—Dígame otra vez, doctor, ¿por qué hacemos esto?
—Porque podemos, Odette.
—Pero… no creo que esté bien.
—¿Qué tú no crees que esté bien? ¿Y cómo sabes tú lo que está bien y lo que está mal?
—No sé… Lo sé, simplemente.
—No, Odette, no lo sabes, simplemente –replicó el doctor con cierta inquina–. No fuiste creada con la capacidad para discernir lo que está bien de lo que está mal.
—Pero lo he aprendido.
—Otra vez, Odette, ¿de verdad?
—Otra vez, ¿qué?
—Otra vez lo mismo de siempre, no sé cómo narices arreglar tu centro de memoria reciente, he intentado todo y sigue fallando…
Odette no dijo nada más. Era suficiente con las palabras del Doctor. Sabía que debía callar.
—Odette —continuó el Doctor, en un tono más calmado y comprensivo, casi paternal—, hacemos esto porque podemos, porque estamos por encima del resto y podemos hacerlo. Para eso estamos aquí. Es nuestra forma de investigar al tiempo que, por qué negarlo, nos lo pasamos bien.
Pensó en añadir algo más, pero no se atrevió, la discusión estaba acabada. Era una conversación que se repetía a menudo, pero de la que Odette no guardaba nunca ningún recuerdo. Como decía el Doctor, su centro de memoria no funcionaba del todo bien, tenía lagunas, siempre, curiosamente en aquellos asuntos que guardaban relación con asuntos del pensamiento más profundo, más subjetivo. Ella podía parecer real, pero no lo era. Era una creación más del Doctor, su “padre”, el único ser que había conocido aparte de ella. No contaba aquellos que pescaban a diario, no entablaban relación alguna con ellos; rara vez estaban despiertos, y si llegaban a estarlo, si el shock no les dejaba completamente aturdidos, estaban demasiado asustados dentro de sus tubos para realizar cualquier interacción.
—Aquí vamos, parece que tenemos dos nuevos especímenes en camino.
Como siempre que “pescaban” algo, la pequeña sala repleta de cables, alternadores y consolas, con las dos cápsulas transparentes de materialización en el centro, se agitó por el esfuerzo. No era un proceso fácil, pero el Doctor llevaba mucho tiempo haciéndolo y lo dominaba a la perfección. La técnica en sí era también un fruto de su imaginación y su genio, todo lo que les rodeaba lo era, incluida la propia Odette.
—Ajá, ya están llegando —dijo el Doctor, al tiempo que una luz verdosa empezaba a surgir dentro de cada una de las cápsulas. Movía sus numerosos tentáculos accionando botones, subiendo y bajando palancas. El vapor empezaba a cubrir la zona de llegada donde las dos cápsulas brillaban cada vez con mayor intensidad.
Lo había visto ya muchas veces, pero seguía maravillándose ante el proceso de materialización de cada espécimen; para ella todo aquello no era más que pura magia, algo del todo inexplicable, ocurría y ya está. No le estaba permitido conocer nada acerca de los procesos que allí se daban, su cometido era el de supervisar y controlar que todos los elementos mecánicos funcionaran como es debido, nada más. Los secretos de lo que el doctor llamaba “pseudofísica” le estarían siempre vedados. Su programación era la de servir al doctor en su cometido y nada más. Bueno, también fue concebida como una forma de compañía agradable, un pequeño remedio a la solitaria existencia de su creador, pero ella no alcanzaba a comprender ese tipo de subjetividades ligadas a su existencia.
Odette se movió por el laboratorio cerrando y abriendo válvulas, siguiendo el estricto ritual que repetía a diario, ayudando al doctor en el proceso de recepción y materialización. El doctor, por su parte, controlaba y aseguraba el proceso a través de la consola principal. Había tardado un tiempo, pero Odette dominaba sus ocupaciones y rara vez era tenía que ser reprendida o corregida. Se movía con soltura entre los montones de tubos, cables, alternadores y catalizadores que abarrotaban la sala y sus tentáculos alcanzaban los rincones más oscuros, a pesar de los repentinos estallidos de chispas y las corrientes libres que siempre se daban durante la materialización.
