5ª Semana – De parques (3)

por Con Tongoy

(viene del post anterior)

Disfruté mucho hablando con ella, demasiado. Nos reímos, mucho también, era fácil de hacer reír y me confesó, muy al final, que los españoles teníamos algo que a las italianas les gustaba mucho, no sabía si era la lengua o la manera de pronunciar, pero les parecíamos muy masculinos. Era algo que había oído alguna vez y no pude por más que confesar que para los españoles era parecido con las italianas, pero al revés, que despedían femineidad, que su carácter era muy especial, “sois como más mujeres”,  dije yo. Y al decirlo, aunque no lo exteriorizara, algo se rompió dentro de mí, algo crujió por dentro y me hizo saber que todo esto no era tan idílico como parecía. Ella me sacó de golpe de mi quebranto momentáneo:

Ey, ¿qué te pasa? Te has quedado callado de repente. Me ha gustado eso de que somos más mujeres. No se lo digas nunca a tu madre, pero me ha gustado. Al final sí que vas a ser simpático- volvió a sonreír, una vez más, devolviéndome a la paz. Sonreí  de vuelta, tranquilo, feliz, aunque supiera que ese crujido interior no haría más que crecer, hasta convertirse en un torrente desbocado de camino a casa. Sabía muy bien qué era, sabía de dónde venía, pero aún no me atrevía a reconocerlo.

Nada, que me quedo tonto a veces, pero nada importante- dije yo, aún sin apartar la vista de la portada del libro de Bolaño que estaba reñeyendo.

Sabes, eres extraño, eres muy simpático, y divertido, pero raro, no raro de malo, raro de bueno, pero raro. No he conocido mucha gente como tú, con la que se congenie tan rápido, la verdad- dijo entre dudosa y avergonzada.

Gracias Maria Chiara, yo digo lo mismo, pero si me conocieras bien, no dirías eso, puedo ser muy pesado cuando quiero. Y por qué no te he dado mucho la murga con los libros o la música, que si no, hubieras salido de aquí corriendo hace rato-

Se rió una última vez. Al acabar de reír, fue como si la campana protectora que nos había protegido del frío y el tiempo, se levantara de golpe y nos devolviera a la fría realidad de un parque londinense. Me percaté de que en todo ese rato, él no había dicho nada, ni siquiera estaba allí ahora. No podía decir cuando había abandonado la conversación, sólo que no me había dado ni cuenta de su ausencia. Me eché a temblar, figuradamente, claro, aquello podía ser uno de los peores síntomas. Nos despedimos los dos y nos intercambiamos los teléfonos y el email. Hablamos de nuestra posible cita museística y me insistió en que no me diera vergüenza llamarla, que de verdad le gustaría ir al museo conmigo. Y si no, a tomar un café por lo menos.

La verdad es que no me gustaría que esto se acabara aquí, me has caído muy bien y encima, español y guapo- dijo ella antes de que nos diéramos los dos besos de despedida. Sabía que la última parte pretendía sonar a broma, pero me dejó completamente extasiado.

A mí tampoco, la verdad, no te preocupes, te aviso y vemos qué hacemos. Si ves que se me olvida, llámame tú- lo dije sin pensar, craso error.

Eso no, yo soy italiana, yo no te voy a llamar, qué lo sepas, así que mejor que no se te olvide. Tampoco quiero que te hagas ilusiones, yo no tengo novio, pero sí tengo algo y no quiero que te pienses lo qué no es- se puso algo más seria al decirlo. Maldito último comentario, pensé.

Vale, entendido, como una española, te llamaré seguro entonces. Y no te preocupes, yo no me hago ilusiones, intento vivir día a día, que ya es bastante. Hace mucho que no me hago ilusiones con nada-

Ey, tampoco exageres, que no quería sonar tajante, era para compensar mi comentario de lo guapo y español, pensé que podía haber sonado demasiado directo. Tú llámame y vamos al museo, qué es de lo que hemos hablado- dijo sonriendo de nuevo- Además, que nos conocemos de dos horas, igual eres tú el que sale corriendo después de pasar un tarde conmigo. Puedo ser también bastante rara, créeme.

