Cartas para Lima XX: rabia y llanto

por M.Bardulia
Cartas en bardulias: Cartas para Lima XX

Querida Lima:

Hacía ya un tiempo que no me sentaba a escribir lo que de ti pensaba y sentía, pero esta vez no ha sido por falta de tiempo, oportunidad o maneras. En esta ocasión, he de reconocerlo, todo ha respondido a mi necesidad de separarme finalmente de ti. No definitivamente, porque he dicho una mil y veces, con la voz y con lo escrito, que olvidar es una cosa que no sé hacer, me es imposible, aunque lo pretenda. No definitivamente, pero sí poner distancia contigo, porque es lo justo y lo que necesito para seguir con mi vida. Creí que nunca sería así, al contrario, siempre había pensado que tu recuerdo me ayudaría a mantenerme con vida, a seguir adelante, con más luz, con más ganas, sin tanto peso, tanto gris, ignorancia, mediocridad como las que continuamente me rodean, No ha sido así. Sí, hay luz en ti, en tu recuerdo, siempre la habrá, pero en tu silencio llevado a rajatabla, con tanta pulcritud y tanta distancia insalvable, hay también algunas sombras. No, nunca pensé que el silencio sería tal. Tampoco llegué a creerlo. Reconozco que he esperado una carta tuya desde el principio, pensando en que sí, aunque el amor se apagara y nuestras palabras fueran las de los amigos, esa carta acabaría por llegar, pero no ha sido así. Solo silencio. Y lo entiendo, no hay reproche, pero la verdad me ha caído hace poco como una losa. Reconocer que tu silencio será para siempre y que yo, aun recordando, debo finalmente amoldarme a este silencio y a la realidad de nunca volver a verte. Es un nuca, es cierto, variable, que no se cierra en el jamás, pero que implica más tiempo del que yo puedo llegar a soportar. No, no he podido con tu silencio. Lo comprendo, lo entiendo, incluso hasta lo alabo, pero el darme cuenta de tu firme decisión al respecto, de lo mucho que debo quedarme fuera de tu vida para siempre, de forma justa y coherente, me ha hecho sufrir. Y tampoco, nadie, ni yo, merece pasarse la vida sufriendo, y, menos, por culpa de uno mismo y de su tendencia a la esperanza. Por tanto, he debido renunciar a la esperanza, por muy vaga e indefinida que esta fuera, y eso me ha costado una parte importante de mí, de mis recursos mentales, emocionales y físicos. Pero ya no, por eso te vuelvo a escribir.

Y, aun así, el otro día lloré al volver a tu recuerdo. Tuve la suerte de volver a coincidir con algunos de tus más allegados y allegadas en una fiesta, una de las pocas a las que he asistido desde hace meses, y aunque me alegró recuperar algunas amistades comunes que había tenido que dejar de frecuentar por esa falta de cercanía entre nosotros y el veto emocional que me supera, el resultado, después de una noche de bebidas, risas y música, fue el de tener que huir a casa enfangado en una tristeza profunda, lágrimas incontenidas y un poso de rabia, he también de ser sincero en este punto, por haberme visto obligado a traer de vuelta tu recuerdo. Y no fue, como digo, hasta bien entrada la noche, que, hablando con una de tus viejas amigas, apareciste tú en la conversación. Y lo que fue para mí más impresionante, apareciste tú en relación a mí. Nunca había llegado a saber bien cuánto de lo ocurrido sabían ellas, cuánto habías querido contar, sacar al exterior, más allá de nuestros secretos, pero la impresión de verme expuesto a nuestra verdad, pasada, en un momento inesperado como aquel y poco tiempo después de haber superado mi desencuentro con mi esperanza, consiguieron romper todas mis barreras, los diques que, no del todo consciente, le había puesto a mis recuerdos contigo, al halo inaprensible de tu persona y a la inevitable tristeza de saber que mi situación es insalvable y el camino en el que yo mismo me metí hace ya tantos años, y que sufro, es la única opción que me queda.