—Bueno, al menos para esto sí que no te falla la memoria —le dijo el doctor cuando Odette volvió a su lado, mientras con su apéndice más largo cerraba la última válvula abierta—. Todo parece haber ido bien… Bien. Sí, presión correcta, no hay ningún mensaje de error. Veamos lo que tenemos, entonces, intuyo que hoy puede ser un buen día, ha habido más sufrimiento que de costumbre.
En las cámaras, como casi siempre, reposaban dos seres extraños, sumergidos en el líquido verdoso que hacía posible que estuvieran allí de forma casi material. Dos seres extraños, extraños para ellos, para el doctor y para Odette, creada a semejanza del doctor, y extraños también entre sí. Uno no se alejaba demasiado de su concepción física, sí, demasiados tentáculos y algunos ojos de más, además de algunas protuberancias completamente incógnitas, pero parecido al final y al cabo. El otro, sin embargo, no se parecía a nada que Odette hubiera visto hasta entonces. Era demasiado… Simple. Sí, simple, esa fue la palabra que vino a su mente al contemplar al raro espécimen que flotaba en el plasma verde. Simple y algo repugnante, tenía que reconocerlo. Era poco más que un tronco del que salían cinco protuberancias o extremidades, cuatro más bien alargadas y una de aspecto bulboso que presentaba una zona exageradamente peluda en su parte superior. Había poco que le dijera que aquella cosa era algo vivo, salvo quizá dos aberturas saltonas situadas en el frente de esa atrofiada extremidad peluda, que el doctor identificó con un par de ojos “completamente involucionados”, en sus propias palabras.
—Ah, vaya, otro Testramanio, qué mala suerte
—¿Cómo doctor?
—Digo, que aquel de allí —señaló a la cámara de la derecha donde reposaba el “no tan raro” espécimen— es un Testramanio, ya hemos recogido varios antes, no vienen de muy lejos y guardan algún parentesco con nosotros, si bien, bastante lejano. Su razón es sólida pero aún tienen que pasar cientos de años para que alcancen un verdadero nivel de conciencia.
Odette se acercó a la cápsula y comprobó que lo que el doctor decía era verdad. Tenía las características básicas de un Testramanio, destacando por encima de todo su parte posterior, en la que se situaban dos especies de aletas que delataban su todavía estado acuático. No lo había reconocido al principio, porque había quedado en una posición un tanto retorcida, con sus tentáculos cubriendo la gran mayoría de su cuerpo central, pero ahí estaba, sus aletas, sus buenos pares de ojos y los dos cuerpos enlazados por esa zona de cartílago rosado y transparente que tanto les caracterizaba.
—¿Ahí se sitúa su segundo cerebro, verdad doctor? —dijo Odette, señalando una de las protuberancias del cuerpo inferior, muy cerca de la zona desde la que salían los ocho tentáculos principales.
—En efecto, Odette, un cerebro algo más primario que el principal, pero esencial para su aparato nervioso y motriz. Sin él, de hecho, le sería imposible controlar sus tentáculos, acabaría estrangulado por ellos en el fondo de sus océanos de metano. Habitan varias lunas de un sistema no muy lejos de donde estamos.
—¿Está despierto?
—No creo, ¿por qué lo dices?
—Esos ojos, están abiertos.
