Cartas para Lima XIX: más allá del tiempo

por M.Bardulia
Cartas para Lima XIX: Te sigo imaginando

Querida Lima:

Hoy, en esta carta, me voy a saltar las reglas. Voy a espaciarme y desdoblarme en los torrentes del tiempo e imaginarte más allá del futuro. Del futuro de estas cartas que siempre han volado en una indeterminación cuasi decimonónica, al menos en lo pretendido. Voy a romper las reglas que yo mismo me puse, por imitación espuria de otros, en otros tiempos, en esos tiempos, más dados al arte epistolar y a las románticas maneras que este ostentaba o provocaba.

Y todo por haberte imaginado, ayer, otra vez. No es que no te imaginé, no es que no eche de menos tu presencia, la piel, el olor, los extremos fríos de tu cuerpo en contacto con la noche. No es que no te haya imaginado antes, es que ayer te imaginé de otra forma. Estaba escuchando esa música que me enseñaste, otra vez, porque tampoco esta dejo de escucharla, y te volví a ver, como siempre hago cuando la escucho. Pero te vi de otra forma. Más clara, después de tanto tiempo, pero distinta. Eras tú, pero tú revestida de un halo especial, tú como una estrella. No una estrella del cielo, una bola atómica de gas incandescente, sino como las estrellas del cine. Las viejas estrellas del cine, las auténticas estrellas, esas que, por lejanas e inalcanzables, conservaban su poder y su misterio. Hoy no son nada, una pantomima fácil, un ejemplo de lo vulgar que es la vida, pero antes… Antes lo eran todo. Esas voces, esos ojos, esas formas de mirar, de gritar, de amar. Te he imagino con un vestido largo, ceñido, azul cielo, sobre tus largas piernas, acodado en tu cintura blanca, y tu pelo como una barahúnda de sol en tarde de agosto cayendo por tu espalda, derramado sobre la piel expuesta, dejando solo entrever esa dulzura que un día probáramos a jugar, probáramos a explorar, a apretar, a arañar, a compartir en la oscuridad brillante de lo prohibido.

Te he imaginado sonriente, pero fiera. Mirando de medio lado, seductora, como eres, pero buena, como siempre has sido. Te he visto tan bella, tan alegre, tan llorosa, sin miedo a llorar, sin miedo a vivir, como supongo que todavía eres. Esta carta rompe con todo lo anterior, en lo temporal, pero también en la visión extraña de un recuerdo lejano. No eres un recuerdo lejano. No tengo recuerdos lejanos, aunque si circulantes. Vienen y van, se alejan algunos, a veces, tú también, pero nunca demasiado, siempre vuelven, tú siempre vuelves, cerca, pegada a mis ojos, rozando mi corazón, y aunque en una punzada de dolor se demuestra tu vuelta, todo lo que me queda es gratitud, la calidez agradable de haberte conocido, así, de haber podido experimentar algo así, aunque tan breve, explosivo, pasajero. No para mí, supongo que para ti sí, como debe ser. Pasajero para el tiempo y para esta vida que solo corre.

Ando estancado yo, mientras veo esta vida escapárseme y no hago más que insistirme en mi falta de valor, mi inapetencia de felicidad. No, no soy feliz. Quizá cuando te recuerdo. Pero no, no en mi vida, estoy a mil jodidas millas de ser feliz. Digan lo que digan, la felicidad no depende solo de uno mismo. Y aunque dependiera de uno mismo, a veces depende de un yo pasado, un yo que ya no existe y que, por tanto, nada puede hacer para remediar lo que ya hizo. Yo soy esclavo de mis yo pasados. Soy un zombie de las vidas que no elegí, más bien me eligieron. Y por eso sigo, drogado, sometido, haciendo lo que estas vidas erróneas, lo sé, me dicen, me dictan, disfrutan haciéndome sufrir. Pero resisto. Y recuerdo. E imagino; es mi imaginación mi única fuerza, quizá mi única virtud, a ella me encomiendo, cada vez menos, de ella surgen mis pobres alegrías del hoy. No me entiendas mal, tú no eres una pobre alegría, tú eres y serás siempre, Lima, una de esas grandes alegrías, las pocas, muy pocas, que debemos guardar con mimo y acierto, y no exagerar en el recuerdo ni la evocación, que debemos conservar en el silencio y el sueño, por no gastarlas, por no hacer que se vuelvan romas y pierdan la definición y los colores de su dibujo.

