A propósito de Aubrey de Grey

por Somnoliento

Hoy, escuchando una conferencia del gerontólogo biomédico – así es como se le define en la Wikipedia – Aubrey de Grey, a propósito del envejecimiento humano y las posibilidades de detenerlo, me han surgido algunas dudas, existenciales en su sentido más profundo.

Para quien no le conozca, Aubrey de Grey es un conocido científico que trabaja en el campo de la regeneración de tejidos, lo que él llama senescencia negligible ingenierizada, que pretende encontrar un remedio contra los daños producidos en los tejidos a causa del envejecimiento. Es decir, conseguir una esperanza de vida prácticamente indefinida. Yo le conocí hace tiempo, en una charla con un amigo médico fascinado por algunas de las teorías de este barbado y peculiar personaje. A pesar de que toda su teoría y sus trabajos, son realmente increíbles, visionarios, no quiero meterme a explicar en que consisten, primero, porque no soy quién para hacerlo, y segundo, porque no es esa la razón que me ha llevado a hablar de él.


Cómo decía al principio, al escuchar su charla titulada “Por qué envejecemos y cómo evitarlo”, en esa magnífica herramienta divulgativa qué es TED, me han surgido algunas dudas y me he sorprendido a mí mismo, no sintiéndome muy a favor del objetivo final de sus teorías. No es que no me guste vivir para siempre, no es que no me guste o no sueñe, como casi todos nosotros, en una larga y placentera, casi eterna, vejez, no es eso, el problema, la disyuntiva, surge cuando nos planteamos el significado del fin planteado por este eminente científico con pinta de hippie.


Lo que Aubrey nos plantea en su charla, lo que buscan, él y su equipo con sus investigaciones, es acabar con lo que él llama las siete causas del envejecimiento o siete tipos de daños producidos por el envejecimiento. Por tanto, si alcanzarán su objetivo, si, efectivamente, dentro de veinte, treinta o cincuenta años, consiguieran detener el envejecimiento del cuerpo humano y las consecuencias que de este se derivan, podríamos considerarnos cuasi inmortales. Y aquí está la clave de todo, de  este sinsabor vital que siento, en ese “cuasi” está el quid de la cuestión por lo que su teoría no acaba de convencerme del todo. Está claro que no me refiero a un convencimiento científico, no tengo, ni por asomo, los conocimientos médicos necesarios para evaluar sus teorías de una perspectiva técnica, me refiero a un convencimiento esencial, a un convencimiento vital y moral.

De lo que se nos habla, la visión que Aubrey nos propone, es la reducción del envejecimiento al nivel de cualquier enfermedad – algo brillantemente lógico, a mi entender,  a la luz de la ciencia actual – para poder sanarlo, vencerlo y mantenernos, como siempre hemos soñado, eternamente jóvenes. Hasta aquí, creo que nadie podría decir que el sueño no sea bonito, pero si curamos esta “enfermedad”, ¿significará eso qué viviremos para siempre? ¿significará eso qué habremos vencido a la muerte, qué ya nadie volverá a preocuparse por esa única gran verdad de la vida? Creo que la respuesta es no, y él mismo tampoco pretende eso.

El hecho de que venzamos a la vejez, al inevitable deterioro celular, no nos otorga la tan ansiada inmortalidad. Si que podrá otorgarnos una vida más larga, quizá en algunos casos, cerca de lo indefinido, pero eso no será general y, lo más importante, no nos hace inmortales. Habremos vencido a una enfermedad más, una de las peores o más persistentes, pero nada más, seguirán existiendo enfermedades mortales, surgirán otras nuevas, seguirá habiendo accidentes, armas, asesinatos, catástrofes naturales… Nuestra vulnerabilidad, volatilidad en este mundo, aunque podrá verse reducida, no llegará a ser vencida. Y no hay nada intrínsecamente malo en esto, nada, quién no querría sentirse joven hasta el fin de sus días, siempre en la flor de la vida, guapo, vital, quién no querría que ocurriese lo mismo con sus seres queridos, con su familia, con sus amigos. Si lo pensamos rápido, todo esto suena precioso, es justo lo que decíamos, un sueño, un perfecto sueño. Ahora bien, si nos detenemos a pensarlo en profundidad, es cuando este paisaje idílico pierde parte de su colorido y me provoca esas dudas de las que hablaba al principio del texto.