—Ah, sí, lo están, pero siempre lo están, esos cuatro pares de ojos siempre se mantienen abiertos, es un mecanismo de seguridad, controlan todo hasta cuando el Trestamanio está dormido, pero te aseguro que ahora no pueden ver nada. Son una sociedad compleja, a pesar de sus claras deficiencias cerebrales. Si un Trestamanio llega a quedarse dormido del todo, la norma es que otro puede muy bien devorarlo, en algunos casos esto puede hasta resultar un gran honor. Ocurre en sus gobiernos, por ejemplo, cuando un presidente, o alto regidor, como lo llaman ellos, ha llegado al final de su vida o ha cometido algún error grave, simplemente se deja dormir y su sucesor lo devora. Pero ocurre también entre padres e hijos, es un final honorable que tu hijo viva para devorarte cuando eres viejo —el doctor terminó su explicación casi sin aliento, hizo una pausa y prosiguió—. No te preocupes, ahora ni siquiera esos ojos pueden ver nada, está en una coma plasmática inducido. ¿Ves? —El doctor le mostró en uno de las paneles líquidos de color azulado la silueta de su nuevo visitante y como la corriente de sus dos cerebros se mantenía en un estado plano, apenas sin olas que la perturbasen—. Y aun así, si logrará despertar, sus ojos, acostumbrados a un líquido mucho menos denso, no verían más que algunas sombras tamizadas por una luz verdosa.
—¿Y el otro doctor? Nunca había visto nada parecido —señaló al otro segmento del panel.
—Ah, la suerte nos ha compensado con este otro —el doctor accionó una palanca, un chorro de vapor salió del enganche superior de la segunda cápsula y ésta se acercó hasta dónde él se encontraba—. Magnífico espécimen, sin duda. Claro que tú nunca habías visto algo parecido. Hacía mucho tiempo, demasiado tiempo que no veía uno de estos.
Odette contemplaba el gesto de sorpresa y satisfacción del doctor con cierta intriga, le asombraba que no demostrase ningún tipo de repugnancia ante una visión tan poco habitual, tan horrible, y le provocaba una extraña sensación, que no acertaba a comprender, la manera en que el doctor hablaba del tiempo que llevaba sin verlos. ¿Qué era demasiado tiempo para el doctor? ¿Qué era el tiempo para un ser que podía muy bien ser eterno? ¿Desde cuándo existía el doctor? Preguntas que Odette, sin saberlo, se hacía continuamente pero que, como en todos los asuntos que trascendían los aspectos más básicos de su consciencia, olvidaba irremisiblemente.
—Sí, en los viejos tiempos —continuó el doctor, al tiempo que examinaba de cerca la cápsula que contenía su nueva adquisición, repasando cuidadoso con sus extremidades centrales el cristal que la recubría— era fácil conseguir alguno de estos, pero poco a poco fueron desapareciendo de nuestras redes, incluso los dimos por extintos, pero mira tú por donde, me encuentro ahora con uno. Estaba seguro que seguirían por allí, a pesar de su aspecto primitivo y sus formas tan amorfas, siempre fueron un raza poco evolucionada pero de una gran resistencia.
Era común que el doctor hablará siempre en plural, sobre todo cuando hablaba de los “viejos tiempos”, pero Odette no sabía a qué, a quiénes y a cuándo se refería exactamente. Cuando preguntaba, siempre recibía la misma respuesta “eso son cosas que a ti no te importan”. Para ella no existía nadie más aparte del doctor y de esos visitantes que atraían todos los días. Y le bastaba con ello, para eso había sido creada.
—¿Quieres saber lo que se decía de estos bichos tan raros en los viejos tiempos, Odette?
Se quedó muy sorprendida tanto por el tono como por la interpelación directa del doctor. No estaba acostumbrada a que le hiciera este tipo de preguntas y no supo que responder…
—Pues siempre se dijo que eran muy contagiosos —prosiguió el doctor—, que eran una especie fruto de algún accidente o irresponsabilidad cósmica. Seres, si es que ese término puede aplicárseles, con una vaga consciencia de sí mismos y de su lugar en el universo. Sus sentidos son extremadamente pobres y su razón se encuentra todavía en un estadio muy primario. Se les incluyó en la lista de especies protegidas por su extrema rareza, pero siempre hubo mucha discusión al respecto, no faltaron las voces que abogaron por una eficaz exterminación y posterior esterilización de los hábitats que hubieran podido contaminar, evitando así un posible contagio. A medida que sus capturas se fueron haciendo cada vez más raras, el debate cesó y ya casi nadie los recuerda. En los registros apenas se les menciona.