No es culpa de ella, ella solo hizo conversación conmigo y al sacar ese tema, no pretendía mal. Lo sé, surgió desde el cariño. Pero escucharle decir que yo debía «dejarte marchar» rompió los hilos con los que había remendado las heridas de mi corazón. Y aunque luego, al ver mi gesto contraerse y el agua que acudía a mi ojos, ella buscó una forma diferente de expresar su cuidado, y me ofreció frases como que «tú siempre me recordarías», «que solo había sido bueno para ti», entre otras, fue peor el intento por repararlo, que el haberse parado ahí y haberme dejado marchar solo herido. Porque sí, porque saber de ti, así, tan indirectamente, pero de una forma tan directa, aunque cariñosa, aunque candorosa, me desarmó por completo, dejándome total desnudo, todas las heridas, viejas y nuevas, sangrando a borbotones. Contuve las lágrimas por poco, pero la noche acabó ahí para mí. Corrí a por mi abrigo y me fui de allí lo más rápido que pude, sin despedirme de nadie, sin decir media palabra. No tomé un coche, caminé por la ciudad ya dormida, bajo el frío y una bruma gris colmada de gotas cortantes y heladoras, que compaginaron muy bien con el torrente de lágrimas que escapó de mí de una forma insospechada desde hacía muchos años. Yo ya te había dejado marchar. El que estas cartas mueran en el fondo de mi cajón es la principal prueba de ello. Y aunque no te hubiera dejado marchar de mi memoria, cosa del todo imposible, como no me cansaré de decir, nadie en este mundo sabe de ello; ni de mi mundo, ni de tu mundo. ¿Por qué me dijo algo así? Supongo que por congraciarse conmigo y compartir una situación que ahora tenemos, más o menos, en común. Pero en ese momento hubo una parte de mí que lo tomó como un reproche, del todo innecesario e infundado, y en mis lágrimas, como había dicho, también se mezcló una rabia ajena, extraña, que lloraba por haber recibido una queja de justo lo que mejor había hecho desde el mismo principio del final de todo lo que vivimos. De lo más duro. De lo que más quiero, que es respetar siempre tu absoluta libertad. Siento que alguien tan cercano a ti lo lamentara, porque quizá es un reflejo de cómo tú lo sientes. Y si lo sientes así, todos mis esfuerzos, y gran parte de mis sufrimientos, han sido en vano. No creo que sea así, pero la sola posibilidad me dejó indefenso. No solo la pena de volver a vivirlo todo en toda su emoción e intensidad, sino el sentirme culpable, por primera vez, me hicieron llorar la hora larga que tardé en llegar a casa.

Hoy, después de unos meses irreales, unas semanas especialmente duras y un par de días de remiendos, poco ha cambiado en mí, salvo la determinación de no seguir viviendo todo esto como un espacio privado y secreto en mi memoria, eso sí, por necesidad e imperativo vital, en un plano en el que la pasión se atenue y mi vida pueda seguir sabiendo que nunca volveré a verte, que jamás volveremos a vernos como nos vimos, entonces, hace ya tanto, y sin embargo ha pasado poco más de un año de esa última vez, pero tanto tiempo, tanta distancia, tanta vida por delante y que tenga que ser sin ti… No hay más culpable que yo, y por eso depende de mí el no enviar, ni siquiera, la más mínima vibración que pueda hacerte dudar, pensar en mí, ni mucho menos hablar, decir o creer que existe algo yo entre los dos. Para mí siempre lo habrá, eso es lo que me queda, en eso tengo que aprender a vivir, despojar al espacio atemporal de mis recuerdos de esa esperanza ya en retroceso, y disfrutar de ello como de un lugar imaginado, un sueño al que volver siempre que quiera, siempre sabiendo que, aunque quizá sucediera, nunca volverá a ocurrir.

Y por eso, y gracias a todo esto, poder decir que te sigo queriendo igual, y que lo seguiré haciendo, que nada cambiará lo que nunca pudiera cambiar quien esto siente, quien sigue escribiendo estas palabras, para que no se le pudran dentro como hojas muertas y acaban por supurar y desbaratar momentos de un presente por vivir, irremediablemente en potencia de existir.

Te quiero Lima, y nunca dejaré de decírmelo.

Tuyo, siempre,
Eric

´

Sigue leyendo

Deja un comentario