Querida Lima:
Gracias por tu última carta. Y gracias, sobre todo, por el retrato que la acompañaba. Una imagen pequeña, pero sin duda la mayor alegría que me he llevado en semanas. Pequeña, pero lo suficientemente grande para recordar en carne viva todo tu calor, y el calor de tu piel que, me atrevería a decir, ya parece coger algo del color de unos cielos mucho más claros, de un sol más impertinente. Gracias por dejarme saber, por contarme que todo está bien y que tu nueva vida, aunque nueva, y a veces extraña, quizá difícil, sigue el curso de felicidad que siempre has trazado para ti, no importa el viento o los vacíos que puedas encontrarte. Gracias por contar conmigo y mantenerme en el estrecho círculo de luz que emana de tu corazón. Gracias por dejarme seguir siendo parte de ti. Y gracias por todos tus besos, por el tiempo que les dedicas a las líneas que escribes y a los pensamientos que en los que me incluyes. Para mí es un honor todavía difícil de creer; una alegría, también, y durante algunos segundos al día, he de reconocerlo, una pequeña pena que se disuelve tan rápido como llega.
Estoy muy feliz de verte feliz. Nada me hace más feliz que el que tú lo seas. No importa con quién o el cómo, yo quiero que seas feliz. Detrás de mí, en lo profundo de mis sombras existe aún una sombra más negra, que me intenta decir, que me intenta corregir y llevarme al egoísmo y la saña de quererte mía a cualquier coste, de quererte atada, de no querer quererte libre, pero cada día es más pequeño es ente oscuro, y extraño, y gime cada vez más alto, pero solo por que se ve cada vez más aislado y mudo. Me alegra saber que estás haciendo lo que tú pensabas, lo que yo estaba seguro que harías: vivir.
No ha disminuido un ápice tu belleza, en todo caso, gracias a esos cielos y a esos soles, tu rostro es aún más claro, más luminoso y en tu mirada sigue resplandeciendo el aliento de tu coraje, de tu fuerza y tu inteligencia, el reflejo más íntimo de todo lo bello que hay en ti. ¡Qué alegría verte sonriendo de nuevo! Aunque sea a través de una imagen, que nunca te hará justicia, pero que, en estas distancias casi insalvables en que nos movemos, cumple la función fundamental de disipar las brumas que siempre acaban por encerrar la memoria.
Dices que has recibido visitas, y me alegro mucho de saber que algo de tu vieja vida sigue acompañándote. Espero que fueran tan agradables como debieran y que no perturbaran tu ritmo de aclimatación y tu nuevo yo en los orientes en los que ahora te mueves. Recuerda olvidar un poco, no para siempre, pero olvidar un poco para vivir tu presente al máximo. ¿Qué sentido tiene sino la aventura? Ya habrá tiempo de olvidar las aventuras cuando estas se acaben, de momento, concéntrate en vivirlas. Sé que lo harás, no quiero dar lecciones de nada, solo que, como siempre, creo que tú necesitas de tu presente mucho más que otros, y que ese presente ha de ser lo más fuerte, profundo, concentrado y, en resumen, feliz, que pueda llegar a ser. Como siempre ha sido tu presente, querida Lima; tu presente innato, tu presente sin barreras, con esa potencia y esa altura que le da a todo tu inteligencia y tu fortaleza.
Yo sigo aquí, gracias por preguntar e interesarte. Sigo en las misma duda, en las mismas tribulaciones y complejidades de siempre. La vida no cambia demasiado, la familia y el trabajo ocupan la mayor parte de mi tiempo, y los huecos que no me ocupan, casi siempre pienso en ti. Los fríos de estas fechas ya nos tienen más encerrados y eso afecta algo a mi estado de ánimo, pero yo estaré bien. Tus cartas y tus palabras me hacen la vida mejor. Tu foto alegrará de ahora en adelante hasta los días más grises. Y tu piel, esa piel que recuerdo por su tacto y su temperatura, por su sabor y el brillo extraño que desprende en la humedad de la noche, tu piel está siempre vibrando dentro de mí; algunas veces, lo reconozco, es casi una condena, otras es pura alegría, pero aun siendo condena, es una condena que acaba siempre en el placer de haber podido aprenderla, de haber podido recorrerla con libertad y en una pasión que siempre sentí como compartida. No hay nada más puro, agradable y salvaje al mismo tiempo, que una pasión que se comparte y se expresa en libertad, en plenitud de lo eufórico y lo carnal, de lo espiritual y lo físico.
Aquí sigo. Y seguiré aquí, echando de menos nuestros fríos, los rincones oscuros, viejos tejados crujientes de plata y esas enormes puertas de madera que daban acceso a tu casa, pero seguiré; esperando. La vida sigue. Mi vida sigue, a un paso más lento que la tuya; tan lento, que a veces es como si se hubiera detenido, en esa espera, en la pausa de tu ausencia, y todo, incluido yo, aguardáramos en un ritmo disminuido, casi en la inmovilidad absoluta, a que tu vuelvas para devolverle a la vida la energía que ha perdido sin ti, sin tus pasos, sin tu risa, sin ese espacio enorme que ocupas en el mundo; sepa este de ti o no lo sepa. Será que es así, o será solo cómo me siento, pero ¿qué diferencia hay? ¿Qué es la existencia sino solo y todo lo que podemos sentir? Yo sigo sintiendo lo mismo. Como te dije, no cambiaré nunca tanto como para dejar de quererte.
