Habiendo abrazado ya el abismo, Ana sintió el correr del calor y las astillas de la pena que con él se escapaban. Era una pena dichosa, el alivio ante todos los sufrimientos pasados y ya, al fin, en inevitable desenlace. Cuando el calor cesó en su brotar, la pena desapareció con él, y tras la partida sólo hubo paz: silencio, luz y paz.
Con Tongoy
Oscuro y difuso, de personalidad desdoblada; escritos de lo raro y de lo íntimo, de lo tremendo y de lo posible; poesía, cuentos, imágenes, todo cabe.
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