Dios, yo quiero echarme a correr,
sin más, echarme a correr en praderas
de colores cambiantes,
en días de diario, en fines de semana,
en invierno y primavera, en otoño,
pero sobre todo en verano.
Dios, yo quiero que te comas
las responsabilidades que me has impuesto,
devuélveme mis días, retórname la vida,
que ya casi olvido lo que suponía
tener una, tener el tiempo a tus pies,
rendidos los cielos y los montes.
Dios, quiero tenderme a leer,
a leerlo todo, sin el sueño
pesado del trabajo abúlico,
sin las limitaciones horarias
de la monodia del día y sus ocho horas,
de lo estúpidos que somos de lunes a domingo.
Dios, quiero aprender a vivir,
otra vez, como lo hacía de niño,
y si tengo que romperte en pedazos,
y romper tu mundo y sus falsas promesas,
saltaré de la brecha para de vosotros librarme,
obtusos, falsos, difuntos cobardes.
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