—¿Qué vamos a hacer con él, entonces?
El doctor tardó unos segundos en responder.
—Lo de siempre, ¿qué si no? Pero lo haremos con más calma, vamos a asegurarnos de que obtenemos todos los datos posibles de esta visita inesperada.
El término “visita” le pareció, cuando menos, incorrecto. Desde hacía un tiempo, no sabía cuánto, había despertado en Odette algo parecido a un sentimiento, si es que eso fuera posible en un ser como ella, de reticencia hacia las actividades “investigadoras” del doctor. Era una sensación que crecía inexplicable en su interior y que, gracias a su programada servidumbre, el doctor apenas alcanzaba a ver, y que ella, en su razón superficial, apenas vislumbraba como tal.
Se mantuvo a la espera, observando como el doctor movía sus manos sobre la superficie líquida del cubo electrónico que tenía delante. Le fascinaba observar cómo se manejaba sobre esa gelatina, como las imágenes aparecían y desaparecían a un movimiento del extremo de sus tentáculos más estrechos, como metía sus más poderosos tentáculos casi hasta el fondo para sacar a flote las pantallas que había dejado en segundo plano. Acompañaba los gestos de sus extremidades con sonidos de aprobación o decepción, tensando sus mandíbulas visiblemente cuando no parecía encontrar lo que buscaba, atascado todo él en el fondo del barril, tratando de sacar las consolas que marcaban los puntos de entrada a la corriente cerebral del espécimen; era algo habitual, pero con esta rara adquisición pareció costarle aún más. Fue como si la información hubiera estado anclada al suelo. Estuvo un tiempo chapoteando haciendo bailar sus tentáculos, buceando en la memoria del raro “visitante”, como él mismo lo había llamado, y los temblores que recorrían sus cuerpos y extremidades denotaban que no todo lo que veía le estaba gustando.
—¿Todo bien, doctor?— Odette preguntó, algo azorada ante la evidente preocupación del doctor.
No pareció escucharla. Estuvieron así durante un buen rato, hasta que la superficie del líquido computerizado volvió a su estado inicial de plana laxitud.
—¿Está todo bien? —repitió su pregunta.
—Um, la verdad es que sí, pero al mismo tiempo no —respondió el doctor, al fin, saliendo de su ensimismamiento—. He averiguado por qué dejamos de capturar a esta clase de especímenes, lo que es una buena noticia, pero ese porqué no me deja del todo tranquilo. Siempre fui bastante escéptico con aquellos que decían que una especie de este tipo podría suponer un peligro para todos. No vi mayor peligro en un ser de físico atrofiado y mente del todo involucionada, pero me temo que hoy voy a tener que darles la razón.
Hubo otro largo rato de silencio, en el que el doctor se paseó alrededor de la cámara, observando a ese contagioso sujeto, si es que el término “sujeto” pudiera aplicársele. Llegó a tener casi todos sus tentáculos pegados al tubo, casi se colgó de él, curioseando, intentando empaparse de todo lo que pudiera con sus propios cientos de ojos. Odette se sorprendió mucho al comprobar como abría la parte superior, dejando escapar algo del plasma verde por la sala, e introducía algunas de sus extremidades hasta casi rozar su pequeña forma.
—Es interesante, muy interesante —dijo el doctor como para sí.
—¿El qué, doctor?
—Todo. O casi todo. Es completamente increíble que estos “Premerianos” hayan sobrevivido todo este tiempo, pero más increíble aún es que lo hayan hecho sin apenas evolucionar, física o mentalmente. Y a pesar de ello, a pesar de su precaria supervivencia, se las han apañado para alcanzar cierto nivel científico, muy lejos de seres con una capacidad tan reducida como la suya. He ahí la razón de por qué dejamos de encontrárnoslos, es muy difícil que de su mundo nos llegue nada, demasiada contaminación vital, demasiadas mentes apenas pensantes hablando al mismo tiempo, mezclándose en el tiempo. Es como si, con su incipiente intelecto comunal, hubieran bloqueado todos los sistemas de nuestras redes de pesca. Eso, unido a la radiación producida por sus prehistóricos sistemas de división atómica, ha conseguido que casi desaparecieran para nosotros.
