Bendita y santa resaca
de los mil dolores secos,
de las tantas bocas sordas,
de los pastosos momentos.
A ti, que me haces humano,
que me devuelves al tiempo
corriente de lo sufrido,
que me lo haces todo lento.
A ti que ocupas sentido
y das lustre a lo indispuesto,
que me haces ver lo valioso,
que eres todo sentimiento.
Bendita y sorda marea
que en tu crudeza revives
vacíos de desmemoria,
pinchazos entre las carnes.
Suave ternura coral
de especiosas sensaciones,
eméticos burbujeos
de disueltas proporciones,
no sé si es lo impredecible
o las muchas variaciones
de tu tacto consagrado,
no sé si las evoluciones
de los aromas que aportas,
los sabores que desprendes,
los clavos con que taladras
cabeza, músculo y pieles.
Será el premio en diferido
que da valor a la noche,
que sin ti, y tus vapores,
no tanto de tanta noche,
sin ti, fatal y graciosa,
creciente desesperanza,
todo sería muy fácil,
perdería la esperanza.
A ti y a tus pasos rencos,
mi estómago recogido,
bella encefalopatía
de recuerdo compungido,
a ti: gracias, porque agrandas,
conviertes en (más) valioso
lo que cada vez más cuesta,
por desquitarnos la ganas,
dar tiempo, pausa y respiro.
Quién me iba a decir a mí
que con tan poco remedio
te echaría tanto, tanto
de menos, y no de más.