¿Qué pasa? ¿Ahora encima no dan el partido? – dijo él desde detrás de mí. Sonaba cabreado, pero también había un deje de triunfo en su voz; ahora podría restregarme la mala idea que había sido no quedarse en casa, sin duda.
No lo sé, en la entrada ponía que sí, déjame que lo pregunte.
Anda ya, lo irían a poner, pero como nadie ha venido a verlo, pues han optado por lo que le gusta a la gente de aquí, por equipos ingleses, que es lo normal- ya iba notando como se relamía ante su próximo canto de triunfo en forma de una tarde entera de continuos reproches, pullas y chistes a mi costa.
Sí, claro, lo anuncian y luego pasan. Déjame que pregunte, a lo mejor hay más salas.
Fui hacia la barra, me armé de valor y le pregunté al mismo chico que me había atendido, bastante joven para estar detrás de la barra de un pub, por cierto, pronunciando muy bien cada frase, si iban a poner el partido en cuestión o no. Me entendió a la primera y señaló a la pared de la pantalla, al tiempo que me decía: “es en la otra sala, detrás de la pantalla”. En un primer momento pensé que le había entendido mal o que me estaba tomando el pelo y le dije: ¿cómo? ¿Detrás de la televisión?
Sí, detrás, hay otra sala, es que no es fácil de ver, hay dos puertas a los lados de la pantalla, las ves, son del mismo color que la pared- se mostró comprensivo, educado, hasta simpático, cosa no siempre habitual en los pubs del centro.
Sí que veía las puertas, incluso había visto salir a un tío de una de ellas según entrábamos, pero pensé que era alguien del pub, que esas puertas daban a alguna especie de almacén o similar. Cogí a mí, de nuevo desilusionado, amigo y nos dirigimos a la puerta a la derecha de la pantalla, intentando molestar lo menos posibles a los blancuzcos parroquianos. Efectivamente, al otro lado había una sala similar, con otro pedazo de pantalla, donde ya desde el inicio comprobé que el porcentaje de españoles era el que correspondía a un partido como aquél. No contentos con eso, al fondo de esa sala, se abría otra, más pequeña, de techo bajo pero con otra televisión lo suficientemente grande y unos cuantos sofás y mesas, al estilo de los que se encontraban nada más entrar en el local. Se veía algo menos concurrida y más acogedora, con algunos sofás libres, así que nos fuimos para allá. Cogimos un buen sitio, en uno de los profundos sofás de cuero que ocupaban la sala, casi cuando empezaba el partido. Es lo que tenían los pub, que te hacían sentir como en casa…
¿Qué? ¿Ahora qué? ¿No estás a gusto, cabezón?- dije, ya algo más tranquilo.
No sé por qué dices eso, lo que yo no quería era mojarme, venir o no al pub me daba igual-
El partido empezó muy bien, pero tuvo el peor de los finales. Es mejor no arañar la gloria si quiera, es mejor quedarse lejos, porque así la derrota es mucho más llevadera. Si vas a por la gloria, alcánzala, de verdad, no sólo intentes alcanzarla, no vale nada el esfuerzo si cuando estás a las puertas de conseguirlo todo, lo dejas escapar de una forma estúpida. Para eso, no lo intentes, para eso pierde desde el inicio y todo será más fácil para todos. Maldito deporte que a veces nos atrapa y es capaz, tanto de darnos la mayor de las alegrías, como de amargarnos durante semanas. Por eso odio meterme tanto, porque no me gusta sufrir por algo que no depende de mí. Lamentablemente, a veces es inevitable.
