Todo comenzó el día que bajaron del cielo. Nadie lo esperaba, nadie pudo verlos, simplemente ocurrió, en todos los rincones del planeta, al mismo tiempo. Como si de un mal sueño, el peor de los sueños se tratara, la raza humana fue exterminada en minutos. Sin armas, sin ruido, sin posibilidad de defensa, miles de millones de vidas, simplemente, se apagaron. Solo es un rumor ahora, no guardo sentimientos, no al menos de mi antigua forma humana, veo las imágenes, conservo el recuerdo de las personas cayendo a mi alrededor, derrumbándose como briznas de hierba, pero hace tiempo que son solo eso, recuerdos, imágenes estáticas perfectamente aisladas y diferenciadas en la memoria de mi nueva forma.
Yo fui uno de los que sobrevivió, uno de los pocos que habían sido elegidos desde tiempos inmemoriales para ascender, guardando dentro de sí la información de una raza, hace tiempo condenada. Insertado en el ADN de algunas líneas de individuos, los fecundadores dejaron pequeños segmentos de traza. En el momento en que se dio la orden, los Alabados habían considerado al ser humano y a la tierra proscritos, impuros… Y ellos, los eternos buscadores de la vida libre en cualquiera de sus formas, se negaron a perder por completo un trabajo de miles de años; la ultima oportunidad. La información era demasiado preciosa. Cierto que no consideraban al ser humano una raza desarrollada, niños recién entrados en la edad de la razón, pero habían – habíamos, supongo, ya poco queda de mi esencia de entonces – demostrado ciertas capacidades, dignas de otros proyectos, de otras formas de vida mucho más avanzadas y en un espacio de tiempo corto, muy corto en términos de dispersión. Sé que por eso se preocuparon en conservar algunas muestras, algunos de nosotros, por eso nos ascendieron, a pesar de romper todas las normas con los Alabados, con los más altos, los únicos que poseían el verdadero secreto de la Dispersión; Ellos de los que se dice que iniciaron La Dispersión en la oscuridad de los tiempos.
Ahora ya no somos humanos, los pocos cientos que llegamos en aquellos días fuimos elevados a nuevos rangos de existencia. No todos iguales, cada uno siguió un desarrollo distinto; según lo aprendido en nuestro proceso de cría y adiestramiento, depende de cada ente, de cada individuo, el completar este proceso en uno u otro sentido. La vida tiene un desarrollo cuasi infinito para ellos, pero nadie lo completa de la misma manera. Aun así, todos cambiamos, a ninguno se nos puede llamar ya humano, ni ninguno de nosotros se atreve ya a considerarse hombre. Ni siquiera los horrores vividos aquel día en que cayeron del cielo en tromba, tienen verdadero sentido para nosotros. Todo ha cambiado, incluso el mundo que nos rodea.
Una vez que liberaron el verdadero desarrollo vital dentro de nosotros, nada era igual. Desde las sensaciones hacia nuestro propio cuerpo, hasta la percepción del mundo a nuestro alrededor; un cambio radical frente a la simple forma humana. Podíamos sentir la sangre fluir en nuestro interior, oírla correr por las venas. Cada transmisión nerviosa no era un mero acto reflejo, era una sensación de placer inmenso, al poder percibir su emisión y su recepción al mismo tiempo. Nuestro cuerpo, continuamente cambiante por su desarrollo aun incompleto, ya no funcionaba de forma inconsciente y cada músculo, cada célula, respondía a la orden dada por uno mismo. Con el tiempo y como parte del programa de adiestramiento y adaptación, cada uno éramos capaces de controlar cualquier proceso corporal a nuestro antojo, incluso empezábamos a manejar grupos de células por separado consiguiendo que cambiasen de función o de forma. Era un nuevo nacimiento de nuestro ser, seguíamos siendo ese ser, pero todo había cambiado.
La relación con nuestro mundo interior era solo un parte del nuevo renacer, el mundo exterior había cambiado todavía más. Ya no teníamos ojos, boca o nariz, teníamos todo, en todos los orificios de nuestro cuerpo y desarrollábamos cada vez sentidos nuevos y distintos que nos comunicaban con el entorno de una forma única. Ya no veía los colores, los olía, los saboreaba, podía sentirlos. Y que colores, había olvidado lo que eran antes para mí. Ya no recordaba esa gama simple y limitada, un increíble y cambiante mundo de luminosidad se abría ante mí. El espectro de la visión dejo de ser una fina línea de la realidad, ahora contemplaba cada color en todo su esplendor y podía hacer que cambiase su tono, con solo cambiar el modo en que lo miraba, sin que ese color perdiera su nombre o su esencia. Era algo inexplicable en mi antigua forma, completamente sensible en plena ascensión.
Toda la sorpresa de la ascensión y el porqué de la salvaguarda de especímenes humanos, tomo sentido a partir de los primeros días tras completar nuestra adaptación. Efectivamente, como humanos habíamos sido especiales, pero ahora, cada uno en la forma de nuestro ente cambiante, lo éramos aun mas. La vida humana fue declarada proscrita porque se creó con un propósito oculto, a la sombra de los Alabados. Cuando estos lo descubrieron, la decisión fue inmediata –una inmediatez cósmica, sin sentido para unos simios apenas desarrollados -. Los Fecundadores, aquellos encargados de poblar ese sector, nuestro antiguo sector, decidieron llevar a cabo la idea por la que lucharon milenios atrás y volver a crear una vida libre. Pensaron que en el remoto confín de una galaxia apenas hollada, nadie repararía en el cambio, pero lo hicieron y apenas tuvieron tiempo de salvar un mínima porción de su proyecto. Ahora la guerra ha sido declarada, una guerra que jamás se ha visto en todo el cosmos y nosotros no solo hemos nacido en medio de ella, sino que somos un parte esencial de la misma. Esa es la razón de nuestra nueva vida, esa es el origen de nuestra maldición.