A Julia Rodríguez Maeso,
que la caída de un árbol le quitó la vida,
el día 2 de noviembre de 2023, en Madrid,
mientras paseaba con sus padres.
Julia, ni te conocí ni te conoceré,
pero eso no es óbice,
no es excusa,
no es razón,
para no sentir el tremendo dolor
que han debido sentir, y sienten,
tus padres, que estaban contigo,
el resto de tus familiares, cuando lo supieron,
tus amigos, tus compañeros de trabajo,
y todos los que, con el corazón encogido,
escuchamos, leímos, vimos
lo que te había ocurrido,
un día cualquiera,
un día como este,
paseando por un calle cualquiera,
de una ciudad cualquiera,
en un otoño ventoso cualquiera.
Cualquiera, pero no cualquiera,
porque no es cualquiera el otoño,
ni la calle, ni la ciudad, ni el día,
en que a ti, con 23 años,
un viento fuera de lugar,
un árbol viejo, mal enraizado,
puede que mal cuidado o vigilado,
se te llevara la vida,
pronta, trágica,
injusta y fulminante.
No es cualquiera que un árbol
se lleve la vida de nadie;
no lo fue para tus padres,
que, para más daño y dolor,
estaban contigo, paseando,
como cualquier otro humano,
como todos los que ese mismo día
habíamos paseado por Madrid.
Por eso, Julia, por tus 23 años,
por ponernos delante de lo inescrutable,
de lo inefable y triste,
de lo incomprensible de la muerte,
por haber sentido,
aunque fuera de lejos,
la tragedia y el dolor;
Por eso, Julia, me he obligado
a asomarme a tu vida todo lo que he podido,
he querido conocer un poco más
quién eras, cómo eras, qué querías,
qué esperabas, qué buscabas, qué soñabas;
por eso, Julia, he querido,
me he obligado a crearme una memoria,
un recuerdo de ti,
para intentar no olvidarte.
Sé que no te olvidarán,
nadie que te conociera,
y espero que, con el tiempo,
y aun a pesar de los vientos,
y los árboles,
y los otoños ventosos por venir,
incluso tus padres
puedan volver a recordarte
sin el daño profundo,
sin la angustia de la vida,
sin tener que pasar, de nuevo,
por el dolor de perderte,
la tragedia de que, tú, su hija,
te escaparas como entre sus dedos.
Por eso, Julia, no quiero olvidarte.
Aunque no te conociera
ni pueda ya, impotente, conocerte,
aunque solo haya podido recoger
los retales que la prensa ofrecía hoy de ti,
aunque sigas siendo una desconocida,
no quiero olvidarte.
Me da igual que fueras buena o mala persona,
alta, baja,
morena, rubia,
de aquí o de allá,
más o menos lista,
hicieras lo que hicieras,
soñaras lo que soñaras,
no quiero olvidarte.
No quiero olvidarte, Julia,
ni a ti, ni a tus padres,
que me gustaría abrazarles,
me gustaría poder consolarles,
si es que existiera un consuelo posible,
si es que pudiera ofrecerles
algo más que el agua cálida del tiempo,
algo más que un espacio en mi memoria,
que estas pocas,
revueltas palabras,
para recordarte.
No quiero olvidarte, Julia,
no quiero olvidar que, un día,
uno cualquiera,
de un otoño ventoso cualquiera,
de una mañana como cualquier otra,
que en una calle cualquiera,
paseando sonriente,
a tus 23 años,
junto a tus padres,
el destino te cogió por sopresa,
cruel e inmisericorde,
y se te llevó temprana,
nos dejó a todos quietos,
faltos de aire,
ahítos sin sentido;
me hizo, a mí, tambalearme,
pensar en ti,
y en tus padres,
querer conocerte,
querer abrazarlos,
querer, por encima de todo,
conocerte para no olvidarme.
Por eso, Julia,
porque te fuiste así, tan inesperada,
tan dura, tan rápida,
tan inexplicada,
quiero no poder olvidarte.
Solo la memoria, Julia,
solo el recuerdo nos libra de la muerte,
y mi recuerdo va, e irá, para ti,
y para tus padres,
que sufren hoy como nadie puede sufrir,
que sufrirán, como nadie sufrió,
pero que volverán a vivir,
volverán a recordarte,
que nunca podrán olvidarte;
es lo menos que podemos hacer, Julia,
tratar de no olvidarte.
A ti, Julia,
porque nos has devuelto a la vida,
para que nunca podamos olvidarte.