Pero esa noche tuvo un buen final, a pesar de todo, inesperado pero gracioso viéndolo con perspecrtiva. No es que pasará nada espectacular, pero la pequeña charla que mantuvimos con dos especies de hooligans muy “british” que veían el partido en la misma sala que nosotros, le dio un toque algo surrealista a nuestra visita. Ya durante el descanso nos habían comentado algo, con un acento muy fuerte, bastante difícil de entender. Puro comentario futbolístico, nada serio, pero se les veía dicharacheros, intentando hablar con todo el mundo. Supuse que serían irlandeses; suelen ser mucho de ponerse a charlar en los bares con cualquier, conocidos y desconocidos por igual. Cuando acabó el partido, íbamos ya por la cuarta cerveza y ellos no sé cuantas llevarían, la cosa es que nos invitaron a sentarnos con ellos en su mesa y nos pidieron otras dos pintas más. La charla al principio rondó los cauces naturales, siempre en un tono muy callejero. Nos preguntaron de donde éramos, porque estábamos allí, qué nos parecía Londres, las inglesas, etc. Lo típico, conversación de borrachos, ellos lo estaban, desde luego, y nosotros comenzábamos a estarlo. Suele ocurrir bastante que cuando hablas de España con extranjeros, sobre todo con ingleses, siempre han estado allí, casi siempre les encanta y suelen chapurrear algo el español, pero en este caso, uno de ellos, por cierto, lo hablaba bastante decentemente. Cuando le preguntábamos por qué hablaba español, comenzó la parte más surrealista de la conversación. Cabe decir que si no eran hooligans de profesión, lo eran de pinta, los dos grandes, con sendas barrigas cerveceras, pelo rubio rapado y tatuajes descoloridos en los brazos. De esos que llevan los marineros, o que piensas que llevan los marineros, que tienen ese color por haber sido hechos con malas tintas y por malos “tatuadores”. A uno de ellos, el menos hablador, le asomaba uno similar por el cuello de la camisa.
¿Qué por qué lo hablo?- dijo, cerciorándose de que había entendido bien nuestras preguntas- Porque sí, porque cuando has trabajado de barco en barco veinte años, sueles aprender más de un idioma. Hablo inglés desde que nací, aunque soy Galés y mi lengua materna es el Cymraeg (Galés)-lo dijo orgulloso, acompañando sus palabras con una palmada en el pecho; ni qué decir tiene que si no fuera porque ya había leído, y oído, antes sobre el galés, no hubiéramos entendido una mierda de lo que decía- y también habló español, algo de Francés y un poco de Tagalo, pero muy poco.
Tagalo, de Filipinas, ¿no?- lo dije por decir algo, sabía muy bien que era el idioma de las Filipinas, y él, obviamente, también. Nos quedamos pasmados cuando dijo lo del barco, intenté centrarme en la conversación por no estallar en carcajadas; durante el partido habíamos comentado un par de veces lo de sus tatuajes y su posible afición marinera, pero nunca pensamos que fuera a ser verdad.
Sí, trabajé en un barco que hacía ruta desde allí y hacia allí durante algunos años, pero nunca di clases, todo lo aprendí sobre la marcha; hay muchos marinero filipino por todas partes- continuó, de nuevo en inglés- de español sí que di clases, estuve un tiempo viviendo en Almería y tuve una novia allí que me enseñaba y me corregía cuando hablaba mal. Pero no duró mucho. Una pena, era muy guapa.
Y qué hacíais en el barco, no conozco bien el rollo marinero, ¿qué hace un marinero en un barco moderno? Supongo que el capitán pilota y el resto de oficiales igual, pero los marineros…- intenté no sonar demasiado pardillo, era verdad que no tenía ni idea de lo que hacían los marineros en los barcos mercantes modernos.
Bueno, yo no era marinero como tal, yo he sido cocinero toda mi vida y acabé trabajando en barcos porque un día me ofrecieron el trabajo. Luego me gustó y me quedé. Y él no es marinero, él es marinero pero de pescado, es pescador, pero no creo que quiera contarte lo que hacía, no es lo que se dice un tío muy hablador- sonrió y le dio una palmada en el hombro a su amigo. El otro hizo un gesto con la cabeza y le dio un trago a su cerveza, señal inequívoca de que no iba a contarnos nada sobre su vida en la mar. Y tampoco era que nos interesará demasiado. No es que estuvieran siendo muy pesados, pero ya no pintábamos nada allí. En un descuido mío, encima, mi amigo se deshizo de la conversación como si nunca hubiera estado y pareció desaparecer.