Para explicar esta incertidumbre a propósito de esta victoria sobre la vejez, me gustaría remitirme al concepto de la muerte a través de los siglos. De cómo todo lo que rodea a este suceso tan primario, fundamental en la vida, en el mundo que conocemos, que percibimos, ha evolucionado,  hasta alcanzar esa fase de retroceso en que nos encontramos y que se ha gestado en los dos últimos siglos. La muerte no era igual para el hombre de Uruk en el siglo XXIV antes de Cristo, que lo es ahora para nosotros, y no por una cuestión religiosa o de concepto, no, no era igual porque en nuestro tiempo, de unos poco más de cien años a esta parte, hemos ido, cada vez más, salpicando a la muerte con un halo de enemistad, despojándola de su condición de paso inevitable, natural y necesario de nuestra, de toda la existencia. No pretendo caer en la simplonería, la muerte siempre ha sido un paso difícil para el hombre, en cualquier tiempo y para cualquier cultura, todos los hombres de este mundo, desde los albores del tiempo, han vivido este paso, si no con temor, si con el respeto que el final de la vida representa, independientemente de sus realidades y creencias. Pueden haber existido diferencias de concepto, distintos formas de confrontarla y explicarla, pero el poso de todo ello, la clave de ese final, ha sido siempre la misma.  A lo que me refiero cuando hablo de un retroceso, es que somos los primeros hombres que hemos pasado de soñar con el final de la muerte, ha considerarlo una realidad alcanzable. Somos los primeros hombres que hemos logrado un aumento sensible y continuado de la esperanza de vida; prácticamente se ha doblado en unas pocos décadas, un hecho crucial en nuestra evolución, y para algunos, la clave del inigualable desarrollo de este último siglo XX. En conclusión, no somos los primeros hombres que temen a la muerte, pero nos estamos convirtiendo, en los hombres que más tememos a la muerte.


Esto no es algo tan ilógico. Vivimos el doble de lo que vivían en tiempos del Imperio romano o durante las guerras Carlistas, por no irnos muy lejos. Con una calidad de vida, alimentación y acceso a la medicina, más que aceptable y generalizado, incluso en la vejez. Suena tan raro decir que la obsesión, y esta obsesión traducida en temor, con la consecuente degradación del concepto mismo de la muerte, haya aumentado en nuestro tiempo, yo creo que no.


Los avances científico técnicos de nuestra era, están muy por encima de los de cualquier otra, incluso haciendo una análisis comparativo estricto y ponderado según las características de cada época, y son estos avances, este sentirnos, por fin, verdaderos dominadores de la realidad que nos rodea, lo que nos ha hecho lanzarnos hacia la  conquista de la verdadera y única frontera, el entendimiento y posterior superación, hablando siempre en términos científicos, del paso final de nuestras vidas; me gustaría mantener la religión aparte en todo momento, juzgar la muerte bajo el prisma de la religión tiene poco sentido, puesto que cada una tiene su explicación particular y definida para ella.


Quiero aclarar que si hablo de una conquista sobre la muerte, hablo en un sentido filosófico general, no creo que todos los seres humanos, científicos o no,  dediquemos nuestra vida a la búsqueda de la inmortalidad, ni siquiera creo que sea el anhelo final de muchos de nosotros, pero sí considero que en el entramado del pensamiento general, este alargamiento inédito de la vida, en un espacio tan corto de tiempo, y los nuevos poderes que la ciencia ha otorgado al hombre, han provocado una “desadapatación” de la vida sobre la muerte. Por aclarar mejor, se ha producido una asincronía entre la adaptación del hombre a su nueva condición vital y su comprensión y aceptación del final de su vida, en este nuevo entorno de duración, comprensión y poder inusuales.  Si a esto le unimos consideraciones, no menos importantes, pero de otra índole, como la creciente ausencia de valores, sean religiosos o no,  o la cada vez más acuciante falta de independencia emocional y racional, pensamiento crítico o reflexión personal, esta descoordinación o desorden de cara a la muerte, se hace aún más fácil de explicar.


