He vuelto. He vuelto a casa. Otra vez. Estoy en Madrid de nuevo, en el Madrid más frío, más inhóspito y cruel. Estoy en el Madrid nocturno, en el metro frío y las inhumanas oficinas. Me he tenido que volver, porque el dinero obliga, el sucio metal obliga. Hay que trabajar, de lo que sea en es estos tiempos, y no ha habido más remedio. Soy un mercenario, como todos, pero un mercenario sin pasión, un mercenario a la deriva desde hace mucho tiempo.
Este mi Tongoy se ha cebado conmigo desde hace un par de semanas. Ha vuelto conmigo, y de su estado aparentemente sano, nada vampírico, ha crecido un licántropo temible, de fauces babeantes, hambriento, que no deja dentro de mí un gota de valor, una gota de sentido vital. No hay camino en este mundo que sea fácil. En estos tiempos, todos los caminos son sinuosas veredas y discurren cruzando demacrados puentes, demasiado débiles par aguantarnos a todos los que por ellos necesitamos cruzar, día tras día, lenta semana tras lenta semana.
Me han encerrado con mi bestia más temida. Confiado ante su periodo de latencia, le he dejado crecer conmigo, alimentándose de mis fuerzas, ganándose mis pensamientos. Ahora está tan encima, tan anclado a mi yugular, que es difícil deshacerme de él, que temo morir si intento arrancarme sus colmillos, profundamente clavados. La iniquidad de esta tierra le empuja, le anima y engrandece, y mientras yo me hundo, yo me adormezco en sus garras, cansado de forcejear; cansado de lidiar con tanta contracorriente, con tantas gilipolleces.
Si no puedo, no seguiré. Si no puedo, esta vez, voy a pararme, voy a tirarme en la cuneta y esperar. Morir de hambre si es preciso. En la Endura buscaré endurecerme, agostarme hasta que mi piel se seque, pegándose a mis huesos petrificados por el tiempo injusto. Por la vida sádica, horrible que elegí, de la que brotó mi asesino, el lupino que brotó de mí, al que creé, crié y alimenté, sabiendo que jugaba con el miedo, con el mío; con la angustia, mi angustia; con la muerte, la mía y la de todos mis días.
Esta vez no pienso levantarme, no más. Secarme y abonar las hierbas que crecen verdes, frescas y sabrosas al borde de los caminos, polvorientos, duros y negros.