No dejes de escribirme, si encuentras el tiempo y las ganas. Y no dejes de enviarme retratos tuyos, de tu vida, de tus cosas de allí, si así lo ves conveniente y también te alegra dejarme saber cómo estás, qué hay en esas tierras que tanto nos separan, cómo de bellos son los anocheceres al pie del desierto insondable. Y como siempre, olvida, un poco, que te ata la vida a unas raíces, que siempre estarán, pero nunca te olvides de lo esencial, nunca te olvides de vivir, de vivir a vida plena. Sé libre, querida Lima, selo siempre, libre en tus venturas y desventuras, libre para errar, libre para amar y desamar, libre para encontrar hasta la última gota de vida en esta tierra enorme, en este tiempo breve.
Con todo mi amor, intacto y al calor de tu imagen, me despido para ponerme a escribir la siguiente carta, para nunca alejarme demasiado de ti.
Gracias, mi adorada Lima, gracias.
Eric.
1 comentario
Querido Eric, tampoco mío, ni de nadie…
Gracias por tus palabras. Creo que nunca dejarán de tener ese efecto en mí, nunca dejarán de empañarme los ojos;
tanto por su significado como por la belleza de tu escritura. Sigo echándote de menos, pero ahora puedo decir que la tristeza de mis primeras semanas aquí se ha ido transformando, transformándose en felicidad, un tipo diferente de felicidad, porque tenerte cerca, de esta manera, y a pesar de todo, es una verdadera bendición. Todas las noches agradezco tu cariño, tu atención y el amor que me llega a través de tus cartas, tus textos, tus retratos y tu voz; esa voz…
No me hagas olvidar, por favor, no quiero olvidar. Soy la única responsable de mis decisiones, y me atrevería a decir, de las decisiones de mi corazón. Y quiero tenerte vivo en mi recuerdo. Pero por esto no sientas que tienes nada que darme, no te quiero poner ese peso; yo también te quiero libre. Y también en mi interior hay un ser de oscuridad, que me susurra al oído que debes ser mío y de nadie más, pero mi ser de luz, me grita más fuerte que eso no es amor, y yo te amo, Eric, tanto como para aceptar que ese amor por ti puede no ser correspondido, y nunca, nunca, nunca jamás daré por sentado los sentimientos que puedas tener por mí. En veinte años seguiré agradeciendo haber vivido todo esto contigo y haber sentido tan profundamente por ti. Pero no te preocupes, por favor, iré asentando la idea de que esto no es un amor práctico, del día a día, la idea de que no te puedo dar todo el cariño que quisiera, de que no nos podemos querer libremente, al menos en el presente en el que hoy vivimos; aunque necesito más tiempo para ello, dame un poco más de tiempo, Eric. Te prometo vivir, no te preocupes por mí…
Al verte, aún en la distancia, siento el calor de tus manos, ese calor ardiente que casi me quema la piel. Siento la profundidad de tu respiración, una respiración que me provoca un escalofrío. Siento la fuerza de tus brazos y de tus piernas, y haces que se incendie todo mi cuerpo, todo mi ser. Noches de magia cuando nos convertimos en algo más que seres humanos, y dejamos florecer nuestros instintos, juntos, salvajes, apasionados… Los echo de menos, te echo de menos. Pienso en el tiempo que me queda para volver a verte y sentirte junto a mí y se abre el mundo bajo mis pies. Tengo miedo por que te alejes de mí, miedo por que a mi vuelta no pueda verte y se me parta el corazón en mil, miedo por que un día me mires diferente, o pienses que no soy la Lima que imaginabas. Me invade el miedo y la debilidad. Siento decirte esto; no es propio de mí dejar ver mis rincones más negros. Lo siento.
A pesar de los miedos y los momentos de debilidad, me haces feliz, muy feliz. Me gusta escucharte, leerte, oírte hablar de tus experiencias y del mundo que a ti te rodea. No quiero hablar de mí. Quiero hablar de ti. Quiero que me hables de tu familia, de tus hijos, tan alegres y despiertos, de tus preocupaciones, de tus ilusiones, de lo que te quita el sueño y de lo que te da la vida. Lo que quieras.
Perdóname si a veces no soy fuerte, o alegre, o con humor; son solo algunas chispas de lluvia durante un día con algo de sol; y la lluvia también es bonita, y necesaria… Me despido de ti pero estaré cerca siempre que quieras, y estaré feliz. Me despido con unas líneas que escribí hace no tanto, y que fueron fruto de una noche muy especial.
“Por los abrazos eternos. Por sentirnos humanos, queridos, vulnerables, a salvo”
Un abrazo, Eric, lo más profundo y eterno que pueda ser a través de esta carta. Te quiero.
Lima