Entendiendo esto, que no compartiéndolo, no es más que una opinión, se puede ya atisbar hacia dónde van esas dudas sobre esos científicos que pretenden vencer a la vejez. Y es que si para nosotros, hombres que vivimos casi cien insignificantes años, la muerte es un paso cada vez más incomprensible y difícil, que ocurrirá cuándo logremos alcanzar los ciento cincuenta, y los doscientos, y los mil años de edad, ¿seremos capaces de comprender entonces la muerte? Si hoy día, la muerte continua siendo un sufrimiento, mayor que en cualquier otro momento conocido, podremos asegurar que este no irá a aumentar, a medida que dupliquemos esa esperanza de vida… Ya hemos dicho que vencer el envejecimiento, la muerte por envejecimiento, no es vencer a la muerte, pero sí, más que probablemente, retrasarla, puede que en no pocos años si consideramos que el avance de la ciencia, médica en este caso, irá parejo y que seremos capaces de vencer cada vez mayor número de enfermedades. ¿Qué ocurrirá entonces? ¿Nos volveremos locos en pos de esa victoria final sobre la muerte? ¿Desaparecerán las religiones o su visión sobre la muerte? ¿Seremos capaces de soportar la pérdida de un ser querido a los veinte años, cuándo la esperanza de vida sea de 350 años?
 

Y por qué hemos de vencer a la muerte, ¿tiene sentido nuestra vida sin la muerte? No es este mundo ejemplo perfecto de la justificación de la muerte, del vivir y el morir, del marchar para que otros pueden estar, no funciona todo en este mundo de esta manera y por esa razón, incluso las estrellas y las galaxias que las contienen… Sin que exista un conocimiento último y perfecto de la muerte, puedo decir, que no hay nada más útil para la vida, que la misma muerte. Cómo antes he mencionado, la vida tiene sentido, porque existe la muerte.

Sé que me he ido lejos en este razonamiento, pero voy a volver a la tierra en esta última conclusión, algo más humana, menos filosófica que lo expuesto en las últimas líneas. ¿Qué hay de la vejez? Es la vejez algo tan malo, tan devastador e inútil. Conozco de la vejez lo que cualquier otra persona de la calle, por lo que veo, por lo que oigo, por mis abuelos y familiares de mayor edad… Es el mío un conocimiento experiencial y nada técnico. Es precisamente ese conocimiento, él que me lleva a decir que la vejez, en sí misma, no es algo malo, se trata de otro ejemplo de la degradación de un concepto, de una etapa de la vida, por una serie de valores y estereotipos nocivos que han inundado el último siglo. Creo que ha existido una pasión exacerbada de la belleza física, del poderío físico. No he dicho una exaltación de la juventud, eso es más humano, pero sí me refiero a una pasión por lo superficial que nos ha llevado a despojar a este, el periodo último de nuestras vidas, de toda su carga de sabiduría y su carácter de transmisor social, cultural y emocional. Es, o ha sido, la vejez, una etapa crucial a lo largo del tiempo, respetada y aprovechada, los ancianos son el reservorio de conocimientos, en todos los ámbitos, con el que han contado todas las civilizaciones de la historia.  Nosotros, estamos acabando con  esta reserva fundamental haciendo de la ancianidad, una burla, y de los ancianos, una carga.


Después de esta reflexión sobre nuestros abuelos, me hago una pregunta directamente relacionada con el señor de Grey, que le haría a él en persona, si tuviera oportunidad: ¿No será, que para alcanzar el grado de sabiduría y desarrollo de un hombre o mujer de noventa años, es necesario el paso de un etapa a otra de la vida, de forma continua, cada una con sus dudas y temores, cada una, con sus achaques y con su dolores?
Si eliminamos de la vida algunos de estos dolores, de estos achaques, si eliminamos la decadencia final de la vida, esa misma que hace que nos planteemos todo lo pasado desde una visión distinta, corremos el riesgo de perder la riqueza que supone, no sólo su sabiduría, sino las opiniones y visión de aquellos que están en su vejez. Lo que al final perderemos, será una parte muy importante de todo aquello que nos define como seremos humanos .