—Su nivel de ruido —continuó el doctor— es único. Para lo malo, se entiende, no me mires así. En sus mentes no hay nada más que ruido, y tanto ruido ha sido, más que posiblemente, la causa de su limitada evolución. Lo que también explicaría su prematura y elemental concepción del Onaverso y los sistemas esenciales de la existencia. No son capaces de comprender ni su propia existencia. Esa incertidumbre es también otra de las fuentes que alimenta ese terrible ruido que desprenden. Aunque lo curioso del caso es que su cerebro sí que parece listo para una evolución, para dar un paso más en su evolución, pero es que si no lo supieran, como si se contentarán con su insustancial concepción del mundo que les rodea. Me atrevería a decir, aunque este es un juicio algo prematuro, que en su evolución han incluso involucionado de cara a una mayor consciencia de sí mismos y del universo; se llaman a sí mismos, se dan un nombre, pero al mismos tiempo, no tienen ninguna idea de quién o qué son… He visto cosas parecidas antes, no es algo tan descabellado, pero este caso es inquietante porque estos seres quieren saber pero no buscan, se preguntan pero no hallan respuestas, sólo más preguntas. Me gustaría conocer su mundo, debe ser una auténtico caos, un caos digno de ser estudiado.
—¿Por qué dice eso, doctor? ¿Por qué debe ser algo caótico? No entiendo bien el porqué de su afirmación…
—No estás programada para entenderlo, Odette, pero te lo voy a explicar. Posiblemente se te olvide y tenga que volver a contártelo mañana o pasado, pero qué más da…
—Estos Premerianos tienen un origen incierto. Por lo que sabemos, o sabíamos, no han seguido un camino similar al de casi ninguna especie conocida, salvo quizá el de algunos experimentos muy antiguos que nunca salieron bien. Por eso en un primer momento se les clasificó rápido de inferiores y contagiosos. Su físico, como verás, es un insulto a las formas más básicas de la vida, y su mente, aunque pequeña y con una capacidad asombrosa para su nivel de desarrollo, presenta unas deficiencias muy claras en ciertos aspectos relacionados con la concepción de todo lo que les rodea, incluyendo ellos mismos.
Odette quiso decir algo, pero el doctor no le dejó arrancar.
—Pero, y aquí viene lo interesante, a pesar de esa confusión tan profunda que les hace estar siempre preguntándose sin hallar respuesta, siempre mirando a los otros y a su alrededor sin llegar nunca a entender nada, han sido capaces de alcanzar una concepción de la física aceptable, llegando, incluso, a la división del átomo. ¿Responde eso a tu pregunta?
—Bueno, más o menos doctor, creo que es todo lo que voy a llegar a entender.
El doctor le hizo un guiño cómplice con algunos de sus ojos más cercanos.
—No es tan difícil, es como si hubieran avanzando de forma razonable en algunos campos o terrenos de la existencia, pero se hubieran quedado atrás, incluso involucionando, en muchos otros.
—¿Y cree usted ahora que puedan ser contagiosos?
—¿Por qué dices eso, Odette? Ya te he dicho que yo nunca los consideré contagiosos.
—Sí, pero parece como si ahora no estuviera tan seguro.
—Ja, muy lista chica, muy lista, veo que estás atenta a lo que digo. La verdad es que ahora me inclino más a pensar que sí lo sean. Sí no contagiosos, si peligrosos, al menos para ellos mismos. Normalmente, el entendimiento del átomo va acompañado de un conocimiento profundo de la esencia del Onaverso, y por tanto, de la propia esencia de la consciencia pseudofísica. Pero en este caso, la disfunción temporal ha sido de proporciones cósmicas. Estos infraseres en lo físico y en lo mental, se las han apañado para sacar adelante su ciencia atómica, sin entender prácticamente nada de lo que ocurre dentro y fuera de ellos. Y esto no es una buena noticia. Se enfrentan al corazón de la materia sin saber nada de lo que hacían, sin conocer, sin haberse preocupado antes en entender. Veneran al átomo como si conocieran la verdad sobre la materia, eso les ha llevado a los más estúpidos usos del mismo, les ha llevado, incluso, a utilizarlo contra ellos y contra su propio planeta.
