbaratar la rutina,
desahogar las pasiones,
aturdir, de vez en cuando,
una consciencia, quizá, hoy,
demasiado humana;
vivir aunque sean tres días,
pero vivir,
no pasar,
no correr como asnos,
vivir,
o fifir, que es vivir,
pero retenerse en el sabor de cada letra?
Países de viejos para viejos,
leyes y ultraleyes,
gobiernos perezosos,
políticos puritanos,
derechas populistas y meapilas,
izquierdas identitarias y radicales,
moralistas de la masa,
ignorantes semivivos.
¿Qué tiene el disfrute que tanto asusta?
¿Qué tiene el saber divertirse,
perder la cordura,
dejarse llevar,
amar sin tanto sentido,
qué tiene que tanto lo envidia
quién solo sabe vivir
mirando a dioses,
humanos o divinos,
rumiando apagados
visiones autoimpuestas,
sometidos ideológicos
abotargados de tiempo
por todo lo que ellos no hacen
—no se dejan, no saben, no pueden—,
por todo lo que ellos no hicieron;
no les dejaron,
no supieron masticar ni rebelarse.
A la mierda con su mundo de mañanas,
con sus tardes grises de trabajo,
a la mierda con la productividad,
el liderezago,
la resiliencia,
medir las palabras,
esconder la risa,
cumplir mandamientos
que drogados monjes
creyeron escuchar a arbustos ardientes;
arbustos taimados,
control de las masas saliendo de las matas.
Países de viejos para viejos,
leyes y ultraleyes,
gobiernos perezosos,
políticos puritanos,
derechas populistas y meapilas,
izquierdas identitarias y radicales;
moralistas de la masa,
ignorantes semivivos.
¡Por el éxito maldito de los pobres humanos pobres!
a la mierda con no saber disfrutar,
con estar siempre en el filo baboso
de morales extinguidas
que hoy reviven
en el vaho purulento
de viejas ideologías progresistas desgastados,
de enfermos dioses taimados y engordados,
estafadores vitales.
Vivir, celebrar que se vive.
Fifir, que es vivir
pero mirando con los párpados cerrados,
perder la razón,
obviar el esquizoide sentido
sempiterno de la responsabilidad:
salir y romper con el día;
vivir y beberse la noche,
en todos sus fluidos oscuros,
de todas las miradas estelares.
Dejarse escuchar,
gritar,
estampar la ansiedad por ser
en el crujir santísimo de la fiesta;
vivir, porque no hay mañana,
solo los pasos que damos,
solo las personas que amamos,
¡a raudales!
¡Ebrios!
¡Colocados de vida y de colores!
¡Ebrios!
Fifir, que es beberse la vida hasta los bordes,
aun cuando sepa a canela,
aunque resulte veneno.
¡Y comernos los unos a los otros,
insanos, largos, desnutridos, valientes,
libres al fin de tanta paciencia!