EL FESTIVAL DE AÑO NUEVO

por Somnoliento

Mi nombre es Aliuma y nací en un pequeño pueblo cerca la gran capital. En el tiempo de mi nacimiento, mi padre no ocupaba el alto cargo que ahora ocupa y todavía residíamos en las afueras de la muralla. Ahora, alto miembro de la Casa de las Tablillas, pasa la mayor parte del tiempo entre el palacio real del Buyukkale y su labor como sacerdote de Tarhun, dios del tiempo, en el templo alto. Mi madre y mis hermanos vivimos también en las casas de la ciudad alta. Fue gracias a la posición de mi padre, por la que yo entre de aprendiz en la Casa de Tablillas con tan solo 4 años.

Allí tuve el honor de aprender el arte sagrado de la escritura y dominar las lenguas del reino: nuestra lengua oficial el Hattili, el Luwili del sur y el Palaumnili del norte, y por supuesto, el Acadio, la lengua de los reyes. Mi padre se preocupo de enseñarme bien los secretos de las tablillas y me permitió estar siempre muy cerca de los círculos altos de la casa. No obstante, siempre ha sido un personaje muy cercano al Mesedi, primo del rey y director de la casa, y por ende, yo he acabado siéndolo, recibiendo por ello, un nombramiento temprano dentro de la corte.

Pero mi formación y mis labores no se han centrado sobre todo en la escritura, a pesar de estar especialmente dotada para ello gracias a las tempranas enseñanzas de mi padre, por mi condición de mujer se me inclinó más al dominio del canto y de la música. Mi manejo del arpa y el sistro tienen renombre en toda la capital y en el templo alto, se me permite siempre cantar a la diosa del sol Arinna durante los festivales de otoño. Fue por esa razón, aparte de mis privilegiados lazos familiares, por la que gracias al Mesedi pude entrar a servir en la corte y librarme de un trabajo como escriba en los templos o almacenes del gran Rey. Para mi hubiera sido un honor, he sido educada para ello en la Casa de las Tablillas de Hattusa, capital del imperio, pero nada comparado con la posibilidad de contemplar al gran Suppiluliuma I en su trono, una sola vez.

Recuerdo la primera ocasión que entré en el salón del trono, aun siendo niña, quede impresionada al ver al divino padre del rey, ya anciano, pero igual de imponente sentado en su trono, sobre dos enormes leones dorados. Fue en ese entonces cuando comprendí la esencia su divinidad y porque ahora se le incluye en los cantos a Tarhun, como uno más de los dioses protectores. Sin embargo, ninguna visión ha sido comprable a la primera vez que el gran Rey, conquistador y dominador de todos los pueblos, se dirigió directamente a mí. Fue el día del An.tah.sum, día en el que el rey debe recorrer cada uno de los templos de la ciudad, alabando y ofrendando a los dioses. Yo me encontraba en la comitiva que seguía al trono, en mi posición de portadora del arpa real. Al llegar al Sarikale, la comitiva se detuvo, como era habitual, y el rey bajo del trono para realizar la ofrenda correspondiente. Tras realizar las libaciones y prendidos correspondientes, volvió en dirección a su trono, pero antes de llegar, miro al sol un momento, bajó su mirada hacia nosotros su séquito y dijo:

– Cómo te llamas
Nadie se atrevió a responder, todos seguíamos arrodillados, buscando con la mirada el refugio de la arena en el suelo.
– Escriba, levanta la cabeza, cómo te llamas – esta vez la voz sonó mucho más cerca.

Vi a mi compañera Hasil hacerme gestos con la mano, pero no la comprendía, estaba loca moviéndose así con el Gran Rey tan cerca. Incliné la cabeza lo más posible, intentando alejarme de la vista de todos, pero una mano en mi barbilla me lo impidió. Levante los ojos y contemple al rey, rociado por los rayos de la diosa Arinna en una imagen que me cortó la respiración. Aun puedo sentir sus ojos, su aliento sagrado rozando mi piel con suavidad y una voz de firmeza única, solo digna de la divinidad. Por un momento pensé que su aura divina me consumiría como a una espiga de trigo ante las llamas, pero su voz, firme y autoritaria, me saco del hechizo:

– Escriba, cómo te llamas
– Todavía sobrecogida por el momento, contesté: Aliuma, oh Gran rey, escriba de la gran casa, portadora del arpa Real.
– Sabía quién eras. Tu eres quien le canta a Arinna en el templo Alto, ¿verdad? Te he oído durante los festivales de otoño.
– Sí mi señor – no podía creerlo, sabía quién era. Jamás me había dirigido una mirada en el poco tiempo que llevaba en la corte, jamás le había visto mirar durante los festivales de otoño, no entendía porque se dirigía a mí ahora.
– Te he oído cantar – prosiguió, sin hacer caso a mi evidente nerviosismo – y te he oído tocar el arpa, por qué no elevas ahora un canto a la diosa, uno que honre un día como hoy en el que nos brinda la mejor de sus presencias y nos baña con su luz.
– Señor, lo haría encantada, pero no soy digna de cantar delante del gran rey y la gran diosa juntos. – no podía creer que aquello estuviera pasando.
– Adelante mujer, tu rey te ha oído y tu rey quiere que le deleites a él y a su hermana Arinna con uno de tus cantos – respondió con un atisbo de bondad en sus regias maneras.
– Como deseéis mi señor, espero ser digna de vuestra infinita gracia.
– Si lo eres, te nombraré Alta Protectora del canto y la música de todo el imperio. Es mi palabra. Ahora, levántate, coge tu arpa y canta.

Y canté, canté como nunca creí que podía cantar. Estoy segura de que la gracia de Arinna me envolvió aquel día como ningún otro y bañados en su luz, todos, incluido el rey, quedaron cautivados por mi canción. Al terminar, el rey, con evidente cara de complacencia, descendió de su trono y dijo en alta voz:

– Nadie más en este imperio merece ser nombrada Protectora de la Música, desde hoy, ejercerás tu cargo al lado de mi Mesedi, encargándote de recoger y escribir todos los cantos y músicas de esta y resto de ciudades del imperio. Cuentas con la bendición del gran Rey y de su divino Padre.

Sin más, subió al trono y prosiguió en su sagrada celebración del año nuevo. Yo pasé todo el día fuera de aquel mundo, aislada de todo. Mi padre confirmó mi teoría y me dijo que sin duda, la diosa Arinna me había bendecido y los efectos de su luz aun persistían dentro de mí, de ahí mi turbación. Al día siguiente, sin más, comenzó mi trabajo como Alta Protectora. Tenía mucho que aprender y volví a pasar la mayor parte de mi tiempo en la Casa de las Tablillas, dónde me eduqué.

Pasaron muchos meses, siempre al lado del Mesedi y sus consejeros, aprendiendo la política de copias y compilaciones, pero, finalmente, pude acceder a mi cargo con todas sus consecuencias e incluso el rey se interesa ahora por la organización y el archivo de nuestra sección de la casa. Tanto es así, que casi 3 años después, estoy preparando mi primer gran viaje a lo largo y ancho del imperio, amparado por la autoridad real. Mi madre cree que una mujer no debería hacer esa clase de viaje, sola, menos aún sin estar casada, pero le ha tranquilizado la idea de que padre ya ha concertado la boda a mi vuelta. Y el hecho de que mi futuro esposo sea un sobrino del Mesedi, ha acabado de calmar todas sus maternales y comprensibles inquietudes.

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