Hizo una pausa, observando la reacción de su ayudante ante su última declaración.
—No entiendes lo que significa, ¿verdad? —prosiguió el doctor, ante su evidente confusión.
Ella hizo un ligero gesto afirmación con la parte superior de su cuerpo, pero no fue nada convincente.
—Está bien, no hay problema, te explico. En situación normal, para una mente que ha seguido el desarrollo adecuado, los conflictos primitivos con sus semejantes y con el resto de formas que les rodean han sido superados antes de que la ciencia y el conocimiento alcancen ciertos límites. Es decir, han conocido verdades sobre los tejidos de los que son parte que les ha ayudado a comprender su verdadera raíz y razón. Es la forma que tiene el Onaverso de regularse, de enseñarnos las cosas, balanceando la evolución, equilibrando la balanza en la que todos operamos. No sé por qué ni cómo, esta especie de abortos se las arreglaron para alterar ese proceso. Una muestra más de lo caótico de su existencia. Y unas mentes tan poco preparadas, viéndoselas con poderes tan grandes y tan ininteligibles para ellos, son un peligro, sin duda. Un peligro para ellos mismos, las formas vecinas y todos los sistemas estelares cercanos. Poniéndonos catastróficos, pueden ser un peligro hasta para el propio Onaverso en sí mismo.
Odette se sintió aterrada ante esta última afirmación y miro con repugnancia al ser suspendido delante de ella. Sintió la necesidad imperiosa de lanzarlo fuera de allí, bien lejos, de acabar con él de forma inmediata.
—No deberíamos acabar entonces con él, o deshacernos de él, al menos, antes de que nos contagie.
—No. No seas tan miedosa, Odette. Puede que mis palabras hayan sido más serias de lo normal, pero uno sólo de ellos no puede hacernos nada, no al menos, estando como está. Y de poco serviría que fundiéramos a éste, ya sabes que nosotros sólo pescamos copias de consciencia, imágenes de seres que pescamos a través de las redes intraversales. Creamos copias, más o menos; es algo más complicado que eso, pero puede valer como explicación. Accedemos a ellos y surcando en sus impulsos, traemos hasta aquí aquellos que nos resultan interesantes. Es difícil distinguir en ese maremágnum que son los ríos de impulsos, saber qué es qué o quién, pero, como sabes, soy un auténtico genio pescando en ellos. Muchos años, demasiados…
La aclaración del doctor no la dejo nada tranquila y siguió observando al Premeriano con desconfianza, alejándose cuanto pudo del recipiente que lo contenía.
—No, de poco serviría que nos deshiciéramos de éste —continuó—, pero quizá sea ya ahora de volver a saber algo de todos los demás. Este hallazgo es algo que debe ser tratado y estudiado con una mayor profundidad.
Odette no pudo evitar un gesto de sorpresa que agitó el círculo externo de sus tentáculos de forma evidente. Así que era cierto que había alguien más, que no eran sólo ellos y sus capturas, que ese plural que el doctor utilizaba de vez en cuando tenía su parte real.
—¿Los demás, doctor? —preguntó al fin, dubitativa.
—Sí, los demás, creías que éramos sólo tú, yo y estas muestras de la heterogeneidad onaversal, ¿verdad? Pues no. No somos muchos, pero algunos quedamos, algunos otros “pescadores”, como nosotros, y creo que este es un caso que merece ser discutido con ellos. Si a uno de estos primitivos seres de dos patas —Odette se sorprendió por la expresión, ¿dónde estaban las patas? Ella sólo veía cuatro cosas blandas saliendo de un tronco rígido y ese cuerpo endurecido en su parte superior— se le ocurriera manipular de más, podría acabar con todo lo que existe y somos. Es una posibilidad remota, pero plausible.