A pesar de todo lo expuesto, y aunque parezca lo contrario,  no crítico, para nada, las investigaciones de Aubrey de Grey, creo que son de un interés crucial para la humanidad, y que su éxito podría hacer de nosotros, no sólo unos seres más longevos, sino también, más capaces y sabios. O eso espero, a pesar de mis dudas, preguntas filosóficas que uno mismo se hace y que a veces cuesta guardarse para sí. A mí también me gustaría ver a mis padres, mis abuelos, tíos y amigos, de nuevo jóvenes, y por todo el tiempo del mundo, pero qué somos si no nos cuestionamos continua y obstinadamente…

Para concluir, me gustaría hacer una mención a una de las partes del más famoso libro de Jonathan Swift,  Los Viajes de Gulliver, que me hizo pensar, por primera vez, en los posibles defectos de una vida inmortal. Es esta la parte en la que el protagonista es rescatado del mar por una isla volante llamada Laputa. Aparte de las historias vividas en la misma isla, Gulliver hace un viaje a la isla de Glubbdubdrib, dónde, entre otras curiosidades, conoce a los Struldbrugs, seres inmortales, pero no eternamente jóvenes, que sufren todos los achaques y enfermedades de la vejez, multiplicadas por su situación de inmortalidad, convirtiéndoles en unos seres deformes y completamente dementes. Es la crítica que Swift hace de la pretensión de la inmortalidad, muy a su manera, con mucha ironía y acidez hacia la sociedad de su tiempo. El libro en sí es una continúa crítica a toda la sociedad de la Inglaterra de aquel momento y al ser humano en general, imprescindible leerlo al menos una vez.

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2 comentarios

Mike Tortura octubre 25, 2013 - 10:47

Hola,
Me ha encantado tu artículo. La verdad, lo he encontrado porqué hace tres días tuve un ataque de pánico al pensar en el día de mi muerte. Nunca antes había experimentando algo así. La verdad es que buscando información sobre el tema, he llegado a Aubrey de grey, i de el a tu blog.
Si como tu dices, el tratamiento de regeneración de tejidos nos haría "casi" inmortales, eso seria solo un puente para llegar a lo que se denomina "mind uploading", és decir, traspasar nuestra conciencia a una maquina. Eso sí nos haría inmortales. Según Ray Kurzweil esto será posible en 2045. Que te parece la idea? Yo he encontrado un poco de alivio, pero algo en el fondo de mi, me dice que es solo futurismo… nada mas.

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Liron noviembre 7, 2013 - 11:27

Hola Mike,

Gracias por tu comentario, y gracias por leer el escrito. Te confieso que mi interés por este tipo de temas, aparte de por una afinidad con el mundo científico, viene también por ese miedo o curiosidad por la muerte. Y sí, algo de alivio se encuentra en este tipo de asuntos, pero no tanto porque la muerte pueda ser evitada, sino por el hecho de conocerla más de cerca, de darte cuenta de que no es más que una necesidad de nuestra vida. Sé que suena algo paradójico, pero no sé ser más explícito…

Conozco muy bien a Ray Kurzweil, que acaba de sacar nuevo libro, por cierto, "How to create a Mind", que leeré en cuanto pueda. Creo que, salvando sus demasiado optimistas predicciones (el tiene que vivir un poco de ellas), es una de las mentes brillantes de nuestro tiempo. Sin embargo, como te decía, ese optimismo no lo comparto en absoluto, creo que aún nos falta mucho más de lo que predice para alcanzar lo que él y otros llaman la "Singularidad", pero el concepto es bárbaro y sus postulados son geniales. Y necesarios en estos tiempos tan turbios… Te recomiendo esta página, http://www.acandas.es, en su sección de Cognotecnología, si te apetece saber más sobre el tema.

Aún así, sigo -y seguiré- teniendo dudas sobre si escapar a la muerte es algo realmente bueno… En el fondo no es más que otra forma de plantearse la eterna pregunta: ¿qué es la muerte? o ¿por qué es la muerte?

De nuevo, gracias por tu comentario y tu lectura.

Un abrazo,
Miguel

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