Para ti, niño.
Psicólogos, en plural, con muchas eses.
Psiquiatra, a medias,
y pastillas, bastantes.
Ejercicio, deporte, a veces,
lo que me deja el tiempo.
Trabajar, eso siempre,
a poder ser en algo
sin corazón, sin alma o sentido,
como casi todos los trabajos.
Preguntas, todas las del universo,
y una cabeza que pesa
y que no descansa,
que no duerme
y atrofia músculos
del ojo al vacío absurdo
de mis talones.
Pocos dragones,
hace tiempo que se me cayó la magia,
y todavía lloro,
aunque imagino que no,
y en las montañas nevadas
veo crecer las flores,
pero es solo un momento,
después solo hay muerte;
todo es muerte,
porque solo veo muerte
a mi alrededor.
Intento no escuchar,
pero soy capaz de entender a las rocas,
y me abruman con sus crujidos,
hasta el último de los grillos ardiendo,
hasta la más pequeña de las hojas,
y me zumban los oídos
como si no existiera el silencio.
No existe para mí,
que parece que lo viera todo,
lo leyera todo,
no entendiera nada,
ni a vosotros,
sobre todo a vosotros,
que alimentáis la misma mierda
de la que os alimentáis,
peligrosos,
errabundos,
esclavos.
Yo también soy esclavo,
del dolor,
yonqui del miedo,
adicto a la tristeza,
por eso ya no veo a las hadas,
ni creo en dioses,
salvo que tengan dinero,
mucho dinero.
Estoy incómodo,
siempre incómodo,
desafecto en mi cuerpo,
dentro de mis consciencia,
necesitaría salir,
como si hubiera crecido demasiado
o dentro de ella
me hubieran crecido las espinas.
Solo hay ruido,
vuestro ruido,
perdí el amor;
es tan difícil de hallar,
y cuando se encuentra,
en este mundo violento y zafio,
en esta pantanosa pulpa de ignorancia
que sois y presumís,
cuando un atisbo de amor
vuelve a asomar,
ridículo,
hambriento,
ciego,
cuesta no pisotearlo,
con saña,
antes de verlo sufrir en el fuego
de todo este odio,
de esta rabia recíproca y equivocada,
superficial, estúpida,
mal nacida, mal llevada, malversada.
Pena lo es todo,
que es solo a un paso de la muerte;
pero que la muerte es no escuchar,
ni escucharse.
Dejé de viajar a las estrellas,
porque viajaba siempre solo,
y olvidé los secretos intraterrenos,
la esperanza de escapar,
un día,
más rápido que la luz,
porque hay que serlo todo,
sobre todo pesimista,
hiperpesimista,
odiosamente negativo,
pero nunca perder la fachada,
la palabra fácil y mal hablada,
de este optimismo a ultranza,
falso, como ultra,
ultraoptimismo de la desesperanza,
esperanza de lo nunca y del jamás.
Poesías, tantas como gritos,
y hasta rimas,
versos que bullían,
que llegaron a vivir,
aunque solo fuera dentro de mí;
versos que hablaron,
que besaron,
que cobraron la vida que merecen,
pero ya no,
ahora no,
nadie escucha,
ni siquiera el viento,
está muy ocupado oyéndoos
roer los huesos de los otros,
esos que tanto odiáis,
esos que sois vosotros.
Un día me olvidé de sentir,
de emocionarme,
dejé de ser niño,
y el cielo se derrumbó;
hoy somos sombras sin sol,
desecadas y fugaces
sombras del futuro,
de un futuro que nunca será,
porque el futuro jamás llega,
solo podíamos esperar
que no rompiera a sangrar nuestro presente.
Corrí de vuelta al pasado,
y allí me quedé,
envuelto en la melaza imperfecta de la memoria;
al menos aquí
sois otros y otras,
sois lo que yo quiero que seáis,
quizá humanos.