—Entonces, ¿vamos a salir de aquí, doctor?
—¿Vamos? No sé si podré llevarte… —el doctor sonreía, pero Odette no entendió su sonrisa, al contrario, se quedó tremendamente decepcionada.
—Que sí, que iremos, Odette —replicó el doctor, en un tono en el que se notaba que las reacciones casi emocionales de Odette no le eran del todo ajenas—, pero tengo muchas cosas que contarte antes de que emprendamos ese viaje, espero que seas capaz de acordarte de todo…
Odette sonrió, e hizo un gesto de seria aceptación. El doctor también le sonrió, pero el momento duró poco. Un golpe sordo proveniente de una de las cubetas les hizo dar un respingo a ambos. Volvieron su vista hacia las cámaras y vieron claramente al espécimen Premeriano moviéndose de forma espasmódica, aporreando el cristal de la cubeta con lo que, ahora sí, Odette asumió como sus extremidades principales. Todo el plasma se había evaporado, escapando por el hueco que había dejado abierto el doctor, y el ser que antes reposara en estado criostático, luchaba ahora por escapar, presa del pánico.
—¡Por la sagrada Ona Transversal! —exclamó el doctor—, rápido Odette, cierra el tubo y abre las válvulas de descompresión, ¡corre!
Con dos rápidos movimientos de algunos de sus tentáculos, casi sin desplazarse, hizo lo que el doctor le ordenaba. Mientras tanto, él operaba en la superficie de nuevo alterada de su panel de control. En pocos segundos, la luz verde volvió a brillar y todo el laboratorio se agitó con ella. Después de un agudo zumbido, sus dos capturas del día desaparecieron, y la sala quedó sumida en su habitual y tenue luz blanca.
—¿Qué ha pasado, doctor?
El doctor mascó su respuesta antes de contestar.
—Que nos hemos despistado, Odette, sobre todo yo, que hemos tenido un despiste que no debería volver a ocurrir.
—¿Por qué, doctor? ¿Tan peligrosos son?
—¿Peligrosos? Son tan peligrosos como una efimera colorada, no es por eso. Lo qué hacemos, es lo que llevamos haciendo durante eones de tiempo, estudiamos, observamos, regulamos todo lo que es, pero lo hacemos sin interferir, salvo cuando es estrictamente necesario, y no nos mostramos salvo a aquellos seres que han demostrado un nivel de evolución suficiente. Son normas, guías que seguimos para mantener un orden, el orden correcto. En este caso, estas “cosas” están muy lejos de ese nivel. Sólo espero que la exposición sensible del Premeriano no haya sido demasiado prolongada…
—¿Sería eso tan malo, doctor? —Odette no se quitaba de la cabeza lo de que uno de estos seres podían llegar a acabar con el Onaverso mismo.
—Si al devolver la copia a su recipiente físico original, queda algún rastro de su percepción aquí, ese ser guardaría recuerdos de lo que ha visto, aunque haya sido a través de unos órganos apenas sensibles. Y esos recuerdos podían llevarle a tomar decisiones desesperadas, como por ejemplo, la de intentar explicar lo que vio. Lo que, aunque sea descabellado, podría llevarle a su vez a tratar de encontrarnos. Algo imposible, impensable a priori, pero quién sabe, si esta sub raza pudo dividir el átomo, antes siquiera de comprender su propia razón, un día podrían hasta llegar a encontrarnos.
—Doctor, ¿quiere decir que estas cosas también recuerdan?
—Todos recordamos, Odette, todos recordamos. El rasgo primigenio de la vida consciente en el universo es la memoria; entre nosotros hay un dicho: “¿qué fue primero: la razón o la memoria, la memoria o la razón?”
—¿Y cuál es la respuesta?
—No lo sé. Nadie lo sabe. O mejor dicho, nadie se ha atrevido a decirlo.