La vi alejarse por el mismo sitio por donde la había visto venir acompañada de Tongoy, de mi Tongoy. hacía bastante frío ahora, me sentía como destemplado, como si acabara de realizar alguna actividad mental extenuante. Me levanté cuando ella desaparecía en la primera curva y busqué con la mirada a mi sempiterno acompañante, pero no pude verle. Esa sensación de desazón seguía creciendo dentro de mí y se iba comiendo todo el ardor de la conversación con la italiana. Sin duda, era la chica más espectacular que conocía en años, era un sueño, una fantasía hecha realidad. Todo parecía haber encajado con ella, en apenas dos horas, era como si la conociera desde hacía veinte años. Era peligroso, me gustaba, sí, era la primera chica en años que me gustaba, de verdad, no físicamente, aparte de mi novia. Era muy peligroso, me había dejado llevar sin más, había sido encantador, gracioso, galante con una chica posiblemente única, pero yo no necesitaba conocer más chicas únicas, ya la conocía, se supone que ya conocía a la chica única. Ella era la razón principal de mi presencia aquí, la cuestión principal de mi vida, o una de ellas. Yo no quería conocer a una chica así, no quería haber visto sus ojos al sonreír, ni haberle prometido que le llamaría. Pero tampoco quería decepcionarla, no podía permitir que pensara que en realidad soy como todos, como cualquiera de nosotros, de la gente que nos rodea. A lo mejor resultaba que sí era raro, de verdad, pero para lo malo, para lo peor. Sin que me hubiera dado cuenta, él estaba ya a mi lado.

Coño, ¿dónde estabas?- dije en tono serio

Nada, por ahí, cómo te he visto tan bien con Maria Chiara, os he dejado solos- contestó divertido. Ya no llevaba su atuendo primaveral, volvía a estar con su levita y sus zapatos de enterrador puestos. Sus gafas sobresalían de una de sus manos. Me pregunto si en esa túnica antiestética habrá más bolsillos de los que no se ven. Seguro que llevaba su pantalón y su camiseta puestos debajo, pero dónde ha guardado antes su levita, es un misterio. Me dio igual, ahora sólo quería alejarme de allí lo antes posible, escapar del torbellino de preguntas y ansiedad que veía acercarse a lo lejos. No iba a escapar de él, pero por lo menos lo afrontaría en casa e intentaría esquivarlo con el adormecedor zumbido de cualquier película que ya hubiera visto tres o veinte veces.

De vuelta a casa, él volvía calmado, observando el paisaje, como si aquello no fuera con él. Yo no podía dejar de mirar al suelo, seguía con aquella chica en la cabeza, con mi promesa no formalizada de devolverle una llamada, luchando con mis anhelos por agradar, por dejarme en buena lugar. Pero no era sólo eso, lo peor de todo, lo peor de esa situación, era que aún seguía queriendo llamarla, tenía ganas de volver a verla, unas ganas enormes, ganas de verla y de sonreírla, y de que me volviera a sonreír. Ganas de tocarla, de acariciarla, de abrazarla… Pero no quería, quería a quién tenía que querer, a quién quería desde hacía años y a quién quería querer, suponía, que por el resto de mi vida. Esto era lo último que me hacía falta, lo último que necesitaba para mi maltrecho corazón y mi enfermiza cabeza. Quería gritar, correr, dar golpes contra las verjas de forja que se cruzaban en mi camino, necesitaba reventar, de una maldita vez.

Yo no lo vi ese día, no pude verlo, pero días después sí pude comprenderlo. Y entonces sí, entonces pude ver, como él, aparentemente tranquilo, alejado, sonreía triunfal, caminando detrás de mí.

 

Sigue leyendo

Deja un comentario