Ya te lo dije: yo no olvido. Yo te quiero. Ahora y entonces. Sé que fue breve. Sé que yo vivo otra vida distinta a la tuya y esto tiene poco que ver con lo que tú pensarás o sentirás, pero así es. Yo te recuerdo, te quiero, te imagino, muchas veces te requiero. Desde que te fuiste, desde que decidimos que no había otra opción más que volar, he ido perdiendo flexibilidad y ganas de vivir. No es alarmante, pero es un hecho que la vida sin amor vale mucho menos la pena. Y el amor sigue ahí, pero es duro no vivirlo hacia fuera y que alguien rebote ese mismo amor, alguien como tú, con esa fuerza por amar, con esa felicidad, con esa libertad abrumadora. Soy un imbécil, pero sé bien que ya no lees estas cartas, por eso me permito decir estas cosas. No dejo de ser un imbécil que debería actuar y dejarse de tanta autocompasión poética y tanta escritura recargada, lanzarse a hacer lo que sé que debería hacer desde hace mucho tiempo, pero es tan complicado. He decidido, creo, no ser casi feliz, por ver a mis hijos felices. O eso espero. Nada más. Es un sacrificio que merece la pena y que tiene poco de duro, salvo cuando a uno le toca vivirlo, le toca vivir una existencia sin amor. Son tan pocas, además, las ocasiones en que sentimos amor; según la vida avanza, así como nosotros comenzamos un descenso hacia un fin irrevocable, el amor mismo parece ir drenándose de nosotros, de nuestra vida, de las personas que nos rodean, es como si la muerte fuera también un vórtice que tirara de ese amor, que fuera lo primero que absorbiera de nosotros, puede que prepararnos, para hacernos menos dura la partida. Yo veo mucho menos amor a mi alrededor. Siento mucho menos amor en el mundo, en mi mundo, en mis personas.

Y, sin embargo, no es así en ti, aunque no estés, o quizá por ello, puedo acceder a esa fuente de amor siempre que quiera. Solo tengo que pensar, que imaginar, que soñar. Y puede hacerlo de la manera que quiera, no tiene por qué ajustarse a la realidad, no tiene por qué ser decente o de acuerdo a las normas morales de una sociedad que proscribe el amor, lo acota y encierra, provocando, quizá, esa atrofia que hoy empiezo a sentir.

Te he imaginado de muchas formas, pero esa imagen de cine clásico, tú como esa femme fatale cariñosa y voraz, como en realidad creo que eres, vestida para la noche, dispuesta para vivir, para ser, para sentirlo todo, esa imagen es la que me ha cautivado estos días. He amanecido lloroso, rígido como siempre, aterido por la ansiedad, como siempre me ocurre, pero al menos hoy me he despertado con tu imagen clara, límpida, y tu sonrisa, y algunas de las palabras que alcanzamos a decirnos. Y esto ha sido suficiente. Por eso te estoy escribiendo, otra vez, con menos artificio, con menos tapujos. Dejándome de historias románticas formales, dejándome llevar. Sin más. No, no es buena época en mi vida, y tú no tienes ninguna culpa o responsabilidad en ello, es solo que me siento mejor cuando imagino que hablo contigo, cuando creo que te puedo volver a decir todo lo que siento. Aunque no sea bueno, aunque no sea todo lo brillante que me gustaría que fuera.

De tu Eric que, ya ves, ni te olvida ni te deja de querer, mi querida, queridísima Lima.

Eric.

Sigue leyendo

Deja un comentario