La vida en la mar no es fácil, créeme, estar tres meses metido en un barco puede resultar demasiado agobiante para cualquiera y la mayor parte de los marineros no son gente de fiar. Hay demasiada chusma, demasiado perdido que no sabe dónde meterse. La gente en los barcos cambia también demasiado, salvo por los oficiales, el médico, si es que lo hay, y el cocinero, si es que también lo hay, el resto puede cambiar en cada viaje. No es lo normal, pero puede pasar- seguía hablando, sin comprobar si el resto, es decir, yo, le escuchaba. No parecía una persona melancólica, ni un tarado, pero seguía hablando sin importarle mucho el grado de interés de su audiencia. La verdad es que siempre me habían dicho que en Irlanda y en zonas menos urbanas de las islas, la gente era así, acostumbrada a entablar conversaciones sin más, acostumbrada a formas de vida más sencillas, con la suerte de poder permitirse perder todo el tiempo del mundo por una buena conversación. Aunque esto no era precisamente una conversación, era más n un monólogo o un ciclo de ruegos y preguntas sobre la marinería moderna.
Tiene sus cosas buenas, al fin y al cabo viajas, conoces lugares que de otra forma te sería imposible conocer. Conoces muchas mujeres, la mayor parte de ellas putas, pero mujeres al fin y al cabo. Y tienes tiempo, mucho tiempo, ¿cuánta gente puede decir eso hoy en día? Tiempo, ese es el verdadero y único lujo hoy en día, el tiempo.
La verdad es que sí, en eso tienes mucha razón- dije, intentando aparentar algo de interés, ya me empezaba a dar algo de miedo que se pensara que no me interesaba su historia.
Sí, lo sé. Yo lo comprobé cuando dejé de trabajar en los barcos. Durante los años que curré allí, lo que me costaba era estar en tierra, no era capaz de instalarme en ninguna parte. Apenas dos meses después de quedarme en cualquier sitio, me empezaba a sentir incómodo y acababa volviendo a pedir mi plaza en la compañía. Nunca me la negaron, no hay mucha gente dispuesta a trabajar como cocinero en un barco, mucho menos con mi experiencia. Te cambia la vida, durante y después. Yo no sería como soy ahora si no hubiera sido por mi experiencia en los barcos. Por ejemplo, no hubiera conocido a éste- terminó de hablar y le plantó un morreo enorme y baboso, a su amigo en mis narices. No es que tuviera nada en contra, es que no me esperaba que dos mamotretos como ellos, marineros para más inri, se dieran aquel beso de tornillo en medio del pub. Si yo estaba esperando que me invitaran a irme de putas o algo así. Si yo ya me estaba temiendo que tuviera que acompañarles al burdel más sórdido de Londres, sólo por no hacerles un feo a esos dos verracos.
Perdona, es que no he podido aguantarme, me pone malo pensar en cuando nos conocimos- parecía un poco avergonzado. Su amigo, su ahora más que amigo, no, siguió bebiendo como si nada.
Nada, nada, si vosotros los ingleses, o galeses -apuntillé oportuno- , necesitáis ser un poco más cálidos, tener más muestras de afecto- dije, saliéndome por la tangente como pude.
Sí, eso es verdad, en España, Italia y en los países latinos, vivís más abiertos, de otra forma, no sé, más seguros de vosotros, os importa menos lo que piensen de vosotros- yo pensaba justo al contrario, pero me callé mi respuesta, le di la razón sin más, asintiendo con la cabeza, la noche se había puesto demasiado rara para mí. No se me entienda mal, no era el hecho de estar con una pareja de marineros gays, era que no me sentía cómodo, algo había que me estaba haciendo estar cada vez más incómodo. Al final, averigüé lo que era, no tuve que pensar mucho.