Pesadas piedras de rojo y negro
de nuevo tiran de mí,
camino del fango,
camino del fondo.
Una mochila con dos grandes
piedras me sumerge en la angustia,
y no puedo hacer nada,
no sé qué hacer para evitarlo.
De nada sirve gritar,
quien escucha está impotente;
de nada sirve llorar,
hasta de lágrimas alguna vez te secas;
de nada sirve soñar,
porque los sueños nunca se cumplen;
al menos los míos…
No hay milagros en este mundo,
difícil y seco.
No hay milagros, sólo la dureza
de la mañana,
la insoportable tranquilidad de la noche
y los días, que pasan en balde,
vacíos y yermos.
Aprieto los dientes, pero sufro.
Aprieto los puños, pero no lo supero.
Intento blindarme a todo, a todos,
pero entre las juntas de mi coraza
hace tiempo que pasó su mugre,
oxidando mis huesos,
pudriendo mis ganas.